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INFLACIÓN EN AUMENTO

ROGELIO RAMÍREZ DE LA O

No debió ser sorpresa, pero el salto de la inflación anual en la primera quincena de abril sorprendió a muchos analistas. La tasa anual ya está en 5.6%, cuando en la segunda quincena de diciembre de 2016 cerró en 3.2%. Y ésta, a su vez, ya había subido de 2.3%, en diciembre de 2015.

El culpable más visible es el tipo de cambio, que se depreció mucho, de 17 por dólar en 2015 casi llegó a 22 por dólar antes de bajar a 18.6 actualmente.

Es obvio que el peso más débil causó ajustes de precios, sobre todo por parte de los productores de bienes que utilizan materias primas importadas. Aun así, estos productores habían sido muy cautelosos antes de subir precios, porque se daban cuenta que la demanda de consumidores es frágil.

El peso más débil, sin embargo, no es toda la causa de la inflación. Otra causa es el aumento de la energía, mismo que fue 0.1% anual en diciembre de 2015 y 17.1% en marzo. Lo que llevó la inflación de energía a este nivel fue el gasolinazo de enero, acompañado de aumentos en electricidad, sobre todo para la industria y el comercio.

Estos dos impactos aseguran que la inflación va aumentar cuando menos este año para quedar en 6% o más, dependiendo de qué otros aumentos tengan lugar y del tipo de cambio en diciembre.

La experiencia nos dice que los aumentos en energía son siempre propagadores de inflación. Tanto así, que los aumentos de energía dan la señal sobre la inflación general. En 2011 la energía aumentó 8.3% y la inflación fue 3.8%. En 2015, cuando el gobierno reprimió los aumentos y la energía sólo aumentó 0.1%, la inflación general fue 2.1%.

En 2017 la energía está aumentando a una tasa de 17.1% a marzo, lo que hará muy difícil contener la inflación, aun en la tasa de 6%, excepto por una presión deflacionaria.

Esta presión deflacionaria podría ser, por ejemplo, si el desempleo aumentara y el consumo familiar se reprimiera; si el peso se apreciara mucho más de donde hoy está (en 18.6 por dólar); o bien, que el gobierno bajara los precios de la energía, metiendo reversa a los aumentos de enero.

Todo lo anterior es posible, pero poco probable, excepto -y sólo en un grado muy reducido- por una apreciación adicional del peso contra el dólar, la cual tendría que verse como solamente temporal, quizás de aquí a noviembre próximo. El gobierno no va a reducir los precios de la energía, porque necesita precios altos para tener ingreso fiscal y para hacer atractivo al sector privado su participación en estos mercados.

Tampoco es probable un desplome en la demanda y aumento súbito del desempleo, pues estamos en un año de elección en el estado de México y el año próximo es de elección presidencial.

El Banco de México ya hizo dos transferencias brutales de recursos al gobierno, una en 2016 por 239 mil millones y la otra este año por 321 mil millones. Por no provenir estas transferencias de un flujo real de recursos, sino tan sólo de la contabilidad del valor de las reservas internacionales, se trata de creación neta y artificiosa de dinero.

Esto permite al gobierno mantener un nivel de gasto mucho mayor que el que habría tenido en ausencia de esas transferencias. Las transferencias lo dicen todo: se trata de mantener la actividad económica.

Los productores que estaban atrasados en el ajuste de sus precios a mayores costos de energía y materias primas importadas, lo cuales superan 30%, van a aprovechar esta oportunidad para subir precios y recuperar márgenes perdidos, antes de que ocurra la siguiente desaceleración. Ésta sería después de la elección de julio de 2018. Por eso la inflación no llegará en 2018 a la estimación oficial de 3%.

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