Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Como perro sin dueño. Esa expresiva frase popular describe cabalmente la manera en que me sentí la semana de Pascua, a la cual el buen Padre Ripalda daba el nombre de “florida”. Para mí esa semana no fue de flores, antes bien fue de secano; un páramo, un desierto, un erial. He aquí que desde que mis hijos eran niños mi esposa y yo hemos pasado esos días en la Isla del Padre, al sur de Texas. Este año, por primera vez desde hace medio siglo, ellos y mis nietos se fueron, y me quedé yo. ¿Por qué? Porque hice la solemnísima promesa -mis cuatro lectores habrán de recordarlo- de no pisar los Estados Unidos mientras sea Presidente ese mal hombre llamado Donald Trump. El dicho juramento, que he cumplido al pie de la letra, me condenó este año a una desolada semana de soledad. La pequeña casa en que vivimos mi señora y yo se me volvió enorme, pues su presencia la llena, y sin ella quedó vacía, y quedé vacío yo. Y es que sin mujer, sin mi mujer, soy nada. Cualquier hombre es nada si no tiene a su lado una mujer, sea esposa, madre, hija, hermana, amiga o compañera. Esto no lo digo porque piense que la mujer está para servir al hombre; lo digo porque creo que la mujer es el centro de la vida. Y eso no es idea mía; es cosa de la naturaleza, que tiene en la mujer a la hacedora de la vida y a su perpetuadora. Por eso la dotó de mayor fortaleza física y de un sexto, séptimo, octavo, noveno y décimo sentidos de que los hombres carecemos. A ninguna mujer, estoy seguro, se le ocurriría la peregrina ocurrencia de jurar que no pisará suelo de los Estados mientras Trump sea presidente. Yo hice tal juramento, y de ese modo me condené a mí mismo a desayunar durante siete días un café con leche acompañado por dos panes de esos que en mi ciudad se llaman “conchas”, en Monterrey “volcanes” y en Veracruz “bombas”. Me condené también a comer y cenar pizza toda la semana. ¡Y pensar que el próximo año me volverá a pasar lo mismo, si yo sigo en el mundo y en la presidencia Trump! Pascua florida. ¡Uta!... Tres señoras entablaron conversación. Dijo una: “Mi marido es productor de café. Tiene cafetales”. Declaró otra: “Mi marido es productor de nuez. Tiene nogales”. Manifestó la tercera: “Mi marido es productor de congas”. “¿Congas? -se desconcertaron las otras-. ¿Qué son congas?”. “No sé -confesó la señora-. Perome dicen que tiene congales”. Floribel no había gozado nunca las mieles del amor. En su noche de bodas quedó extática al disfrutarlas por primera vez, tanto que al terminar el primer acto del connubio le pidió a su maridito que de inmediato le obsequiara un bis o encore. El exhausto galán le informó: “Tendrás que esperar un poco, cielo mío, antes de repetir esto”. “¿Esperar? -se impacientó ella-. ¡Pero si hasta en la tele hay repetición instantánea!”. Un hombrón y un hombrecito se cruzaron en el baño de vapor del club. El primero, toroso y de estatura gigantea, mostraba un magnificente atributo masculino, en tanto que el chaparrín, enteco y escuchimizado, disponía sólo de una partícula que apenas se le veía. El pequeñito le dijo al otro con sincera admiración: “Lo felicito, amigo. Natura lo dotó de un aparato del cual puede enorgullecerse con justicia, por su tamaño singular. En cambio a mí, míreme usted, casi no se me mira. La naturaleza se mostró providente con usted, en tanto que amíme dio este adminículo minúsculo que me hace ver ridículo”. Respondió el lacertoso sujeto: “Le agradezco cumplidamente su felicitación. Pero dígame: su cosa ¿le funciona bien?”. Replicó el hombrecito: “En eso no tengo queja alguna. Mi parte, aunque pequeña, jamás me falla. Siempre se pone a la altura de las circunstancias”. Dijo entonces el otro con suplicante acento: “¡Se la cambio!”. FIN.

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