Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que escuchó a Gieseking tocar la Sonata en la mayor de Mozart, dio un nuevo sorbo a su martini, con dos aceituna -A veces dudo de Dios. Pero sólo aquel que cree puede dudar. Quisiera decir: "No dudo porque creo". Digo más bien: "Porque creo dudo".
-Mi fe no es la del carbonero -siguió diciendo Jean Cusset-. Feliz él, que cree en Dios igual que un niño cree en su papá. Mi fe, en cambio, vacila y tiembla como la flama de una vela expuesta al viento. Mas nunca se ha apagado, y sigue viva aun en medio de mis tempestades. Espero que no me abandone nunca aunque yo, débil como soy, la abandone algunas veces. En el momento de la muerte quiero oír una voz que me diga: "No temas. Aquí estoy". Entonces cerraré los ojos y dormiré tranquilo el sueño de la paz.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...