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Aprender a ser padre

Opinión - Jaque mate

Aprender a ser padre

Aprender a ser padre

SERGIO SARMIENTO

Los avances de la tecnología, el control de la reproducción y la liberación femenina han cambiado las reglas del juego en las últimas décadas. Las mamás ya no necesitan la protección de un varón para sobrevivir.

No es fácil ser padre. Las madres tienen un instinto natural para proteger a sus hijos, para sacrificarse por ellos. Esa es la manera en que preservan los genes que han pasado a la siguiente generación. Los hombres, en cambio, tienen un instituto inicial de esparcir su semilla. No sienten la misma responsabilidad que las mujeres a la hora de cuidar a los críos que dejan atrás.

Por eso es tan grande el número de padres que abandonan a sus parejas y a sus pequeños. Por eso es tan común encontrar hogares encabezados por mamás solas.

Los niños, sin embargo, necesitan de ambos. La madre proporciona los cuidados inmediatos, el trato amoroso cotidiano, la ayuda para actos tan indispensables a cierta edad como aprender a vestirse y mantenerse aseados.

La protección del papá es más distante, pero igualmente importante. Un progenitor suele estar ausente buena parte del día; pero en la noche, el niño sabe que el padre duerme cerca, listo para la defensa en caso de agresión, se siente seguro.

La familia contemporánea no es producto de la genética del ser humano. Durante cientos de miles de años los humanos vivieron una existencia nómada en pequeños clanes o grupos que se formaban en torno a la fémina fecunda. La paternidad no se reconocía ni se entendía. La mujer daba a luz protegida por tíos y hermanos y la descendencia se mantenía unida, mientras los machos ayuntaban con hembras de otros clanes que encontraban en su existencia cotidiana.

La familia nuclear, tal y como la conocemos, es producto de la revolución neolítica de hace 9 mil o 10 mil años. Las comunidades humanas empezaron a abandonar el nomadismo, tras descubrir la agricultura y el fuego, y establecieron las primeras aldeas. La propiedad privada de suelo fértil se convirtió en un factor determinante para la acumulación de riqueza. Ya se entendía el papel del actor masculino en la procreación y los dueños de la tierra quisieron asegurar que sus hijos y sus nietos se quedaran con los terrenos que poseían. La mujer pasó a ser una forma de propiedad de un hombre decidido a asegurar que sus pertenencias quedaran en manos solamente de sus descendientes.

Los avances de la tecnología, el control de la reproducción y la liberación femenina han cambiado las reglas del juego en las últimas décadas. Las mamás ya no necesitan la protección de un varón para sobrevivir y para asegurar la supervivencia de sus retoños.

Un padre, hoy, debe serlo por convicción. El placer que otorga la paternidad, el ver crecer a sus vástagos como seres fuertes y autosuficientes, es enorme. Para lograrlo el papá debe estar dispuesto a ser generoso, a convertirse en un proveedor y un soporte sólido para la pareja, o la ex pareja, y para sus críos.

La estructura de la familia ha cambiado mucho a lo largo de los milenios. No somos como las abejas o las hormigas que tienen la organización idónea escrita en el ADN. Los humanos tenemos que hacer esfuerzos para construir una célula hogareña que respete nuestros deseos y ambiciones, pero que dé a los descendientes y a la pareja las garantías que necesitan y merecen.

En la sociedad contemporánea, en la que el concepto de familia está cambiando, es indispensable aprender a ser padre. Si no entendemos cuál debe ser el papel del progenitor, no podremos ser los bastiones que merecen nuestros hijos.

Twitter: @SergioSarmiento

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