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Un oasis para la fauna antártica que cautiva a científicos

Desde hace décadas, científicos chilenos y estadounidenses pasan largas temporadas en este remoto lugar de la Antártida, ubicado a 62 grados latitud sur, con el objetivo de estudiar las especies e intentar descifrar los efectos del cambio climático. (EFE)

Desde hace décadas, científicos chilenos y estadounidenses pasan largas temporadas en este remoto lugar de la Antártida, ubicado a 62 grados latitud sur, con el objetivo de estudiar las especies e intentar descifrar los efectos del cambio climático. (EFE)

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El cabo Shirreff, una pequeña península situada en la isla Livingston, es un oasis para la fauna antártica en el que conviven distintos tipos de aves, pingüinos, focas y lobos marinos.

Desde hace décadas, científicos chilenos y estadounidenses pasan largas temporadas en este remoto lugar de la Antártida, ubicado a 62 grados latitud sur, con el objetivo de estudiar las especies e intentar descifrar los efectos del cambio climático.

"Cabo Shirreff es como un oasis en el que coexisten muchas especies. Esto nos ofrece la oportunidad no solo de estudiar cada uno de los animales, sino también la interacción entre ellos", dice el biólogo marino Renato Borrás.

Esta lengua de tierra helada de aproximadamente tres kilómetros de largo y medio de ancho alberga comunidades de pingüinos barbijo y papúa, además de aves marinas como petreles gigantes, gaviotas y skúas.

También está poblada por cuatro de los cinco tipos de focas que existen en la Antártida. Decenas de focas leopardo, de Weddell, cangrejeras y elefantes marinos yacen en las inhóspitas playas de color ceniza que delimitan la península.

Sin embargo, el gran protagonista es el lobo fino antártico, una especie de otárido que prácticamente quedó en la extinción en el siglo XIX por su singular y preciado pelaje.

La prohibición de su caza en la década de los 80 permitió que la alicaída población se recuperara rápidamente.

Actualmente, Cabo Shirreff es el refugio de la colonia más numerosa de lobos finos antárticos de las islas Shetland del Sur y aloja miles de ejemplares de esta especie.

La gran biodiversidad que coloniza esa porción de tierra fue el motivo por el cual los firmantes del Tratado Antártico la declararon como una zona especialmente protegida y restringida al turismo.

"Es fascinante que la enorme complejidad del ecosistema antártico se pueda estudiar en un lugar tan reducido", declara Borrás.

En esta pequeña península se ubica la base chilena Guillermo Mann y la estadounidense Shirreff, que cada año albergan durante tres o cuatro meses a una decena de científicos que desafían las gélidas temperaturas y el viento racheado para poder llevar a cabo sus investigaciones.

Aunque no se sabe con exactitud qué empuja a los animales a reunirse en esa porción de tierra, los científicos estiman que la geografía del lugar y la distribución del kril podrían ser determinantes.

"Además de ser todo un festín para los animales, la geografía del cabo lo convierte en uno de los lugares favoritos para la reproducción y la crianza de los mamíferos", explica el biólogo marino.

Desde hace tres años, este estudiante de doctorado de la Universidad Católica de Chile se traslada a la base chilena durante la temporada de verano austral para estudiar el comportamiento de la colonia de lobo fino antártico.

Su objetivo es determinar si este mamífero está preparado para lidiar con el cambio climático que afecta especialmente la península Antártica.

Esta región, la más septentrional del continente, es uno de los lugares del planeta que ha experimentado con más intensidad los embates del cambio climático.

En los últimos cincuenta años, la temperatura ha aumentado 6 grados Celsius, una tasa de incremento seis veces superior al calentamiento global promedio, según datos de la National Science Foundation de Estados Unidos.

"Además de un oasis, este lugar es un laboratorio natural para los científicos, pues nos permite estudiar cómo estas especies responden ante tales cambios extremos", añade el investigador.

La parte oeste de la península antártica, donde hace un año se alcanzaron los 17.5 grados, la temperatura más alta jamás antes registrada en el continente blanco, ya ha sufrido la desaparición de siete grandes mantos de hielo.

El derretimiento de estas plataformas heladas tiene un impacto directo en el ecosistema antártico ya que dificulta el crecimiento de las algas de las cuales se alimenta el kril.

La disminución del kril -base de la cadena trófica y alimento fundamental de numerosas especies antárticas- podría tener consecuencias catastróficas en términos ecológicos y poner en peligro las poblaciones de pingüinos y focas.

Las especies que habitan en Cabo Shirreff, situado en medio del área que más rápidamente ha cambiado en los últimos años a causa del cambio climático, lidian hoy con escenarios climáticos similares a los que podrían darse en otras zonas del continente en el futuro.

De ahí que Borrás recalque la importancia de "preservar este laboratorio natural" y "aumentar los esfuerzos científicos" para intentar descifrar las consecuencias del avance del cambio climático.

"Este lugar es como una ventana al futuro. Entender lo que ocurre aquí nos puede ayudar a prever lo que sucederá en otros puntos del planeta el día de mañana", concluyó el científico.

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Escrito en: Antártida

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