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Matemáticas herejes

El sistema solar en la ficción

Giuseppe Angeli, Lección de astronomía. Foto: Archivo Siglo Nuevo

Giuseppe Angeli, Lección de astronomía. Foto: Archivo Siglo Nuevo

MINERVA ANAID TURRIZA

Ni Galileo ni Lezuza se avinieron a acatar las prohibiciones, lo que llevó al astrónomo toscano a comparecer ante el Santo Oficio en 1633; el español ficticio también dio con sus huesos en la cárcel y enfrentó un proceso inquisitorial.

Al arrancar El matemático del rey, novela escrita por el albaceteño Juan Carlos Arce, el cuarto Felipe español acaba de subir al trono. Corre el año veintiuno de mil seiscientos y el monarca cuenta apenas dieciséis vueltas al sol… O quizá es el sol el que ha dado dieciséis vueltas en torno a quien será conocido como el Rey Planeta. Según la cosmología de la época la estrella solar era el cuarto planeta. Las disputas entre ciencia y religión sobre el movimiento o inmovilidad de los astros son el origen de cuantas vicisitudes se atravesarán en el camino de Juan Lezuza, el matemático al que alude el título.

Lezuza es un humilde profesor en la prestigiosa Universidad de Salamanca de la que él desea desesperadamente alejarse. El destino parece sonreírle cuando acude a Madrid convocado por su amigo Luis Obelar; le ha conseguido el nombramiento de maestro de matemáticas y geometría del joven rey.

«Quod natura non dat, Salamantica non præstat», o en buen castellano, “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga”, es un proverbio usado para ejemplificar que ningún estudio puede regalarle a alguien la inteligencia de la que 'naturalmente' carece. La frase hace alusión a la célebre institución donde laboraba nuestro personaje. No se trata de un dato menor, la de Salamanca es la universidad más antigua de España y la cuarta más longeva de Europa. Fue el primer centro educativo europeo tanto en obtener el título formal de universidad como en contar con biblioteca pública. Su lema es una muestra más de su fama: «Omnium scientiarum princeps Salmantica docet» (“Los principios de todas las ciencias se enseñan en Salamanca”).

¿Por qué Juan Lezuza desea abandonar un enclave que ya en la segunda década de 1600 contaba con cuatro siglos de renombre? No hay necesidad de especular, el mismo protagonista se encarga de explicarlo: “... sentía una enorme alegría […] por dejar atrás una universidad que sólo era importante en la enseñanza de letras y de leyes y que no le permitía mirar al cielo, que era lo que más amaba”. En otro momento se explaya amargamente sobre el tema: “... la muy distinguida y sabia Universidad de Salamanca, donde no se enseñan matemáticas ni geometría ni anatomía ni botánica ni nada que pueda acercarse a la ciencia. Pero que es capaz de elaborar mil libros para explicar muy santamente qué pasa si un ratón mordisquea una hostia o qué ha ocurrido si se avinagra el vino o qué idioma usan los ángeles o si el Ente es unívoco o análogo.”

Existe otro factor que impulsa al protagonista a cambiar de aires y de vida: la paga. Las cosas no han cambiado tanto en cuatro siglos, la enseñanza no es para hacerse millonario, por el contrario, la mayor parte del tiempo apenas da para sobrevivir. Ante este cúmulo de circunstancias parece una buena idea dejar Salamanca por Madrid, así como abandonar la enseñanza en las aulas universitarias para convertirse en maestro particular de un único y regio alumno. Sin embargo, si todo fuese tan simple no habría novela.

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Sistema Copérnico. Foto: Universidad de Utrecht/NASA

ARGUMENTO

La trama principal sigue al gris matemático a través de las dificultades que desde el primer momento se presentan en su nuevo destino. Todo comienza con sus ropajes, totalmente inapropiados para la vida en la capital y su 'alto' cargo, pero ¿qué opciones tiene un hombre con estrecheces económicas y poco dado a seguir los vaivenes de la moda capitalina? Su trabajo tampoco será tan rutinario como antaño. Ser preceptor de la realeza, de entrada, lleva aparejadas unas estrictas reglas de conducta: “Tendrá siempre presente que el Rey no recibe más lección que la que se da en diálogo. Y ello viene a decir que no hará vuestra merced preguntas al Rey, ni investigará la comprensión de Su Majestad, ni le hará escribir, ni leer, ni copiar, ni aprender a la memoria, sino que hablará con el Rey, contestando a sus reales preguntas, copiando por él lo que deba apuntarse en un papel, leyéndole lo que deba ser leído y escuchando en cada momento lo que Su Majestad quiera decir, siempre de pie y sin volver la espalda”.

No obstante, los verdaderos problemas llegarán cuando comience la instrucción de su pupilo ya que Lezuza le contará que el Sol, y no la Tierra, es el centro de las órbitas de los planetas y que son éstos los que dan vueltas. Recordemos que la Iglesia Católica, a través de la Inquisición y el Papa, había censurado las teorías copernicanas desde 1616, durante los prolegómenos de lo que se convertirá en el «caso Galileo», calificándolas como “una insensatez, un absurdo en filosofía y formalmente heréticas"; ese año se había conminado a Galileo Galilei a presentar sus tesis como meras hipótesis y no como hechos demostrados, en consecuencia se prohibía presentar pruebas a favor de sus teorías, estas censuras y 'recomendaciones' eclesiásticas se hacían extensivas a todos los individuos y países católicos.

Ni Galileo ni Lezuza se avinieron a acatar las prohibiciones, lo que llevó al astrónomo toscano a comparecer ante el Santo Oficio en 1633; el español ficticio también dio con sus huesos en la cárcel y enfrentó un proceso inquisitorial que tiene numerosos puntos en común con el del científico italiano.

Cabe preguntarse ¿por qué la Iglesia estaba tan radicalmente en contra de la teoría heliocéntrica? La razón evidente es que contradecía algunos pasajes de la Biblia como el salmo 93:1, “Tú has fijado la Tierra firme e inmóvil”; Habacuc 3:11, “El sol y la luna se detuvieron en su sitio; a la luz de tus saetas se fueron, al resplandor de tu lanza fulgurante”, y Josué 10:12-13, en el episodio de la victoria contra los amorreos cuando el profeta pide al Sol que se detenga. No obstante, ni la inmovilidad terrestre ni el movimiento solar involucran un dogma de fe, por lo que la incógnita se mantiene aunque en este libro el abogado y dramaturgo Arce aventura una explicación digna de tenerse en cuenta. Para redondear, esta trama tiene un matiz político: cómo afecta al rey una acusación de herejía contra su maestro.

La subtrama, bastante más floja, se centra en Luis Obelar —maestro de álgebra y geometría en el Colegio Imperial— y tiene dos ingredientes principales: una historia de amor y una misteriosa bolsa que cae en sus manos por puro azar. El artículo le agenciará la persecución de unos matones extranjeros que irán cercándolo a él y a su criado Nicolás. Para tratar de equilibrar la balanza Obelar recurre a un grupo de bandidos, aparentemente amigos suyos, comandados por Ranillas y su novia Mariana, mejor conocida como Maricarnes. Este variopinto grupo tendrá un papel clave en la solución del misterio.

PERSONAJES

Los periplos del profesor Lezuza no afectan únicamente a su persona sino también a su familia. Su mujer, Inesa, definitivamente no lo entiende a él ni a su 'nefasta' afición a mirar el cielo. Las apariciones de la cónyuge se reducen a desacuerdos, lamentaciones y quejas sobre el esposo que le fue dado. El hijo de ambos, Pascual, tiene 11 años y prácticamente no es relevante para la historia.

Otro personaje femenino es Isabela, amante de Obelar, una joven y bella mujer desposada con un juez al que no ama pero tiene un hijo con él y por eso siente la obligación de continuar en su matrimonio.

Ranillas, el jefe de los bandidos, pasa los días bebiendo y pontificando, aparentemente sin comer y sin dormir, en una taberna de mala muerte, acompañado por sus subordinados y la bella Maricarnes.

Fray Martín Vélez, comisario inquisidor, y fray Pedro Gómez, su ayudante, son los encargados de prender y enjuiciar a Juan Lezuza. Vélez es quien realmente se hace cargo del proceso, Gómez parece estar ahí solamente para servir de interlocutor ocasional a su maestro.

Este es uno de los puntos más débiles de la obra, hay muchos personajes y dan la sensación de que o bien su desarrollo se quedó a medias o bien podrían haber dado para mucho más. Esto se debe, quizá, a que es una novela muy corta, apenas 216 páginas con interlineados y márgenes amplios aunados a una letra más bien grande. Empero, eso no borra los méritos de una historia sencilla y amena. El lector no se arrepentirá de haberle dedicado las pocas horas que exige su lectura.

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Diego Velázquez, Felipe lV. Foto: Museo del Prado
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Juan Carlos Arce. Foto: Planeta
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