Columnas la Laguna

MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Muchas cosas me seducen de la casa que fue de mis abuelos.

Esas esferas plateadas y doradas, rojas y verdes y amarillas, a las que nos acercábamos de niños para ver reflejados nuestros rostros y reír por las deformes trazas que en ellas adquirían.

Aquel baúl, tan grande que hoy ocuparía media habitación de una casa moderna, y que al abrirlo despide aún aromas de espliego y de lavanda.

La doliente estampa del Ánima Sola ardiendo en las llamas del purgatorio; una bella mujer de hermoso rostro y senos túrgidos que nuestras tías nunca se cuidaron de ocultar a nuestras miradas infantiles, llenas de curiosidad y de premoniciones.

Pero el objeto que me encanta más es el abanico que esconde entre sus pliegues un diminuto espejo que servía para que su dueña viera sin que nadie viera lo que estaba viendo. Que servía, sobre todo, para que su dueña viera si la estaban viendo.

Parecen cosas idas todas ésas, pero aquí están. Parecen gentes idas quienes las poseyeron, pero aquí están.

¡Hasta mañana!...

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