Columnas la Laguna

PERLITAS DE EMOCIÓN (RECORDANDO A ANGÉLICA)

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Adán, octogenario de edad avanzada y longeva, salió en esa mañana fría y legañosa a caminar un poco y comprar el periódico. En el parque no levantó lo suficiente la frágil pierna derecha, tropezó en el cordón y cayó de costado sin sacar las manos de la gruesa chamarra. El doblado brazo se hundió en el pecho y la cabeza rebotó contra el suelo. ¡No, no, a mí no! gritó angustiado. En unos segundos pasó por su mente un accidente similar que sufrió un vecino, quien por descuidado se rompió el cráneo y lo llevaron de urgencia a la Cruz Roja.

Al pálido rostro de Adán se le fue la sangre y se le nubló la vista; los árboles giraban alrededor. La cachucha salió rodando, el periódico siguió debajo del brazo izquierdo. Le pareció ver a unos zopilotes volando en las alturas nebulosas. De la nada aparecieron dos ángeles, lo levantaron y lo sentaron en la banca, a un lado del lugar del percance. -Descanse, respire tranquilo, le aconsejaron y se fueron, uno a pasos rápidos y el otro en motocicleta. Antes y ya de pie, el accidentado les dio las gracias de mano y se sentó a fingir que leía el papel impreso para olvidar dolor y pena. Un médico vecino se acercó minutos después, le revisó la cabeza, palpó y no vio moretones. -Si quiere le llevo a la Cruz Roja. -No. no gracias, ya me siento bien.

Titubeante se levantó de nuevo, aspiró aire y reanudó la caminata, cuatro cuadras de ida y vuelta pero ahora sí, sin distraerse y brincando lo necesario los cordones y las banquetas, con un rodeo para conjurar los espíritus diabólicos del parque cercado por un cordón de más de 30 centímetros de altura, insalvable para los veteranos que caminan despacio, a pasos cortos y vacilantes. -Pa que ya no salgas solo a la calle, se reprochó asimismo Adán pero protestó: -Si me quedo en la casa me atiricio, me duelen las sentaderas de tanta poltrona y las piernas se debilitan.

Recordó un artículo de Plaza Pública del 23 de julio de 2012 en defensa de la plaza Juárez de Gómez Palacio, denunciando -entre otras fallas y carencias- la altura exagerada de 40 centímetros de la banqueta perimetral, "transformándose en una auténtica barrera para sus legítimos propietarios, los adultos de la tercera edad".

En aquel entonces Adán tomó a la ligera el señalamiento, pero ahora le consta, con su sofocante caída, que Héctor Raúl Avendaño, el autor del texto, tenía razón y concluyó: -a los diseñadores y constructores les importa un comino quien trepe y baje por esas banquetas de servicio público, sean jóvenes o viejos. Sólo cobran.

El tocayo del primer hombre sobre la tierra tentado por la mujer, la serpiente y la manzana, en un principio no sintió dolor en la cabeza, ni en el brazo ni el pecho magullados. Pájaros negros volaban sobre su cabeza despeinada por el golpe. En casa respiró a profundidad y se sentó en la mecedora para comenzar a leer la información más importante del diario, los artículos de análisis y comentarios de contenido político invariablemente. -¡Cuídese, no se distraiga!, repetían página tras página hasta llegar al obituario.

Minutos más tarde en una de sus levantadas al baño, se manifestó el dolor pectoral y se agudizó por la noche. Aguantó porque creyendo que con Paracetamol se calmaría la molestia pero no fue así y decidió acudir al servicio de atención médica continua de la clínica 53 del IMSS donde ya es muy conocido por el personal por sus frecuentes visitas plañideras. -¡Qué le pasa don Adán! preguntó el médico de guardia a quien le encanta su trabajo, pone atención, mira a los ojos y le da confianza al paciente. -Me caí, sufrí un santo trancazo en el pecho, dijo Adán con voz quejumbrosa. -Necesitamos una radiografía y expidió la orden al servicio de rayos X de la clínica 46 ubicada metros más adelante. Hacia allá se encaminó el doliente con paso seguro y optimista, sin soltar el cojín cuadrado "King size" que llevó para soportar las esperas.

-¿A dónde va? interrogó de mala manera la guardiana que abre y cierra la puerta enrejada. Se hallaba molesta porque la compañera desatendía sus tareas de registro de los visitantes con el teléfono celular pegado al oído derecho. Las dos ni siquiera se dieron cuenta del grueso cojín que cargaba en una bolsa con agarraderas el solicitante y le permitieron el paso sin tomar en cuenta aquel detalle. A ningún visitante le permiten meter cosas extrañas a la clínica. Preguntó en la ventanilla de recepción por los servicios de rayos X y lo mandaron por el corredor exterior.

-Entre, por ese pasillo llega y luego da vuelta a la derecha. Ahí están los rayos X, le indicó a su vez el vigilante de la puerta, con la bolsa con el cojín que apretaba contra su pecho el intruso en prevención de otra caída en un piso bruñido y resbaloso.

El panorama resultaba estrujante, parecido a escenas de guerra; los largos pasillos saturados de enfermos suspendidos de botellas con suero, vendados algunos y otros inconscientes con sus familiares al lado, estrechando el ya reducido espacio. Las camas se hallaban ocupadas en su totalidad. Las enfermeras se multiplicaban en sus tareas y los médicos de guardia estaban pendientes de la evolución de los internos más graves. Sueros colgantes por todos lados.

Adán reflexionó: -se trata de un esfuerzo sobrehumano pero profesional del personal del IMSS, ignorando esas vicisitudes la gente de fuera, de los intolerantes que sueltan quejas por la más mínima demora, protestas injustas, sin fundamento.

En menos de siete minutos quedó lista la radiografía tomada por un diligente radiólogo que sorprende por su rapidez y eficacia. Ni en los sanatorios particulares hay un servicio tan rápido como en el IMSS, al menor por ese día, le comentó Adán a los familiares con cara de aburridos.

De vuelta al médico familiar se escucha el fatal diagnóstico. -Hay una costilla fracturada, le vamos a poner una venda alrededor del pecho y esperamos que en un mes haya mejoría si usted no se mueve. Cada ocho horas -chin, más pastillas- tome pastillas de Paracetamol y Metamizol sódico. -No me quitarán el dolor pero sí me arderá el estómago, se lamentó por dentro el doliente.

El desaliento inicial duró poco y Adán se fue al estadio de beisbol "Rosa Laguna" para no perderse la serie final entre los equipos de Gómez Palacio y Tlahualilo con veteranos extranjeros y locales que se disputan el triunfo con envidiable profesionalismo. Cuatro carreras de los visitantes en la primera entrada prendieron los focos rojos de la novena anfitriona y el recién vendado como momia panteonera aguantó hasta la quinta entrada a pesar del cojín con la radiografía metida en la misma bolsa. Tres carreras más superaban las esperanzas de los Orioles.

-Mañana compro el periódico para conocer el resultado final y pensó en viajar a Tlahualilo para el siguiente encuentro, -al cabo la venda no se va a mover.

Se sentó a escribir fortalecido el pecho con el vendaje y se consoló: -Un mes pasa rápido…

Los zopilotes se fueron volando a los secos árboles del vivero de Lerdo y las torres de comunicación celular que utilizan noche y día como perchas. -Vamos a esperar mejores tiempos, le comentó con chocantes graznidos uno de los alados al compañero mientras éste buscaba acomodo entre los cables de transmisión.

En su visita al estadio el fracturado por la vida comprobó una vez más el deplorable deterioro en que se encuentra el graderío central pomposamente llamado de sombra y preferencia y balcones para recibir a los invitados especiales a las ceremonias de inauguración de las diferentes ligas gomezpalatinas que tienen su sede en el "Rosa Laguna". Numerosas sillas de lámina no tienen asientos, la incomodidad es manifiesta y todavía algunos le dicen "está ocupado" refiriéndose al asiento vacío por fantasmas morosos que nunca se materializan. Adán batalló para encontrar una silla disponible abajo para no verse obligado a trepar por los escalones. Ponía en práctica las recomendaciones médicas "al pie de la letra" y se agarraba a dos manos para no caer, otra vez, en la ignominia…

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Escrito en: Higinio Esparza Ramírez

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