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Está padrísimo

Opinión - Miscelánea

Está padrísimo

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Adela Celorio

Menos mal que cada día se ponen más de moda los padres responsables que aman a sus hijos y los educan con el ejemplo.

¿Así que eres papá? ¿Dime qué se siente festejar el día del padre y haber abandonado a tus hijos?

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo.” “No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.” Desobligado, mujeriego y violento, el famoso personaje de Juan Rulfo era un chingón, como decimos en México de los hombres que saben sacar ventaja del dinero y de las mujeres. Hombres irresponsables que incluso ignoran el número de hijos que dejan rodando por el mundo. A esos no los vamos a festejar hoy.

Por otra parte están los ciudadanos “respetables” con hermosas familias tanto en la casa grande como en la casa chica, y alguna novia en la oficina. A esos rabos verdes de mierda tampoco. Ellos con el instinto de depredadores, nosotras con el irreprimible deseo de ser amadas, y ya está la chispa en la paja. Ahí comienza la historia de tantos hijos en busca del padre perdido, promesa de todo lo bueno que justifica aquello de ¡está padrísimo!

“¿Qué es un hombre?”, preguntó un niño a su papá, quien a su vez respondió: “Un hombre es una persona responsable de cuidar y proteger a su familia”. El niño respondió: “Cuando sea grande quiero ser un hombre como mi mamá”. Mamá como mi Pauli (la guerrera que trabaja conmigo) que orgullosa me informa: “Soy madre soltera, pero todos mis hijos tienen un papá”. Y pues sí, con progenitores como Pedro Paramo y mujeres como mi Pauli, no es de extrañar que en México exista tan alto número de madres que, ellas solas, proveen sustento y educación a sus hijos aunque para ello deban soportar marginación social, abusos e injusticias laborales.

Menos mal que cada día se ponen más de moda los padres responsables que aman a sus hijos y los educan con el ejemplo. Suelen ser amistosos, joviales, y se conducen sin perder de vista los límites que permitan a los hijos pisar el mundo con seguridad. Ahora que lo moderno moderno, son los papitos. Esos jóvenes padres que dan el biberón, empujan la carriola y para evitar los “traumas” permiten que sus chiquillos hagan lo que se les pega la gana.

Inmensos, admirables, son aquellos hombres que adoptan hijos para amarlos y educarlos, en ocasiones con más generosidad que los padres biológicos. Pero bueno, estamos celebrando el Día del Padre y yo, con mi culpa a cuestas, recuerdo haber escrito un libro para contar las bofetadas, los cinturonazos, la irritación que provocaba en mi padre mi innata incapacidad para obedecer. Es tramposa mi memoria al mantener frescos los malos ratos que, haciendo cuentas, fueron los menos y soslayando en cambio los muchos momentos entrañables.

Cuenta mi madre que, joven y pobre, papá construyó con sus propias manos mi cunita. Sostenida de su mano di mis primeros pasos a la vida, descubrí con él el propósito de las manecillas y me compró un primer reloj. Me adentró en la sabiduría del “tumba burros”, patinó y pedaleó conmigo la bici. Con mis pies sobre los suyos, descubrí la cadencia del ritmo y la alegría del baile. A gritos y sombrerazos me enseñó a manejar y, algo que todos los días le agradezco, a firmar cheques.

Haciendo justicia a mis recuerdos debo reconocer que sí, que me hubiera gustado tener un padre menos severo, aunque, cuando lo pienso, hasta el Padre nuestro que está en los cielos y es tan amoroso, puso a prueba la fidelidad de Abraham exigiendo el sacrificio de su hijo Isaac. Tampoco puedo olvidar que nos expulsó del paraíso solo porque mordimos una manzanita; no se que hubiera pasado si nos la comemos entera. Como verán, compartimos un padre difícil de complacer. No sé usted, pacientísimo lector, pero lo que es yo, por más esfuerzos que hago, todavía no lo consigo. Vaya pues mi abrazo a todos los padres que, como Dios les da a entender, se responsabilizan, están presentes y encaminan a sus hijos a la vida.

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