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PRI-éticos

No cabe duda que el equipo de Meade está inspirado (¿o desesperado?), para remontar la intención de voto que varias encuestadoras lo ubican en el tercer nivel de preferencia; más “la culpa no es del indio, sino del que lo hace compadre”; desde el momento en que Meade aceptó la propuesta de contender en las elecciones presidenciales del 2018, aceptó el compadrazgo, y con ello, los riesgos que el juego político implica.

Al principio, como es lógico, empezó dando palos de ciego, contestando preguntas con lenguaje técnico, rebuscado y hasta retórico, en el sentido de vacuo; contrario a la eficacia, elegancia y a la persuasión. Pero ahora, ha mejorado, rodeándose de “chuchas cuereras” que lo están adiestrando en el uso del lenguaje político; ese lenguaje cuyo mensaje debe leerse entre líneas, y que por lo general expresa lo que el auditorio quiere oír, aunque lo que diga machaconamente contra la corrupción lo involucre como servidor público.

Al oírlo hablar sobre el combate a la corrupción y de la procuración de justicia, pareciera que él, como parte del sistema, se responsabiliza de los daños, y que al hacerlo, automáticamente es redimido. Cuando dice: “No nos hemos hecho cargo adecuadamente del tema de seguridad, no nos hemos hecho cargo adecuadamente del tema de corrupción, tenemos que seguir haciendo mucho en materia de economía familiar…” entendemos que está reconociendo dos de los grandes problemas que enfrenta el país, problemas de los que él es parte da las muchas causas de éstos; y si reconociéndolos, tácitamente está proponiendo buscar una solución, entonces debería preguntarse, ¿por qué el PRI-gobierno dejó crecer tanto el problema de corrupción?

Si lo que quiere Meade es convencer al electorado, que él, como ciudadano, está limpio de toda culpa en lo que a corrupción se refiere, está muy equivocado, pues los puestos que ha ocupado en la administración pública: Secretario de Hacienda y Titular de Sedesol; y si él, personalmente no se benefició, (lo cual lo dudo), entonces de todos modos es culpable por omisión, pues en sus propias barbas se cometieron actos ilícitos y se hizo como que la virgen le hablaba.

Ahora, para darle brillo al nuevo PRI que él representa, el equipo de campaña y los cerebros priistas han creado una Comisión de Ética, que teóricamente vigilaría la conducta de sus militantes y sus candidatos, incluido el propio Meade. ¿Por qué no empiezan con él? ¿Por qué no comienzan por juzgar su actuación como Secretario de Hacienda que dispuso discrecionalmente del Ramo 23; y no digo que esa discrecionalidad haya sido idea suya, pero aceptó la idea de alguien más, ¿Peña Nieto?, ¿Enrique Ochoa? ¿Por qué la Comisión de Ética no inicia con Meade juzgando sus actos en su rol de titular de Sedesol, institución en la que, según la revisión de la cuenta pública 2016 hecha por la ASF al Programa para Adultos Mayores, presuntamente pagó más de tres mil millones de pesos a miles de personas duplicadas en el padrón, con estatus de fallecidas o no localizadas? ¿Y qué rol jugó en la Estafa Maestra, el robo más grande en la historia de México, perpetrado por funcionarios de la administración de Peña Nieto?

Para que una Comisión de Ética funcione, deberá estar integrada por personas de probada honestidad, y preferentemente ajenas al partido y con autonomía plena; pero es obvio que así no les conviene, porque para que se castigue una conducta deshonesta configurada como delictuosa, deberá ser denunciada ante la PGR. En otras palabras, la Comisión de Ética es puro cuento; así que “a otro perro con ese hueso”. ¿O, usted qué opina?

Héctor García Pérez

Comarca Lagunera

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