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ADELA CELORIO

El 12 de diciembre cantaré Las mañanitas por si a nuestra Morenita le queda algún tiempo de oírnos ahora que el eterno candidato la puso a chambear en su campaña.

Dios ha puesto en nuestras manos un fruto de alegría. Que nada cante más allá ni más acá de la vida. — Guillermo Fernández

Festivo y obsequioso, con aromas de pino y tejocote, el mes de diciembre impone la alegría entre los hombres de buena voluntad; y entre los de mala voluntad también. Celebramos los malos y los buenos aunque ahora ya no esté muy claro quiénes son los unos y quienes los otros. Llegan las posadas para disfrute de niños y adultos con alma de niño. Ni siquiera quienes hemos perdido la inocencia podemos sustraernos a la intensidad de la temporada que, ritual y costosa, tiene algo de artificial.

Si bien es cierto que el entusiasmo colectivo acaba por contagiarme y participo activamente de brindis y abrazos, también lo es que ésta temporada me despierta emociones contradictorias. El sobadísimo cliché de “en compañía de tus seres queridos” me remite de inmediato a los amores que la muerte me ha arrebatado. Me tengo lástima, estoy tan sola, nadie me quiere, pobre de mí… Re-siento hasta el enojo provocado por el florero de plástico que me regalaron hace ya muchos años las gorgonas. Como experimentada masoquista que soy, hago recuento de los huracanes, de los temblores, del hocicón del copete amarillo, del PRI y sus cuarenta ladrones. En fin, re-siento todo aquello que hizo de nuestro año una porquería. Y para no dejar nada fuera, también me enoja la catarata de frases hechas que envueltas para regalo me obsequian amigos y conocidos.

Pensándolo bien, podría ser que enfatice mi nostalgia la publicidad que, junto a un árbol llenito de regalos, muestra a una hermosa familia: papá, mamá, unos niños rubiecitos y hasta dos hermosos perros que nunca hacen caca en la alfombra. ¡Maldición! Entre más felices parecen los otros más desgraciada me siento yo. Seguramente se trata de envidia pero, por la razón que sea, la Navidad me pone nostálgica. Rescato de la paja en la que duermen durante el año a los ángeles de barro con las alas rotas, a la Virgen que ya perdió una manita y a la figura descolorida y polvosa de mi querido San José; entre las brumas de mi memoria se abre paso la imagen de mis niños tan lindos, tan educados, 'ayudando' a mami a poner el Nacimiento: “¡Mamá, mamá!, mi hermano se tiró un pedo y además me dijo ¡imbécil!” La dolorosa añoranza de la infancia de mis hijos, de sus risas, de sus pleitos, y hasta de los pegajosos villancicos de Los Pedroches, ensombrece mi espíritu. Y sin embargo se vive: escucho el Mesías de Handel, adorno un pino fresco (adoro el aroma) y acepto entristecerme con mi mejor cara para no amargar la apabullante alegría que llega con el aguinaldo.

El 12 de diciembre cantaré Las mañanitas por si a nuestra Morenita le queda algún tiempo de oírnos ahora que el eterno candidato la puso a chambear en su campaña.

Me programo para lidiar con las exigencias contradictorias de mi alma. Me dispongo a la apoteosis decembrina. Aunque no perdone el daño que eventualmente me han infligido (ya he dicho aquí que perdonar es la chamba de Dios), mi familia me importa. La consciencia de las ofensas que seguramente yo misma les he hecho y el amor que siento por ellos, supera a todo lo demás. Ha llegado la hora de que desde el más apasionado y fraternal centro de mi espíritu, abrace y desee la paz y la sonrisa a los menesterosos de amor, a los incomprendidos, a los solos y hasta a los delincuentes. Vaya desde aquí mi fraternal abrazo a los emigrantes que arrastran su desesperación por el mundo. A todos aquellos que pasarán una Nochebuena en santa paz y entre sus seres queridos, a ellos no les mando nada porque sobrados de suerte como están, nada necesitan. En cuanto a usted, pacientísimo lector que me acompaña hasta aquí, le pido perdón por mis notas falsas. Son un poco de vinagre para bajar la abundancia de azúcar que provoca en la sangre el exceso de felicidad.

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