Una más de las bromas que los Duques hicieron a don Quijote y Sancho Panza fue montarlos, con los ojos bien vendados, en un caballo de madera llamado Clavileño, que supuestamente volaba por los aires.
Para hacerles creer que en efecto dicho caballo surcó los cielos cuando los treparon en él, montaron una gran parafernalia: fuelles para provocar vientos que les hicieran suponer que iban volando; estopas calientes ligeras, pendientes de una caña, para hacerles sentir calor en el rostro, y cohetes tronadores de los que llenaron al caballo de madera.
Aunque Sancho tiene para sí que tal viaje fue en realidad un engaño, una burda farsa, sin embargo les sigue la corriente a los Duques y les cuenta su experiencia. Entre otras cosas les platica que en un determinado momento, sin que don Quijote se diera cuenta, bajó de Clavileño y, les dice: "me entretuve con las cabrillas (nombre popular de las siete estrellas que forman la constelación de las Pléyades) que son como unos alhelíes y como unas flores, casi tres cuartos de hora y Clavileño no se movió de un lugar, ni pasó adelante".
El Duque pregunta a don Quijote qué hacía él cuando Sancho "se entretenía con las cabras". Y le responde que como "tales sucesos van fuera del orden natural" considera que "no podíamos llegar al cielo donde están las siete cabrillas que Sancho dice, sin abrasarnos, y pues no nos asuramos, O SANCHO MIENTE O SANCHO SUEÑA".
Sigue la conversación así: "Decidme Sancho --preguntó el duque--: ¿vistes allá entre esas cabras algún cabrón?".
"-No, señor -respondió Sancho-, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna".
El comentario de don Quijote sobre su escudero, "o Sancho miente o Sancho sueña", se emplea para dar una salida honorable a quien se sabe que en realidad está mintiendo.
J.A García Villa
@jagarciavilla
