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Al Larguero

IRRITILAS

ALEJANDRO TOVAR

Los conquistadores españoles reportaron en 1596 que encontraron en derredor de aquella Laguna de Mayrán a indios semisalvajes, mitad hombres, mitad peces, porque habitaban en la tierra y en el agua, eran nómadas, no sembraban; pescaban y recolectaban. Se fueron pronto cuando supieron que no había el oro y plata que buscaban en aquella tierra inhóspita. De ellos venimos nosotros, laguneros que de repente sacamos la cabeza para hundirnos de nuevo.

Ahora mismo, en ese mareo emocional que le deja su equipo, uno quisiera ser parte de cierta teoría de compensación, como los ciegos, que tienen poderes musicales; o sea, no solo sufrir, sino tener un desahogo, una pago de algo en la venta de la ilusión por una decaída esperanza. Nuestra gente transita entre incertidumbre y en su memoria conviven secretos, verdades y mentiras, quizá en el fondo esperando que volviéramos a ser como los abuelos Irritilas, sin desesperaciones.

Sería bueno vivir sin agua, como dice Maná, aunque oficialmente el pueblo vive deprimido y quisiera huir por necesidad, olvidando el entorno y preguntar a su interior por respuestas que no llegan, salvo la necesidad del cambio, dejando los número de las tablas de lado, como si los porcentajes no actuaran, como si Santos y su gente no estuvieran mirando de cerca el abismo.

En la vida, el desesperado no solo por el futbol, sino por cualquier cosa, bien quisiera ser un libero inventado por los italianos para reforzar la defensa, como un mastín especial que tiene espíritu espartano, alma llanera y corazón vandálico, de ésos que aparecen arriba como fantasmas sin invitación, de ésos que le pueden pelear a la existencia y cambiarla con una genialidad.

Aunque lo ideal es oir las sirenas de octubre que te cambian al béisbol con todos los colores y matices, así como Justin Turner paseó su imagen recorriendo las bases, luego de su maravilloso cuadrangular a Lackey, con la melena rojiza y la barba de Garfio al aire, con la sonrisa de Liz Taylor, con los dientes contados por cada cámara, por cada micrófono, por cada alma de Dodgers.

Viendo a Kershaw uno imagina a Koufax, a Drysdale, a Maury Wills, a los viejos héroes y de pronto sale entre ellos Kirk Gibson, quien justo un día como el domingo (17 de octubre) pero de hace 29 años (1988) muy lesionado, salió del banco como emergente en la novena entrada, contra Oakland y su estrella Dennis Eckersley, con dos outs y uno en base. Disparó un jonrón histórico, tipo Turner y dio la vuelta en una pierna y todos en la tv desde aquí, parecía que corríamos a su lado con una sensación de felicidad que solo brindan esos que tienen otras miradas, otros sonidos, otros vidas. Esos que nacieron con el don de darle alegría a todo su pueblo.

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