Columnas Social

ENSAYO SOBRE LA CULTURA

ENTONCES, EL ARTE

La mayoría de las veces, cuando nos referimos a la cultura, se piensa que nos estamos refiriendo al arte. La historia, la ciencia, la filosofía, los usos y las costumbres, la ideología, el mito, el rito y la religión, son también cultura; sin embargo, la preponderancia se la lleva el arte. O, podríamos decir, se la llevaba, porque en los últimos decenios ha venido bajando su valor, de tal manera que muchos se preguntan que para qué sirve el arte, y fácilmente lo suplen con el artículo decorativo que representa el lujo y la posición social o el poder económico.

Las cuevas de Altamira nos sirven para demostrar que el arte fue una de las primeras formas que el hombre tuvo para representar al mundo y de alguna manera manejarlo a su beneficio. La figura que existe en las cuevas es un bisonte corriendo, animal que quiere ser cazado para que proporcione el alimento a la tribu.

A través del arte, quisimos representarnos al mundo y las cosas no conocidas la suplimos con la imaginación. El poeta tuvo que inventar los principios del mundo. Imaginar un caos que antecedía al orden y liberar las familias de dioses que dieron a las primeras comunidades su razón de ser. Proyectó las características humanas al describir a los dioses. La mitología es un largo cuento que se va hilando con otras historias, llenándose de situaciones mágicas y maravillosas, por obra y gracia de la tradición oral que después va a ser recogida en los libros que sustentan la cultura de todas las civilizaciones.

A través de manifestaciones como la música y la danza, la misma poesía, la representación dramática, el artista descubrió la parte espiritual de su ser; primero, sintió a la naturaleza y después desarrolló la conciencia de la relación y la dependencia que existía entre él y lo que le rodeaba. Primero, interpretó con el sentimiento y después buscó una mejor forma de estar seguro de que lo que conocía era verdad, por medio de una técnica como la filosofía.

El arte antecede a la filosofía y a la ciencia, como forma de conocimiento y de interpretación de la realidad. Los poemas y los cuentos tienen su relación de ser como un medio de estructura la realidad. Por medio de las historias, también se ha ido conformando una conciencia moral.

La subjetividad del artista nos hizo conocer al mundo a su manera, pero también, por medio de esa misma subjetividad, nosotros podemos acercarnos a civilizaciones distantes a nosotros en el tiempo y en el espacio. Los trágicos griegos nos indican que este pueblo creía en el destino manifiesto; los mitos Náhuatl también nos cuentan de su razón de ser guerreros por el culto que le tenían a Huitzilopochtli. Es completamente diferente de como los griegos representan la figura humana y como lo hacen los aztecas. En los primeros, hay un gran respeto a la belleza del cuerpo; en los segundos, se multiplican los simbolismos que muchas veces sus figuras nos parecen horrorosas como si quisieran infundir temor en los pueblos que conquistaban.

El arte nos representa y nos habla de lo desconocido. El inframundo y el cielo nos lo imaginamos de una determinada manera según nuestro acercamiento con diversos artistas. Los buenos se convierten en universos semióticos que vienen a enriquecer al nuestro. La interpretación de un Miguel Ángel es única y particular. Rilke se dejó seducir por los ángeles y la pintura del Greco. Buscamos el alma del pueblo americano de las entre guerras, por medio de la generación perdida, en escritores como Faulkner, Hemingway, Fitzgerald, John Dos Passos y muchos más; la decepción que produjeron las dos guerras mundiales a través de la mirada de los existencialistas, como Camus y Sartre, o la potencialidad imaginativa tropical latinoamericana por medio de la visión de Carpentier, García Márquez y Borges.

Las anteriores son formas únicas de conocer al mundo y de conocernos a nosotros mismos. Ni la filosofía, ciencia o ideología, nos acercan a la sensibilidad humana que se expresa en una buena novela o en un poema genial. La visión de Juan Ramón Jiménez es irremplazable, la de García Lorca, la de Octavio Paz. En cada uno de ellos, existe una cosmovisión, como lo fue Sor Juana Inés de la Cruz o Lope de Vega o el divino Dante, muy alejada de los lugares comunes que usan los pésimos poetas

Nadie me hace sentir la pasión como Beethoven y la paz como Vivaldi. Mozart es un joven juguetón y Brahms y Liszt nos acercan al sentimiento popular de las danzas polacas. Chopin es un espíritu rebelde, Tchaikovski cultiva la fantasía. Todos llenan mi espíritu.

  Por: José Luis Herrera Arce

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