Columnas Social

PIÉNSALE PIÉNSALE

ARTURO MACÍAS PEDROZA

ESPERANZA, CONFIANZA, SEGURIDAD

Ante los grandes poderes nacionales y transnacionales que parecen ser invencibles, muchos han perdido la esperanza de lograr la transformación que el país necesita. La esperanza es necesaria a todos, pues al no tener resuelto el problema del futuro, se pierde con ello todas las dimensiones de la vida humana: implica la interpretación de los acontecimientos históricos, de nosotros mismos, la valoración de las instituciones, de los dinamismos sociales, la toma de postura respecto del operar y del desarrollo del hombre hacia una plenitud. Cuando la conciencia del futuro se pierde, dejamos de ser nosotros mismos un proyecto; no hay puerto a donde llegar y no hay placer de navegar; no hay compromiso de construirnos; se pierde una fundamental actitud, y con ella caemos en una vida fragmentada que falsea la realidad e impide vivirla en plenitud. Se pierde el compromiso de superar los obstáculos, porque la realidad actual no tiene con qué compararse, ya no se busca la posesión del bien y de la paz. Es una forma de inmovilismo cadavérico. Vivir es esperar; perder la esperanza es morir, porque ya no se ama ni se desea nada. Para el hombre no existe alternativa en la esperanza: si muere la esperanza ya no vive como hombre.

El compromiso que la esperanza provoca, no está orientado a hacer cosas o producir bienes, sino principalmente al crecimiento y al desarrollo total y solidario de la justicia y de la amistad entre los hombre. Y así la esperanza deviene fuerza unificadora de existencias que se orientan a la comunión, a la convergencia de camino en el marchar hacia la meta; brinda un mañana siempre nuevo a la vida, con lo que se hace radicalmente joven. Resulta pues básica para comprender y vivir la existencia.

Pero la esperanza se fundamenta en la fe en que Dios lleva la historia a plenitud, que ha intervenido y sigue interviniendo en ella. En la fe se basa la posibilidad de conseguir un futuro maravilloso, y del Dios que ha intervenido en la historia para darle un sentido, toma la fuerza para seguir trabajando.

Es por eso que lo primero que hay que hacer para manipular a un pueblo es alejarlo de Dios; convencerlo de que la muerte es la última realidad sobre la vida del hombre, pero muchos no han perdido la gran verdad que otorga profundidad a la historia del mundo y del hombre; la convicción que da rumbo y sentido a la vida y al compromiso humano. Toda la vida cambia cuando estamos seguros que ya ha comenzado el fin de los tiempos, que el mundo renovado es ya una realidad, si bien invisible y misteriosa, pero que será plena y definitiva.

El divorcio entre fe y vida creado por una concepción dualista, ha producido una nueva especie de ateísmo: el de aquellos "religiosos" que han hecho un espacio sagrado en sus vidas, independiente de todas las demás áreas de la realidad. Es un "Sancta sanctorum" que encarcela el poder divino, y su influencia que debería tener en toda la realidad personal y social. Así las cosas, el poder de la esperanza es también reprimido, y el hombre continúa siendo víctima del explotador, del manipulador y del asesino.

Es necesario romper el velo que separa lo sagrado de lo profano. Una fe en salida hacia las periferias, empieza influenciando todas nuestras realidades personales, superando las categorías laicistas, que consideran al César con el mismo poder de Dios. Un verdadera laicidad no trae el "disito" en la boca, pero tampoco considera la realidad "químicamente pura", de Dios. La fe requiere abrirse a la acción salvadora y renovadora de Dios, liberándose de la mediocridad y de caricaturas de fe que enajenan y se convierten, entonces sí, en el "opio del pueblo".

Si nos dejamos conquistar completamente por la vida, la verdad, la justicia, la paz, la gracia y el amor, abandonados y confiados a las promesas divinas, también nos abriremos sin miedo a una verdadera transformación de las estructuras como camino a un futuro, garantizado no por promesas de mesías terrenos, sino por las acciones salvíficas que Dios ha realizado y sigue realizando en la historia, significadas por Cristo Salvador, por la Iglesia como signo de salvación y por los signos salvíficos, sensibles y eficaces, que indican el camino hacia el futuro y dan fuerza para estar dispuestos siempre a comprometernos con todas nuestras fuerzas en favor de la gran causa de la solidaridad. La esperanza no es un asunto privado.

El problema de los desesperanzados es que disminuidos en su ser personal ya no quieren perfeccionarse; les destronaron las reivindicaciones por las que luchaban como la libertad, la justicia, la dignidad o la igualdad. Sin embargo las personas que ponen estas reivindicaciones subordinadas a la esperanza final, toman de ella un sentido más profundo.

La solidaridad, nos impulsa incesantemente a dar pruebas en la tierra de nuestra fe y de nuestra esperanza; descubrimos en nosotros y en los demás, fuente interiores de energía evidentes y escondidas, que nos harán descubrir que la esperanza es mucho más poderosa que el cansancio, la confabulación de los malvados, el control de las leyes, el dinero o las armas. La Laguna tiene que poner en acción la fuerza de la fe, con una Iglesia que con acciones de comunión, participación, compasión, organización y solidaridad, de signos de esperanza. ¡He aquí un gran reto para todos!

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