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El arte de la reparación

Un taller con teclas del pasado

Foto: Notimex/Alejandra Rodríguez

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Juan Carlos Castellanos C.

Rodillo, tipos, barra, segmento, trucks, rieles, piñón, escape y cremallera, son algunas de las palabras contenidas en el campo semántico de las más de tres mil piezas que alberga una máquina de escribir promedio, de tipo casero o estudiantil.

El número 22 de la calle de Allende, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, alberga un taller donde la nostalgia se acomoda a sus anchas. Allí se reparan máquinas de escribir, mecánicas, eléctricas y electrónicas. Algunas cargan en sus estructuras dos siglos de existencia y hoy son objetos de culto y de colección.

En la actualidad, los artefactos con carretes de tinta son ampliamente utilizados por diversos sectores de la población, es el caso, por ejemplo, de los médicos que en ellos elaboran sus recetas o de las secretarias que escriben en pequeñas tarjetas. También hay quienes los usan para el llenado de cheques, de otra forma no podrían hacerlo con la misma eficiencia; a mano no es rápido, y en computadora, es difícil.

Los hermanos Alejandro, Roberto y Salvador Montero, junto con su colaborador Marcial Jiménez, son artistas que dan nueva vida y esplendor a tan sofisticadas obras de ingeniería. Los cuatro despliegan sus recursos, la experiencia, en su establecimiento: Servicio Montero, un espacio de dimensiones pequeñas donde armazones, herramientas y refacciones dan una idea clara de qué sucede entre esos muros.

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Foto: Notimex/Alejandra Rodríguez

ESPECIALISTAS

Rodillo, tipos, barra, segmento, trucks, rieles, piñón, escape y cremallera, son algunas de las palabras contenidas en el campo semántico de las más de tres mil piezas que alberga una máquina de escribir promedio, de tipo casero o estudiantil, de acuerdo con lo comentado por Marcial Jiménez, experto reparador y conservador, un apasionado de su oficio.

El transeúnte que pasa por la puerta del negocio, y más aún quien entra en él, se percata rápidamente del reducido local en el que tres operarios trabajan, en medio de “esqueletos”, cada uno detrás de un pequeño escritorio en cuyos cajones reposan cientos de diminutas piezas que habrán de servir algún día.

Unos minutos bastan para desarmar el mecanismo que tiene entre manos, unas horas son suficientes para repararlo. La vida no alcanza para gozar la satisfacción de ver cada obra terminada que sale del Servicio Montero, alrededor de 150 dispositivos cada mes. Durante una temporada alta, son hasta 300 o más, señaló Jiménez.

Hay tres temporadas altas al año. “Los médicos vienen a reparar sus máquinas de escribir, o a comprar una restaurada, durante su Internado, Residencia o Especialidad. La necesitan para apuntes y recetas que requieren caligrafía clara y legible, por eso una máquina pequeña les ayuda y facilita el trabajo”, explicó el entrevistado.

PROBLEMA

Los ingresos económicos en el taller de la calle Allende se han visto mermados en los últimos años, después de todo, las empresas que fabricaban esos mecanismos de tecla pulsada han desaparecido y el taller de mecanografía ya desapareció de las escuelas secundarias del país, lo que vino a impactar negativamente en la venta y reparación de esas herramientas escolares.

“La máquina de escribir es, en ciertas oficinas y consultorios médicos, como una sartén en la cocina, donde si bien hay hornos de microondas y otros aparatos vanguardistas, nada como la sartén tradicional para preparar un buen par de huevos fritos”, mencionó el entrevistado, en una analogía que refleja todo el valor y permanencia de estos artefactos.

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Foto: Notimex/Alejandra Rodríguez

Los cuatro reparadores saben que Eliphalet Remington creó el primer modelo comercial de estos dispositivos, en los albores del siglo XIX, en Nueva York: “Luego de obtener fama con sus máquinas de coser, la empresa E. Remington and Sons compró en 1872 los derechos de una máquina de escribir de la firma Sholes and Glidden, ideada por Christopher Sholes”.

Esa invención generó una revolución en el hecho cotidiano de escribir, con rapidez suplantó a lápices y plumas, pronto ocupó sitios privilegiados en el interior de todo tipo de negocios alrededor del mundo. Desde 1714 se habían realizado numerosos intentos por crear un artilugio que escribiera de manera mecánica.

EXTINCIÓN

De voz templada y segura, rostro serio pero amable, y amplio vocabulario que le permite expresar sus ideas con claridad, Marcial Jiménez Rodríguez nació hace 58 años en esta ciudad. Hace 39 se inició en el oficio y hoy es uno de los pocos artistas de su tipo no sólo en la capital mexicana. En todo el país hay menos de una centena.

“En el Centro Histórico de la Ciudad de México somos no más de 15 maestros, eso significa que se trata de un oficio en vías de extinción porque, por un lado, las generaciones de hoy ocupan equipos de computación, y por otro, todas las fábricas de máquinas de escribir ya cerraron, consecuentemente, las refacciones tampoco se fabrican”, dijo a Notimex.

Hasta la década de los noventa era relativamente fácil comprar una nueva y hallar las refacciones que hicieran falta, mientras que hoy ya no se producen y las piezas de refacción literalmente ya no existen. “Ante esa circunstancia y para poder ofrecer el servicio que el público exige, muchas veces aquí mismo fabricamos los componentes faltantes. Una reparación promedio cuesta 350 pesos”.

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Foto: Notimex/Alejandra Rodríguez

Ante el cierre de todas las empresas dedicadas a estas obras de ingeniería, consecuencia del boom de las tabletas, laptops y computadoras de escritorio, y como los jóvenes muestran poco interés en aprender el oficio, en conocer la enorme capacidad inventiva aplicada a los mecanismos, “ya hablamos de que reparar máquinas de escribir es un arte”.

Alejandro, Roberto y Salvador Montero García, así como Marcial Jiménez, tienen en su local un “deshuesadero” de máquinas de escribir, arsenal de refacciones que les permite seguir adelante en el negocio, legado que les dejó su tío Ruperto García Hernández. No obstante, con el paso de los años, ha pasado a ser una difícil actividad artesanal.

En los aparadores y mostradores del Servicio Montero hay a la venta dispositivos de tecla pulsada tanto mecánicos como eléctricos y electrónicos, también cajas fuertes, relojes checadores y otros objetos afines. “Las rentas son caras en el centro de la ciudad, y diversificamos el negocio para cubrir los gastos; el amor al arte no da para comer”, concluyó el especialista en un invento que, por mucho tiempo, fue la manera más rápida de escribir de modo pulcro y legible.

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