Siglo Nuevo

Lecciones desde el cielo

Historias de un filósofo, poeta y piloto

Foto: Gentileza Eugè ne Bellet

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IVÁN HERNÁNDEZ

El nacido en Lyon, en el año de 1900, conocía bien los riesgos de ser domesticado, de forjar lazos, de crear vínculos, y, a juzgar por la lectura de Tierra de hombres, un volumen autobiográfico que salió de la imprenta en 1939, también tenía bien aprehendidos los beneficios.

El libro más conocido de Antoine de Saint-Exupéry (si es necesario decir el principesco título es porque algo anda mal en el mundo) no es, como bien señalan desde estudiosos hasta sabios, literatura infantil, es decir, es para niños sin distinción de edad, pero no es, de ninguna manera, literatura menor.

A este respecto son particularmente atractivas las palabras de un admirador y entusiasta promotor de la obra, el maestro Antonio Álvarez Mesta, quien subraya, cada que tiene oportunidad de ello, la profunda sabiduría depositada en esos párrafos por un autor que, además, tuvo una vida fascinante.

Al maestro, por ejemplo, le gusta señalar que el piloto y escritor francés fue calumniado por un compatriota suyo, militar con grado de general que llegó a presidente de la República, de nombre Charles de Gaulle. Saint-Exupéry, cuya prosa hilvana, más que palabras, eslabones de fraternidad sin distinción de razas, fue acusado de simpatizar y colaborar, para que la ironía fuera extrema, con los nazis. Se trataba, desde luego, de una calumnia, pero sus efectos en la moral del piloto no fueron menores.

El nacido en Lyon, en el año de 1900, conocía bien los riesgos de ser domesticado, de forjar lazos, de crear vínculos, y, a juzgar por la lectura de Tierra de hombres, un volumen autobiográfico que salió de la imprenta en 1939, también tenía bien aprehendidos los beneficios. Para gozo de los lectores, el aviador no eclipsaba al narrador ni a la inversa, uno y otro se estimaban y complementaban; si bien el primero acabó con el segundo, también es verdad que el motor del escritor funcionaba gracias a la combustión interna que el profesional del aire hacía posible.

No estar domesticado es ser uno más, uno entre muchos iguales. La atención brindada, el tiempo en común, los actos compartidos, dan a luz a la necesidad del otro. Como el zorro de la principesca obra, Saint-Exupéry eligió ser domesticado, celebrar la unión, el afecto, la amistad, extrañar a los ausentes, evocarlos con una triste sonrisa, con tierna gratitud.

En su obra más famosa el personaje principal convivía con personas que dedicaban su existencia a reinar o beber o acumular y otras extrañas preferencias. En su vida personal, el piloto procuraba convivir con aquellos a quienes admiraba, esos que a fuerza de dignificar el oficio de hombre le mostraron la ruta y sirvieron tanto de ejemplo como de motivación, seres admirables que lo hacían sentir, no como en casa, pero sí entre los suyos.

El círculo vicioso del francés fue, y en esto el destino fue esplendido, vivir en carne y muerte propias las experiencias de algunos de sus camaradas.

LECTURA

Al igual que en su breve y millones de veces vendida pieza maestra, Tierra de hombres ofrece al lector la posibilidad de introducirse aunque sea por apenas 152 páginas, en terrenos filosóficos de largo aliento. No es aventurado decir, situados bajo las luces de la herencia griega y del pensamiento agustiniano así como de las reflexiones incitadas por esas dos fuentes lumínicas en la influyente Hannah Arendt, que el discurso de Saint-Exupéry está fuertemente empapado de filosofía política.

La obra no sólo contiene enunciados que, a la manera de espejos hechos con lámina de experiencias muy particulares, reflejan cuestiones en el horizonte de los teóricos políticos que remontan la búsqueda de respuestas hasta los tiempos de la Grecia prepolis; el vocabulario empleado por el aviador ya amerita por sí mismo anexos como un glosario especializado y un índice analítico, así como la correspondiente legión de notas al pie.

Términos como la experiencia de la acción y de la fundación, la importancia del diálogo tanto con el otro como con uno mismo, la lucidez frente a la aniquilación, la igualdad entre los hombres en cuanto seres humanos y su comparación (con la consecuente diferenciación que se hace de ellos) en el espacio político...

Por fortuna, no es una pieza que deba colocarse entre la “r” de Rousseau y la “t” de Thoreau; tampoco es para colocarse en el anaquel de Literatura, esto implica que debe disfrutarse como lo que es: una experiencia vital capaz de conmover y asombrar.

EL MENSAJE

No es otro que destacar la importancia de vivir plenamente, con todo nuestro ser en el aquí, en el ahora; está recomendación, puede objetarse tranquilamente, se encuentra en cualquier libro de autoayuda, al igual que una frase como “apreciar la existencia”.

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Comandante Antoine de Saint-Exupéry, Fuerzas Aéreas francesas. Foto: John Phillips

Diferencias esenciales radican en el tratamiento de la materia prima, en el desarrollo de las ideas, en el contexto del aviador que desapareció el 31 de julio de 1944, a la edad de 44 años, no sin antes decir a sus lectores que “Debemos procurar encontrarnos”.

Esta reunión de eventos biográficos fue dedicada a Henri Guillaumet, amigo del autor y compañero de trabajo en los servicios de correo aéreo. De Hecho Guillaumet protagoniza uno de los episodios más conmovedores. Desaparecido al viajar sobre Los Andes, los días pasan y Saint-Exupéry y otro compañero de la compañía recorren “aquel amontonamiento de montañas” sabiendo que hallar a Henri es prácticamente imposible. Además todo mundo sabe que esas rocas, “en invierno, no devuelven a los hombres”.

Al séptimo día se anunció el milagro: Guillaumet estaba vivo. Lo siguiente fue el reencuentro y cuidar de aquel heroico ser que había andado y andado “sin pico, sin cuerdas, sin víveres, escalando puertos de cuatro mil quinientos metros, o progresando a lo largo de paredes verticales, con los pies, las rodillas y las manos sangrantes, a cuarenta grados bajo cero”.

Luego, Henri le compartió al amigo escritor una idea que se quedó tatuada en sus tablas de la vida: “Te juro que ninguna bestia sería capaz de hacer lo que yo he hecho”.

“Si le hablaran de su valor, Guillaumet se limitaría a encogerse de hombros”, dice el narrador protagonista y enseguida explica que no sería un gesto de modestia sino de sensatez ya que “Él sabe que, una vez metidos en la acción, los hombres ya no tienen miedo”.

En el volumen también aparece otro camarada llamado Jean Mermoz, integrante de un grupo que fundó “la línea francesa de Casablanca a Dakar, a través del Sahara insumiso”.

Para concluir este apartado se antoja oportuno referir que, de los tres amigos, Saint-Exupéry era el de mayor edad y, sin embargo, fue el último en morir. Los tres desaparecieron en el mar.

DESTINO

Este documento es un testimonio a favor de los recuerdos comunes, buenos y malos, así como un alegato a favor de los movimientos del corazón.

La tierra de esos aviadores de la Aeropostal era el cielo, allí hacían los descubrimientos primigenios, allí se encontraban a ellos mismos; cada aterrizaje era simplemente el sueño reparador antes de alzar nuevamente el vuelo, o bien, seguir viviendo. Los accidentes no eran sino el recordatorio de que todo tiene un fin y una cosa que no está de más agradecer es que todo suceda rápido y sin sufrimiento.

Cerca del final del libro, Antoine dedica varias páginas a narrar cómo fue que, contra todo pronóstico, no murió en el desierto del Sahara.

“Vosotros a quienes amaba, adiós. No es culpa mía si el cuerpo humano no puede resistir más de tres días sin beber. No me creía hasta este punto prisionero de las fuentes. No sospechaba una tan corta autonomía”, expone al recrear instantes en los que ya era presa de una deshidratación extrema. Su copiloto y él caminaron hacia la salvación sin tener idea de la dirección que debían tomar. Al cuarto día, tuvieron la fortuna de coincidir con la ruta de un beduino.

Para el debate sobre los asuntos humanos, el aviador francés lanza preguntas que a cerca de 80 años de distancia no han perdido vigencia como “¿Qué nos importan las doctrinas políticas que pretenden desarrollar al hombre, si no conocemos primero qué tipo de hombre van a desarrollar?”.

En cuanto a narración, la prosa autobiográfica de Saint-Exupéry tiene mucho por obsequiar a los amantes de las buenas letras, desde observaciones como “En el hombre todo es paradoja” hasta hallazgos poéticos como “Se refugiaba en las profundidades de su sueño como en la paz de un vientre materno”. Y qué decir de las siguientes líneas sobre unos combatientes enviados a una muerte cierta: “Estos soldados no regresarán. Pero callan por pudor. El asalto entra en el orden de las cosas. Se extrae en una provisión de hombres como se extrae grano de un granero”. Leer a Saint-Exúpery, además de un placer, es un privilegio.

Twitter: @ivanhazbiz

Henri Guillaumet y Antoine de Saint-Exupéry. Foto: Fundación Antoine de Saint Exupéry.
Henri Guillaumet y Antoine de Saint-Exupéry. Foto: Fundación Antoine de Saint Exupéry.
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