Columnas Social

La columna del perro

M.V.Z. MIGUEL DÁVILA DÁVILA

Una segunda oportunidad

Yo pensé que no extrañaría a mi perro y lo pensé de esa manera porque a fin de cuentas era sólo un animal, es decir, un perro. Pero me fui acostumbrando a él conforme pasaba el tiempo. La primera vez que me vio se me echó encima amenazadoramente, y es que este ejemplar no tenía nada de especial en apariencia, no era bello físicamente, era una mezcla de Gran Danés con Doberman o al menos a mí me lo parecía. Nos conocimos después de una llamada telefónica de la señora Blanca Viesca de Vargas, quien ya contaba con tres mascotas más en su casa y este otro que se había acercado a su casa al sentirse protegido y alimentado por esta señora de buen corazón, quien lo tuvo por un tiempo y le daba de comer ya que se dormía en las puertas de su casa. Tiempo después tomo la decisión de dar eutanasia a este cachorro muy a su pesar, ya que tenía bajo su cuidado y protección más animales de los que podía atender y por empezar ella misma a batallar con problemas de salud. Por azar del destino, se quedó este perro en el consultorio y empezó a dar señas de ser un noble y excelente guardián, razón por la cual me comuniqué con la señora Blanca, que había sido su protectora, para pedirle que me permitiera quedarme con el animal, a lo que accedió con gusto para mi fortuna, explicándome, que eso era lo que ella quería, pues era incapaz de ver sufrir a un perro, esto sucedió hace aproximadamente treinta años, fue esta señora la que me enseñó que había que hacer algo por los seres desamparados, legado que pienso seguir a ultranza. Y así pasaron ocho años de compañía del “Cubano”, compañía para mi esposa y para mí. Después, llegaron mis hijos, a quienes El Cubano adoptó con gusto y con un celo y una nobleza a toda prueba. Pero tan cierto, y seguro en esta vida, es que todo lo que empieza termina. La vida del cubano llegó a su fin, y pensar que yo creía que no lo extrañaría, “me sobrevaloré”, que equivocado estaba, tal vez por pensar que siendo veterinario entendería este trance con más lucidez que cualquier otra persona, mi hijo mayor, que en ese tiempo era un niño pequeño, me dijo ¿por qué no le operas el tumor para que siga viviendo? Lo que mi hijo no alcanzaba a comprender era que en muchas ocasiones la solución está fuera del alcance del médico y solo está en manos de Dios. Al aplicarle la eutanasia, me vio por última vez con una mirada, en sus ojos que a mí me parecieron de venado, nos despedimos, yo con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos. Adiós Cubano, gracias por esos ocho años de amistad sincera, protección para mi familia y para mí. Deseo que como llevaste una vida, justo es que también tengas una buena muerte, le dije al empujar la última parte del émbolo de mi jeringa. Y pensar que creí que no te extrañaría “Cubano”, nunca te voy a olvidar. Y ahora para terminar, una gota de filosofía: EN EL MOMENTO QUE TE DIGAN QUE NO ERES BUENO EN ALGO, ES MOMENTO DE DEMOSTRAR QUE NO ERES BUENO, SINO EL MEJOR.

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