Columnas la Laguna

METÁFORA CIUDADANA

Dr. Luis Alberto Vázquez Álvarez Ph.D.

HONESTIDAD DESTRUIDA

"Así como digo una cosa, digo otra".

La Chimoltrufia

Cuenta una extraña leyenda que las mariquitas al principio no tenían sus famosos puntitos negros sobre su caparazón naranja. Ellas estuvieron a punto de desaparecer cuando guiadas por Cayus Insectus, una tormenta inundó el camino por el que viajaban y éste desapareció entre las aguas. Desesperadas por la falta de un guía, decidieron que lo sería quien primero llegara al lago de la región sur y regresara para describirlo.

Las mariquitas se lanzaron a la aventura, y poco a poco fueron regresando, contando lo bello que estaba el lago en aquella época del año: aguas cristalinas, lleno de flores y hierba fresca en sus orillas; una belleza increíble. Pero la última de todas ellas tardaba en llegar. La esperaron y, cuando regresó, lo hacía cabizbaja y avergonzada, pues no había encontrado el lago. Todas criticaron su torpeza y lentitud, y se prepararon para continuar el viaje al día siguiente, siguiendo al nuevo guía, aquel quien había contado mayores bellezas de la laguna.

Caminaron toda la mañana hacia el Norte, hasta que, al atravesar unas hierbas espesas y altas, se detuvieron atónitos: ¡frente a ellos estaba el Gran Lago!; pero no tenía ni flores, ni hierba, ni aguas cristalinas. Las lluvias lo habían convertido en una gran charca lodosa y verde.

Comprendieron al momento la situación, pues al ser arrastrados por el río habían dejado atrás el lago sin saberlo, y cuantos salieron a buscarlo lo hicieron en dirección equivocada. Así descubrieron que, salvo aquella mariquita tardona, todos deseaban tanto convertirse en Gran Guía, que no les había importado mentir para conseguirlo.

Decidieron entonces que cada vez que una de ellas fuera descubierta engañando, pintarían un lunar negro en su espalda, para que no pudiera ni borrarlos, ni saber cuántos tenía. Y desde entonces, cuando una mariquita mira a otra por la espalda, ya sabe si es de fiar, según su número de lunares.

El mentir es algo natural para los políticos, pero en épocas electorales, se dimensiona exponencialmente, el engaño surge sin disimulo; las declaraciones falsas en público se presentan con tanta facilidad que habrá quienes lleguen a creerlas sinceras; se niega lo verdadero y se afirma aquello que se sabe es embuste, siempre y cuando cualquiera de estas premisas convengan a sus intereses. En tales circunstancias, los falaces políticos consideran a los ciudadanos tontos, imberbes y estúpidos; establecen el criterio de que el pueblo es idiota y como tiene hambre, se tragará todo, lo mismo las patrañas de empleos bien pagados o salud generalizada. Y hasta el ofrecimiento de "honestidad" por quienes son los más deplorables corruptos de la campaña electoral.

La élite gobernante y sus lacayos, ya sean candidatos o sucedáneos, conciben que la capacidad crítica del pueblo es tan baja y que su aprecio por sí mismo es tan miserable, que pueden mantener su poder y riqueza en la más visible ocultación y pueden divulgar el engaño ante la vista de todos, al final, ellos no comprenden y menos aún, protestan; prueba de esto es que siguen votando por los opresores, potentados corruptos, hasta hace poco porros universitarios y líderes precaristas, hoy dueños mansiones sultanescas en las más lujosas colonias, con vehículos ultra lujosos; incluso de colección y hasta haciendas palaciegas.

Nefastos malandrines que se arrojan lodo a la cara uno a otro, excremento extirpado de su propio rostro para lanzarlo al oponente ante el estupor del elector y así provocar que este no acuda a las urnas asqueado de la podredumbre política, de los dolosos discursos de promesas inalcanzables e incumplibles y con esa artimaña ganar, gracias al voto duro arrancado a las huestes hambrientas compradas con míseras limosnas podridas.

Su moral y su ética encarnan la estafa y la mentira tan profundamente, que carecen de la más elemental dimensión social y humana; no sienten necesidad alguna de explicar sus actos fraudulentos; patéticamente se arropan en la bandera de la honestidad, ellos se declaran íntegros y puros a pesar de que sabemos perfectamente de sus timos, de sus empresas fantasmas, de sus infinitas manchas negras en su caparazón; vemos cómo sus gastos de campaña son insultos a la pobreza de las colonias que visitan para compararles su votos y de las carencias de medicamentos esenciales en hospitales del sector público; niegan la pueril realidad en que han enredado al país y todos creen merecer la abundancia corriendo desesperadamente tras ella. Está claro que, al no tener un modelo ético respetuoso de la dignidad del ser humano, desprecian y denigran con sus actos a la humanidad entera.

¿Cómo, descaradamente aseverar a los coahuilenses que se han reducido los crímenes cuando cada día aparecen víctimas sacrificadas del crimen organizado en sus calles?; ¿Cómo se atreven a decirle a los habitantes de Torreón que ha disminuido la delincuencia si 6 de cada diez casas han sido asaltadas en los últimos años y el robo de automóviles no tiene freno alguno?; ¿Cómo osan decir que mejoraron la ciudad si ésta, está a oscuras y ahogándose en calor ante la carencia de agua potable?

Cuidado cuando la esperanza tiene sólo connotaciones sombrías, cuando implica únicamente la derrota de los corruptos y no la construcción de un mundo nuevo donde la virtud y el talento sean el derrotero de la participación ciudadana.

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Escrito en: Metáfora ciudadana

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