Sor Juana con música de Vivaldi
Ambos, por la fama y por su cercanía a los palacios reales, atrajeron envidias de algunos de sus semejantes y animadversión de altos jerarcas de la Iglesia católica.
Sor Juana nació en 1648 en Nueva España; Antonio Vivaldi en 1678, en Venecia. Como se habrá notado, la relación entre los dos nacimientos la hilvano con el último dígito del año que comienza, 2018. La aprovecho para anotar que los dos vivieron hechos semejantes.
Juana de Asbaje se convirtió en monja porque como hija “natural” y de madre pobre podía vivir mejor en un convento que fuera de allí y así se convirtió en Sor Juana; Antonio Vivaldi profesó como sacerdote (prete, padre, cura) porque en una familia menesterosa gorjeó sus primeras arias.
Sor Juana y Vivaldi, esto es muy importante, decidieron ser asexuados. La monja escribe: “sólo sé que mi cuerpo / sin que a uno u otro se incline / es neutro o abstracto cuanto / sólo el alma deposite”. Su cuerpo sólo podría convivir con su alma. Vivaldi, según la película de Jean Louis Guillermou, prefiere entregarse a la música, no a las mujeres.
Tanto a la escritora como al compositor el talento les acarreó temprana fama y con ella mercedes, pero también amarguras. La novohispana y el veneciano fueron bien recibidos por la realeza, ella en el virreinato; él en varias cortes europeas.
Ambos, por la fama y por su cercanía a los palacios reales, atrajeron envidias de algunos de sus semejantes y animadversión de altos jerarcas de la Iglesia católica que no vieron bien que los creadores religiosos dedicaran su talento a obras paganas.
Sor Juana fue acosada con saña por las jerarquías religiosas, así de los conventos como de la cimera burocracia eclesiástica, desde alguna superiora hasta los obispos Manuel Núñez de Miranda y Manuel Fernández de Santa Cruz. Este, dice Amado Nervo, vestido con las enaguas de Sor Filotea.
El Sor Filotea provocó mediante carta coactiva dirigida a Sor Juana una respuesta de la monja que es no sólo una declaración de independencia intelectual sino una denuncia de la injusticia padecida históricamente por la mujer; autobiografía casi convertida en manifiesto del feminismo actual.
Yo disfruto y sufro más otra Carta (misiva con ese título conocida: Carta) dirigida al otro obispo, Núñez de Miranda, porque lectura tras lectura Sor Juana me hace admirar su valentía claridosa, su sofocada ira, su ironía y su sarcasmo por la reprensiones injustas con que la victimizaba el católico jerarca.
A Vivaldi, autor de Las cuatro estaciones así como de una ópera que lleva por título Motezuma Imperator del Messico y que se desarrolla entre otras escenografías en Parte della Laguna del Messico y en la Gran Piazza nella Citta del Messico, también lo acosaron dos jerarcas religiosos.
El obispo de Venecia, monseñor Farelli (cuyo nombre no he localizado pero no importa) pretendía que Antonio Vivaldi, el prete rosso (cura rojo), no compusiera música pagana, igual que pretendían los superiores de Sor Juana a quien ordenaban que se dedicara sólo a las “sagradas letras”.
El otro jerarca represor de Vivaldi fue el cardenal Tomasso Ruffo, nuncio apostólico en Ferrara. Este alto prelado no quería que el autor de l’Estro Armonico compusiera óperas, ni que se llevaran al escenario en Ferrara ni que las cantara Anna Giró, la intérprete favorita de Vivaldi.
Ruffo (recuérdese que Rufo se nombraba antes en las caricaturas y los cómics a los perros) le prohibió a Vivaldi salir de Ferrara. De todos modos el músico se fue a Viena en 1740 y allí murió en 1741. Fue sepultado en una fosa común y por tanto anónimamente.
Vidas sufridas como creadores padecieron Sor Juana y Vivaldi por su origen humilde, por su arduo caminar las trochas religiosas y por su empeño en producir una obra surgida de lo sublime de la condición humana. El ocho del año del nacimiento de los dos, referido al ocho de este año, es pretexto para celebrar que sigan entre nosotros.
