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Lenguaje que incomunica

Pareciera ser que el flamante y nuevo precandidato presidencial y priista de clóset, José Antonio Meade, ha decidido andarse por las ramas ante los cuestionamientos de los periodistas. No puede ser por falta de “tablas”, puesto que tiene la experiencia necesaria y suficiente para dar conferencias; si no ante una multitud, sí, ante un grupo de profesionales de la comunicación. Tal apreciación de mi parte, surge por la respuesta que recientemente dio al diario El País: ¿”Usted está dispuesto a investigar casos de corrupción de esta Administración, involucre a quien involucre”?- Respuesta: “…tenemos que movernos en un esquema en el que la pregunta no sea válida” O sea ¿qué?

Es claro que la pregunta era muy directa y exigía una respuesta categórica: un sí o un no, aderezada quizás, cualquiera que fuera la respuesta, con las aclaraciones que considerara pertinentes; pero el precandidato prefirió invitar al cuestionador a moverse (con él) en un esquema en el que se anulara la pregunta.

La historia del lenguaje político está plagado de episodios en los que el purista de la lengua retuerce la sintaxis y asfixia la semántica en absurdo mecanismo discursivo, que muchas veces deviene en cantinflesco, para crear una cortina de incomunicación entre el hablante y el oyente. Miles de veces se ha utilizado el idioma como instrumento para erigir un muro de incomprensión y moverse a sus anchas en el terreno de la ambigüedad.

Pero volviendo a la respuesta de Meade; de nuevo como en otros muchos discursos y declaraciones de políticos, nos encontramos ante un caso en el que para comprender el mensaje hay que leerlo entre líneas; es decir, más allá de los significados convencionales de las palabras. Quizás quiso decir “esa pregunta no te la contesto porque me comprometo, mejor pregúntame de otra cosa”. De Meade no puede esperarse una respuesta sencilla y directa; pues a pesar de no ser político, por su doctorado y su experiencia laboral, maneja el idioma español con propiedad; lo que no se puede decir de la mayoría de senadores y diputados, que no cursaron ni una licenciatura. El problema es que, a partir de que siendo figura pública, y nominado como precandidato del partido oficial del gobierno, todo lo que haga o deje de hacer, y diga o deje de decir, puede ser usado en su contra por sus detractores, que por cierto, no son pocos.

Igual que la terminología propia del Derecho, y otras disciplinas científicas, la Economía tiene su propio vocabulario técnico, y quien ha transitado parte de su vida en el ejercicio de una u otra disciplina, por inercia incurre en respuestas como la que dio Meade, respecto a su posición ante la corrupción. Aunque a decir verdad su respuesta no fue la de un economista sino la de un político novato.

No se necesita ser muy inteligente para deducir que Meade es más priista que muchos priistas nominales, y que aprueba con 10 la administración de Peña Nieto; por lo cual, también es fácil colegir que el “Nuevo PRI” peñanietista seguirá siendo el viejo partido de la élite, que vendrá a continuar con el proyecto de nación que ha llevado al país al fracaso económico, político y social.

Por otra parte, López Obrador, sigue soñando en un reino espiritual en el que, según él, ganando las elecciones, de inmediato, todos los males que aquejan a México, desaparecerán milagrosamente. Que triste es, que a pocos meses de las elecciones, aún no hay ni por quién votar.

Héctor García Pérez

Comarca Lagunera

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