EL QUIJOTE II, 66
De regreso a su aldea, procedentes de Barcelona, van don Quijote y Sancho Panza. El primero acaba de ser vencido por el Caballero de la Blanca Luna y en cumplimiento de su palabra habrá de retirarse durante un año del ejercicio de las armas.
En el camino don Quijote reflexiona, con tristeza, sobre su derrota, que atribuye a que la flaqueza de Rocinante no pudo resistir "al poderoso ganador del caballo" de su adversario.
Para no ir cargando en el camino con el peso de las armas, que por lo demás ya no usarán en los términos de la palabra empeñada, Sancho propone dejarlas "colgadas de algún árbol, en lugar de un ahorcado, y ocupando yo las espaldas del rucio (su asno que llevaba en los lomos las armas), levantados los pies del suelo, haremos las jornadas (de camino) como vuesa merced las pidiere y mandare, que pensar que tengo de caminar a pie y hacerlas (de) grandes (distancias) es pensar en lo excusado".
Don Quijote está de acuerdo en dejar colgadas sus armas de un árbol y permanezcan ahí como trofeo, según hizo Roldán. Pero luego Sancho dice que "si no fuera por la falta que para el camino nos había de hacer Rocinante, también fuera bien dejarle colgado".
"-¡Pues ni él ni las armas -replicó don Quijote- quiero que se ahorquen, porque no se diga que A BUEN SERVICIO, MAL GALARDÓN".
En época de Cervantes y en tono de reproche, al sufrir la ingratitud de alguien se solía decir: "a buen servicio, mal galardón".
Hacia mediados del siglo XVII Luis Galindo escribió que parece ser una como "costumbre fatal que al mayor beneficio corresponde mayor ingratitud… (y que) usa este refrán también el criado fiel que como es ordinario se halla mal remunerado de su señor".
Y don Quijote no quiere ser malagradecido con sus armas y menos aún con su caballo Rocinante.
@jagarciavilla
