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El país de las guerras

Opinión - Jaque maet

El país de las guerras

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SERGIO SARMIENTO

El uso de armas químicas está prohibido por las convenciones de guerra. Si el gobierno de Siria las empleó para un ataque contra civiles podría ser juzgado por un crimen de lesa humanidad.

Al final todos los presidentes de Estados Unidos terminan por asumir el mismo papel de agresor y generan problemas que otros pagan con muerte y sufrimiento.

Uno de los pocos puntos positivos de Donald Trump en su campaña por la presidencia fue su promesa de desvincular al país de conflictos como el de Siria. Barack Obama, ocho años antes, había prometido sacar de Iraq y Afganistán las tropas enviadas por su predecesor, George W. Bush.

Si algo está ya uniendo a las presidencias de Obama y de Trump, sin embargo, es su involucramiento cada vez mayor en contiendas en las que Estados Unidos no tendría nada que hacer y en las que su presencia sólo ha creado destrucción para las poblaciones locales.

La guerra civil en Siria fue en parte producto de un esfuerzo de la administración de Barack Obama por derrocar al gobierno de Bashar al-Asad. En 2011, al registrarse los levantamientos conocidos como la Primavera Árabe, la presidencia de Obama (paradójicamente ganador del Premio Nobel de la Paz en 2009) respaldó a los grupos opositores a Asad. No hay duda de que Asad es un dictador, hijo de otro dictador, Hafez al-Asad, pero el régimen sirio no cayó ante los distintos movimientos rebeldes. La acción de Estados Unidos ha desatado, en cambio, un conflicto interno que ha dejado medio millón de muertos.

En el Despacho Oval ya deberían haber aprendido que derrocar a un dictador tiene consecuencias negativas muy importantes. George W. Bush invadió Iraq en 2003 para eliminar a Sadam Husein, un tirano tan sangriento o más que Asad, pero al lograr su propósito generó un vacío de poder que ha provocado una interminable ola de violencia. Las consecuencias de la intervención en Siria han sido peores porque no sólo ha sido incapaz de eliminar a Asad, sino que ha fortalecido al Estado Islámico, el principal grupo rebelde, que ha llevado a cabo actos de terrorismo en el mundo entero.

La decisión inicial de Trump de considerar al Estado Islámico, y no al gobierno de Damasco, como el verdadero enemigo era correcta. Este juicio cambió tras el ataque al pequeño poblado de Jan Sheijun, en la provincia de Idlib controlada por el Estado Islámico, en que más de 80 personas, incluidos una veintena de niños, perecieron víctimas de un gas tóxico. En represalia, y tras culpar a las huestes de Asad de usar armas químicas, la administración estadounidense bombardeó una base aérea siria. El régimen sirio y su aliado Rusia, sin embargo, han rechazado haber usado esas armas y han afirmado que éstas se encontraban en un almacén del Estado Islámico.

El uso de armas químicas está prohibido por las convenciones de guerra. Si el gobierno de Siria las empleó para un ataque contra civiles podría ser juzgado por un crimen de lesa humanidad. Pero no hay certeza de que el ataque haya ocurrido, ni tendría mucho sentido que Damasco recurriera a ese tipo de armamento contra un pueblo sin importancia militar y en un momento en que Estados Unidos había depuesto la actitud de beligerancia contra Asad que tuvo Obama.

El bombardeo a la base aérea, en cambio, es una acción unilateral, porque Trump no recurrió al respaldo de las Naciones Unidas, e ilegal. Confirma que Washington quiere derrocar al dictador. Esto, sin embargo, no hará más que fortalecer al Estado Islámico y a otros grupos terroristas.

Twitter: @SergioSarmiento

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