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Smiley en tiempos de Brexit

El legado del frío

Fotograma del El espía que sabía demasiado. Foto: Focus Features

Fotograma del El espía que sabía demasiado. Foto: Focus Features

Iván Hernández

Las preguntas abundan, son lo único cierto en la casa de los espejos y, de entre todas las interrogantes que pueden formularse, la que el autor no se apresura a responder es la más importante: ¿dónde está George?

Una precuela a modo de secuela, una secuela a modo de corolario, un diálogo estremecedor que no conduce, en apariencia, a ningún lado, así es Legado de los espías, la más reciente entrega de uno de los decanos de la literatura de espionaje, John le Carré.

Peter Guillam, lugarteniente de Georges Smiley en títulos como El topo y La gente de Smiley, es el narrador y protagonista de esta obra.

Las cenizas de una vieja herida, la muerte de Liz Gold y Alec Leamas junto al Muro de Berlín allá en los sesenta del siglo pasado, hechos narrados en El espía que surgió del frío, son removidas por sus descendientes.

Christoph, el hijo de Alec con una alemana, y Karen, fruto de un embarazo adolescente de Elizabeth, han demandado al Servicio de Inteligencia Exterior británico, alías MI6, alías el Circus, por haber mandado a sus progenitores a la muerte y acusan a Guillam de ser el principal orquestador de la desgracia.

La sórdida operación, cabe mencionar, no era del agrado de Smiley ni de Guillam, pero el mítico jefe de todos, Control, ese hombre que alguna vez tuvo un nombre, había llegado a la conclusión de que, quizá, era tiempo de igualar al enemigo en materia de crudeza de los métodos para conseguir sus objetivos.

Los asiduos a las obras de este británico encontrarán, aunque sea brevemente mencionados, a los miembros de la vieja pandilla: Bill Haydon, Toby Esterhase, Roy Bland, Percy Alleline, Connie Sachs, Jim Prideaux.

Este último, tiene un par de escenas y posee la clave que nos traslada al final de la aventura.

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John le Carré. Foto: EFE/Jens Kalaene

RETIRO

Guillam goza de campirano y francés retiro cuando recibe una carta de sus viejos empleadores. En la misiva se cita la cláusula 14 de su contrato: “obligación perpetua de acudir siempre que lo requiera el Circus”. Ya en Londres, conoce a Conejo y Laura, asesores jurídicos del servicio secreto y, de ahí en más, inquisidores en busca de la verdad o, mejor dicho, una historia verosímil que salve el buen nombre de la institución.

Quien fuera asistente de Smiley se ve sometido a un interrogatorio exhaustivo. Nada más empezar se da cuenta de cuán cercana e indetectable era la vigilancia sobre su persona hecha por los ejecutivos de su antigua empresa.

En un momento llega a preguntarse si acaso están enterados de las dos palabras que vertió en el oído de una mujer mientras la animaba a subir al vehículo que la transportaría a una nueva vida.

A Guillam le sorprende la capacidad de la nueva generación de burócratas legales para atar cabos con relación a asuntos puestos, junto a las evidencias, testimonios y expedientes, literalmente bajo tierra.

Cuando Peter, o Pierre, como deberíamos llamarlo puesto que es bretón, acaba de deshojar la margarita de las mentiras ensayadas y los subterfugios jerárquicos, se ve forzado a soltar, poco a poco, el hilo de “lo que realmente ocurrió”.

Algunos hechos, los que está menos dispuesto a compartir, los conserva con la claridad que dejan los fuertes sentimientos. Al hablar de Leamas no habla sólo de un compañero de causa sino de un buen amigo, junto a él había comenzado su andadura por la casa de los espejos del espionaje.

Contar cosas sobre Liz no sólo es referirse a una mujer a la que, por alguna razón solamente conocida por Control y Smiley, convenía acercarse. Peter sentía tremenda simpatía y atracción por ella y le apenó terriblemente su destino aciago.

EL CONTEXTO

Y también está Doris Gold, nombre clave: Tulipán. “¿Te la follaste?”, pregunta Conejo más de una vez. Peter Guillam niega, niega y vuelve a negar. Sus pensamientos son honestos, a eso no se le puede llamar “follar”, es “hacer el amor” en toda regla. La evocación de Tulipán, de la red de Anémona, agente ultimado a unos metros de la libertad, desemboca en una misión con tintes de carambola de tres bandas.

El bretón seductor no olvida que en la ecuación de la tragedia hay otro elemento afectado. Gustav, el hijo de Doris. Su madre lo abandonó porque Leamas no lo tenía considerado dentro del plan de fuga.

A lo largo de la novela, Peter tendrá encuentros con Christoph y con Gustav, tanto con los críos a los que conoció en sus correrías más allá de la cortina de hierro como con los adultos rotos, llenos de resentimiento, pasado nocivo sobre los hombros, amargura entre las sienes.

Por encima de todos, y a pesar de las décadas que han transcurrido desde entonces, flota la figura del traidor descubierto en El topo. Sigue ahí, causando estragos, muertes, profunda pena.

Los estallidos de Peter nos confirman que de algunos sitios, del frío por ejemplo, jamás se vuelve, no por completo.

Para los seguidores de las aventuras del “barrigón, con gafas y en estado de permanente preocupación”, llamado George Smiley también hay noticias sobre el final de su archienemigo: Karla.

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Sede del MI6 en Londres. Foto: Garry Knight

CORRESPONDENCIA

El estilo directo del escritor británico ha ganado suavidad o al menos esa es la sensación que queda gracias a la traducción hecha por Claudia Conde. La narración parece deslizarse ante los ojos.

La combinación de pasajes narrados en primera persona y expedientes secretos, abiertos por primera vez, nos hacen entrar de lleno en los terrenos de la confidencia.

Lo que nos cuenta el autor no es una investigación sino las memorias y reflexiones de un protagonista que se pierde “en la introspección, pensando en las cosas que hicimos y en los sacrificios que aceptamos, sobre todo de vidas ajenas, durante los largos años en que creíamos que el Muro iba a durar para siempre”.

Le Carré también nos sumerge en la recreación de hechos ya conocidos, pero vistos desde la óptica de los organizadores, con sus memos, su correspondencia, sus informes de cierre.

Una carta de Smiley dirigida a Guillam dice: “Pensé que te gustaría saber que las cenizas de nuestro amigo Alec han recibido sepultura recientemente en Berlín, cerca del lugar donde murió”.

En una misiva extraoficial, Jerry Ormond, director de la oficina de Praga, escribe: “... el otro día Alec y yo salimos a dar un paseo. (...) durante toda la caminata no dijo más que una cosa: el Circus está infiltrado”.

¿Qué pensaban Control, Smiley y compañía sobre Leamas? ¿En realidad los enviaron a él y a Liz Gold a una muerte segura como acusa Christoph? ¿Cuál fue el papel de Guillam en la operación concluida fatalmente del lado oriental del Muro?

Las preguntas abundan, son lo único cierto en la casa de los espejos, y de entre todas las interrogantes que pueden formularse, la que el autor no se apresura a responder es la más importante: ¿dónde está George? El lector no debe preocuparse. Sí hay una respuesta para ella y se presenta justo a tiempo.

A FAVOR

El alegato final de la obra es muy contemporáneo. Un pronunciamiento acorde a estos tiempos de Brexit, la salida de Reino Unido de la Unión Europea, y de una Rusia en la mira de Occidente, acusada de emplear tácticas encubiertas para socavar las democracias, empeñada en ganar influencia, que muestra al mundo un nuevo misil de largo alcance.

El final de está odisea, confronta a Guillam con la insatisfacción del deber cumplido, con el bien superior por fin revelado. De alguna manera, los métodos extremos cobran sentido y la piedad exhibida es cosa que lamentar. Un velo ha caído, otros se mantienen. El legado de los espías no se limita a mostrarnos el motivo de que George Smiley hiciera a un lado su aprensión, nos muestra el compromiso de un hombre hacia una causa forjada a costa de un sinfín de imponderables, bajo amenaza permanente.

El final es un llamado a la acción, a desenterrar restos y abrir las urnas sagradas, a dar testimonio de lo que se hizo, de su porqué. Quizá haya, entre la arrogancia de los actuales, algún entendimiento capaz de comprender y actuar en consecuencia.

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