Admiro a Rafa Márquez. Desde aquel año del 98 cuando fichó por el AS Monaco y se enfundó con el jersey albirrojo del Principado. Me alegré por él y por México cuando emigró al Barcelona y sentí orgullo cuando lo vi jugar al lado de Ronaldinho, Puyol, Deco, Eto'o y demás cracks sin desentonar. Incluso me atreví a comprar un jersey blaugrana y estampar el apellido que compartimos junto con su histórico número 4. Morí de envidia cuando Rafa regresó al futbol mexicano para jugar con León y no con Santos. Me hubiera encantado verlo defender la playera de los Guerreros.
Rafa Márquez no sólo se convirtió en un ícono del futbol para los jóvenes aficionados al deporte. También es un referente para los propios futbolistas, que atienden al llamado del Kaiser en la cancha sin vacilar y fuera de ella le respetan y lo llaman a crear su Comisión de Jugadores.
La noticia que hizo eco en todo el mundo en torno a su presunto nexo con un narcotraficante como prestanombres está a punto de tirar por tierra todo lo que construyó en años dentro de la cancha. Sus cuentas en Estados Unidos fueron congeladas y su visa cancelada.
Giovani y Jonathan Dos Santos al igual que Carlos Vela decidieron emigrar al futbol estadounidense. Ahora el Kaiser no puede pisar territorio americano. A un año del mundial.
Pronto, la justicia mexicana confirmó que El Kaiser acudió voluntariamente a rendir su declaración y cooperar con las autoridades nacionales y con el Gobierno de Estados Unidos. Su agente, afirma tajante "Es inocente". Márquez ha optado por guardar silencio a sugerencia de sus abogados.
Viene una larga batalla para el capitán de la Selección Nacional. Durante casi dos décadas se erigió como la figura a seguir no sólo en el deporte sino en otros ámbitos sociales: ha sido exitoso, filántropo, hombre de familia, sin aparecer en polémicas. Hasta hoy.
