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ALAS PARA VOLAR

8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, fecha en la que se hace presente la voluntad de media humanidad - a la cual me digno pertenecer -, para hacer valer nuestros derechos. Rememoramos las luchas emprendidas por valientes féminas en el campo laboral, universitario y electoral, entre otros, tantas veces pagando una cuota de sangre por lograrlo. En el nuevo milenio, la equidad de género es mucho más real que en los albores del siglo veinte, pero aun así quedan asignaturas pendientes.

Esta fecha tuvo un significado muy especial en mi esfera íntima, al lado de una mujer que admiro por su autenticidad de plantarse frente al mundo a decir: "Aquí estoy y así soy". Se trata de mi hija Eréndira, a quien justo ese día le avisaron que había obtenido una beca de la SEP y la Embajada de Francia para una estancia académica y laboral en aquel país. En medio de su jornada de trabajo, luego de ser notificada, se hizo un tiempo para avisarme en un mensaje, y ya fue hasta que salió de su trabajo, cuando pudimos desmenuzar la noticia de manera sabrosa.

De pequeña, mi hija tuvo discalculia, las restas fueron su "coco". No pocas tardes pasamos juntas haciendo la tarea; yo angustiada pensando en cuánto tiempo iría a superar esa condición. Ella desesperada viendo que su hermano, un año menor, era muy hábil en matemáticas. Aunque ese problema se resolvió en poco tiempo, hoy se hizo presente, a raíz de la beca y de la fecha que conmemorábamos, cuando recordé un episodio de aquel entonces. Al expresar mi inquietud respecto a la dificultad de mi hija con las matemáticas, alguien me dijo, como para tranquilizarme: "Total, no es tan importante que salga bien en todo, al fin que es mujer, y las mujeres son para la casa". Si yo me hubiera conformado con aquel panorama y hubiera doblado las manos, no estaría aquí celebrando este nuevo logro en la vida profesional de mi hija.

En este planeta, cada mujer tiene derecho a definirse para sí misma y para el mundo. Nos pronunciamos a favor de iguales oportunidades que los hombres en todas las esferas de la actividad humana. Ciertamente, habrá diferencias biológicas, psicológicas y culturales entre ambos géneros, que imponen límites sensatos de ser atendidos. Sin embargo, no queremos ser encasilladas, que venga alguien desde fuera a decirnos qué sí y qué no podemos hacer. Pugnamos por el derecho absoluto para probar de qué somos capaces y hasta dónde podemos llegar, pues antes que mujeres, somos individuos con todas las capacidades intelectuales para desarrollarnos en todos los aspectos que deseemos abordar.

Erróneamente, el feminismo se ha interpretado en ocasiones como un actuar cual si fuéramos hombres. Son dos asuntos muy independientes, uno es el derecho a desarrollarnos sin límites impuestos por razón de nuestro género, y otro muy distinto sería el asumir conductas varoniles que en absoluto equivalen a desarrollar eficientemente una actividad dada.

Dentro de este ámbito de equidad que buscamos conseguir, este pasado 8 de marzo se emprendieron diversas manifestaciones alrededor del mundo. Grandes grupos se expresaron a favor de la equidad de género y la no violencia, que en nuestro país ha cobrado muchas vidas de una forma tan absurda. A ratos, frente a un panorama de tanta violencia, hago un examen de conciencia como mujer y madre para preguntarme si realmente estamos cumpliendo con nuestro papel en la formación de los hijos, o cuál es la razón para que tantos jóvenes opten por enfrentar las diferencias de opinión por la vía del ataque violento, y no por la del diálogo. Aquí sí, debo reconocer a nombre de todas mis congéneres, que hemos fallado en inculcar una ética, en formar dentro de los hijos un corazón que busque comunicar, conciliar y construir, antes que violentar y destruir. Por supuesto que estamos en nuestro derecho de exigir un trato digno por parte de los varones, tanto en la calle como en la relación de pareja, pero también estamos en la obligación de forjar ciudadanos con ética en su actuar.

En los años setenta, estudié Medicina en Torreón, en la única facultad que tenía la UAdeC; en ese tiempo, la proporción de mujeres era de 1 por 4 hombres. Hoy en día, para la misma carrera en las tres facultades de la UAdeC, es 1 por 1. Mucho se ha avanzado desde aquel 1887 cuando Matilde Montoya, la primera médica mexicana, tras enfrentar mucha oposición, logró titularse en la UNAM. Pero aún falta mucho por hacer.

"Tengo alas para volar", palabras de Frida Kahlo que llevan a Eréndira en su ruta siempre auténtica, por la que busca reinventarse y crecer. No me resta más que decirle, como la mamá más orgullosa del planeta: "Que Dios te lleve, mi querida hija. A volar tan alto como tú lo decidas y a ser feliz".

  Por: María del Carmen Maqueo Garza

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