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LA columna del perro

M.V.Z. MIGUEL DÁVILA DÁVILA

LA VIDA DE UN VETERINARIO

No es ningún secreto que el matrimonio obliga al médico veterinario clínico a aceptar la injerencia en su profesión, en su vida conyugal. Es cierto que el clínico no trabaja, o no tiene por qué hacerlo, las 24 horas los 365 días del año, pero no menos cierto es que al clínico veterinario puede producírsele la llamada de un cliente a cualquier hora del día y de la noche, lo que indefectiblemente acaba incidiendo sobre la vida privada.

En la práctica esta incidencia se traduce en un horario irregular de comidas, en tener que salir de casa precisamente en el momento que llega una visita largo tiempo esperada, llegar tarde a los espectáculos. A medida que los hijos crecen, significa el que tengan que asistir a las aperturas de curso, encuentros deportivos, etc., sin su padre, porque éste está efectuando una consulta o desarrollo de una cirugía.

Los recados telefónicos, en fin, imponen un cierto patrón de vida familiar, obligando dudar siempre antes de aceptar una invitación para una fecha determinada. La necesidad de contar con todos estos condicionantes, y hacerlo deportivamente, gravita tanto sobre la esposa como sobre el marido.

Muchos jóvenes graduados que acaban de iniciar su vida profesional, se resienten de las limitaciones que les impone a su libertad de acción, constándoles, en ocasiones, incluso antes de llegar a acostumbrarse, no siendo tampoco raro que acaben por abandonar la clínica, una veces por decisión propia, otras forzadas por su esposa. Y es que, efectivamente los conflictos conyugales llegan a ser inevitables a menos que exista una exacta comprensión de lo que en realidad significa la clínica para la vida familiar.

Para la profesional la práctica clínica responde a una decisión libremente tomada, pero para su cónyuge se trata de un asunto que concierne inicial y exclusivamente a su marido, hasta el punto de que solo llegan a comprender, y a soportar, esta forma de vida aquellos que por fortuna, procedan de una familia de veterinarios, o médicos clínicos.

Por otro lado, practicar la clínica veterinaria proporciona satisfacciones personales y profesionales, además de una gama de amistades y relaciones, un estatus preponderante dentro de la comunidad y una independencia de la que no disfrutan aquellos que ejercen su actividad dentro de la institución de cualquier tipo.

Es indudable que en el futuro tendrán que producirse algunos cambios en la situación descrita y no sería malo que el estudiante evaluara los pros y los contras de la actual y se esforzase para que el necesario cambio se produjera en la forma más acorde con el espíritu de los nuevos tiempos. El establecimiento de un horario fijo de trabajo, descanso semanal regular y reducción al mínimo de las interferencias con la vida privada y familiar, objetivos que siendo desde luego deseables, son en cierta forma, al menos, incompatibles que exige la profesión veterinaria.

Y ahora, para terminar, una gota de filosofía: SOMOS CONVERSACIÓN PREDILECTA DE GENTE QUE SE CREE PERFECTA (CAMILO SESTO).

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