Columnas la Laguna

LA NEVADA, UN REGALO MARAVILLOSO DE LA NATURALEZA

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

-"!Gracias Dios Mío, por este regalo maravilloso que me entregas en mi cumpleaños! exclamó alegre y sorprendida una jovencita que abrió la puerta de la calle y se encontró con un blanco y refulgente manto de nieve que nunca habían visto sus ojos. Concepción es su nombre.

Un taxista septuagenario que comenzó a trabajar a las seis de la mañana coincidió con esas apreciaciones y también dio gracias a Dios por haberle permitido llegar a tan avanzada edad para disfrutar nuevamente de un fenómeno más de la naturaleza, tan singular en estas tierras del desierto lagunero.

Un joven que labora en el mismo gremio, se declaró muy afortunado por esta inigualable experiencia que le brindó su aún corta vida. Y con el arrobamiento que todavía henchía su rostro, informó a sus pasajeros ocasionales que la noche del jueves cayó un aguanieve y luego comenzó a plumear hasta las diez de la noche. Amainó durante media hora y se intensificó a partir de esa hora. A las ocho nevaba fuerte -y mire, son pasadas las nueve de la mañana y continúa con intensidad, e invitó a uno de los viajeros a asomarse por la ventanilla.

Veinte años después de aquella copiosa nevada del 12 de diciembre de 1997, el viernes cambió radicalmente el seco panorama lagunero y por varias horas se transformó en una postal navideña propia de los países escandinavos.

7.30 AM, 21 horas AM. Viernes 8 de diciembre de 2017. Sigue nevando en la Comarca. En Gómez Palacio, Durango, los jardines se cubrieron de un blanco inmaculado; palmeras, naranjos, limas y limoneros, parecían imágenes de los países nórdicos y más ilustrativamente -aunque sin árboles- del Polo Norte, la tierra de Santa Claus el triste. Las matanzas en el orbe lo tenían angustiado y no pensaba salir al aire la próxima Nochebuena porque la humanidad había perdido en preocupante proporción, el espíritu navideño.

Aquí, en tierra, primero un frío congelante, más tarde aguanieve con hielo cristalizado desde las noche del jueves anunciaron anticipadamente la primera nevada del año con fino plumeo que pronta y fríamente se generalizó y se hizo más fuerte en las primeras horas de la mañana. Un extenso manto blanco cubrió edificios y parques, calles y vehículos dejados a la intemperie y los cerros de Calabazas, Las Noas, El Campestre y De la Cruz, entre los más identificables. La nieve había congelado arbustos y ramas como lo hacen los refrigeradores.

Los padres precavidos hasta la exageración, no llevaron a sus hijos a la escuela para que no enfermaran, privándolos del placer de tocar y jugar con la nieve dando forma a los muñecos tradicionales de tres bolas: cabeza, barriga y pierna, adornados con un gorrito negro y ramas semejando brazos. Pero no todos los niños faltaron a las aulas. Protegidos con chamarra y capucha de piel de borrego brincaron y retozaron entre la nieve en los patios del recreo y se arrojaron mutuamente bolas del agua solidificada caída del cielo. Sus maestros y no pocos padres adultos avanzados, compartieron esa emoción.

Todos los infantes que no fueron a la escuela, se volcaron en los parques públicos, como sucedió en el Guadalupe Victoria de la Ciudad Jardín.

Con un doloroso contraste, el inesperado fenómeno natural causó estragos en los barrios más miserables de la región, citadinos y rurales donde las casas de cartón y paredes de garrocha y barro quedaron expuestas a los rigores del mal tiempo, pero en esos lugares los niños indigentes también corretearon festivos entre las sábanas blancas que cubrieron el entorno. En diciembre de 1997, la nevada más reciente, las autoridades de Gómez Palacio, Lerdo y Torreón abrieron albergues y proporcionaron alimentos y cobijas a las familias en desgracia.

-¡No salgan a la calle! A su edad podrían quedar congelados como si fueran esculturas de hielo, advirtió telefónicamente un hijo a los ancianos padres, pero éstos no se habían movido para nada de sus camas y cuartos con calefacción con dos cobijas encima, camisetas de manga larga, dos sudaderas sobrepuestas y un suéter de lana tejida. Pero tampoco pasaron por alto el mágico espectáculo que se abría a sus ojos y tomaron fotografías desde las ventanas para contar con un testimonio gráfico. Los más apegados a los portentos de la naturaleza salieron a las banquetas con cámara listas para el disparo; las manos se helaron y un viento cortante maltrató el rostro y regresaron corriendo al calor del hogar.

Otros no salieron a caminar por la calle rumbo al mercado para las compras habituales, conscientes de que ya son vulnerables y podrían caer y yacer en tierra con la ceja y lo bigotes nevados, pero felices, Saben esos viejos que su frágil organismo quedaría expuesto a los rigores de las nevadas de invierno y el frío congelante; se concretaron a recordar sus andanzas infantiles en medio de los acumulamientos de nieve en los parques públicos, calles y en los patios y techos de sus casas.

Los adultos en edad productiva -mujeres y hombres por igual- no aflojaron sus tareas y fueron a encontrarse con puntualidad a sus respectivos compromisos, los reporteros por delante, pero después de los médicos, enfermeras y asistentes del IMSS y del ISSSTE.

La nevada de 1997 sorprendió gratamente a los laguneros y ayer como ahora se repitió el disfrute.

A nivel personal recuerdo mi primera nevada de la infancia en los años 40 del siglo pasado. Mi hermano mayor me cargó en sus hombros y se puso a brincar entre la blanca capa, marcando fugazmente el contorno de sus pies sobre el suelo helado. Corría por uno de los desaparecidos camellones de la calzada 20 de Noviembre y en una de sus vueltas caí de espaldas sobre sus espaldas, pero no me soltó de las piernas. La cabeza quedó invertida y mis ojos, aunque al revés se llenaron de blancura. Inolvidable esa cercanía tan estrecha con los prodigios de la naturaleza.

Ahora de viejo, sólo los veo de lejos y mis únicas vueltas son al departamento de rehabilitación y terapia física del ISSSTE, pero también estoy contento, esperando que los parientes que radican en la ciudad de México me lleven a las faldas del Popocatépetl el don Goyo coronado eternamente de nieve y aún en activo. Ojalá no se demoren.

El paseo gratis en el recién inaugurado teleférico de Torreón, por mi parte, tendrá que esperar a que mejore el tiempo. Convertirse en paleta en las alturas no sería nada agradable.

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