Siglo Nuevo

Adrián Oropeza

Entrevista

Foto: Secretaría de Cultura

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SAÚL RODRÍGUEZ

El jazz mexicano se ha caracterizado durante años por exportar músicos de talla internacional que han tenido la oportunidad de tocar junto a grandes estrellas en festivales de Sudamérica, Europa, Asia o Estados Unidos. Adrián Oropeza, licenciado en Jazz por la Escuela Superior de Música del INBA, es uno de estos eslabones que marca su presencia musical en el mapa jazzístico de México.

Oropeza se crió entre los brazos de la música desde muy pequeño. La influencia sonora adquirida en el núcleo familiar a través de su padre, sus tíos y sus abuelos se acopló con la obtenida en su círculo de amistades de la niñez, donde desfilan nombres de varios artistas como el baterista Antonio Sánchez o el compositor Rodrigo Sigal.

Aún siendo fiel seguidor del rock y de la música tradicional mexicana, encontró en el jazz otra forma de expresión musical, la cual decidió adoptar como su camino artístico y profesional. De los platillos de su batería emerge un sonido característico, es que según él “define a cada baterista”. En sus obras basadas en melodías y armonías de piano, también se puede apreciar la huella del maestro Enrique Nery, quien fue una gran influencia para él.

Siglo Nuevo charló en exclusiva con el maestro Adrián, quien además de encabezar su propio trío es integrante de Sattva Proyect, agrupación con la cual se encuentra horneando un álbum de jazz con medios electrónicos que se empezó a trabajar en 2015 en el programa Prácticas de Vuelo del Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras (CMMAS). Adrián Oropeza es un músico que se encuentra convencido de que los retos que enfrenta el jazz mexicano no son muy diferentes a los que presenta el género en otros países.

¿Cómo entra el jazz en su vida?

Pues yo vengo de una familia de músicos: mi papá es pianista y director de coros, todos mis tíos son músicos y mi abuelo también lo fue. Tuve presente la música desde que era niño. A mi papá le gustaba mucho la música clásica, es admirador de Beethoven, pero le gustaba mucho el jazz. Él escuchaba a Louis Armstrong y otros grandes jazzistas. Como todo joven yo empecé tocando rock, tuve mi banda y estuvimos tocando mucho. También toqué salsa y no tuve la idea de que me iba a dedicar a este tipo de música hasta ya después de mucho tiempo por influencia de mi papá. Eso fue hace 13 o 14 años, alrededor de 2002, cuando entré a la Escuela Superior de Música. Acerca del jazz que escuchaba, siempre he sido fan de Keith Jarret, es como de mis favoritos, Chick Korea, Michel Camilo, etcétera. Fíjate que soy muy amigo de Antonio Sánchez, nos conocemos desde niños. Me acuerdo mucho de que cuando estábamos en la primaria él ya tocaba y ya tenía todo el talento. Él también fue una gran influencia para mí porque empecé a ver la batería también por él.

¿Qué papel cree que juega la batería en el género del jazz?

Por supuesto que siempre va a ser un instrumento que acompañe, que lleve el ritmo, que junto con el contrabajo sea la base rítmica armónica, pero yo creo que lo interesante del género es que la batería misma ha ido cambiando y ya se ha vuelto un instrumento melódico capaz de generar diálogos y frases musicales. Eso también tiene que ver con que las baterías ahora sean más pequeñas, no son como las baterías de rock, que son bombos grandes y tambores más grandes, sino que la de jazz son medidas más pequeñas (un bombo de 18 o de 16 pulgadas en vez de 22 y toms más pequeños). Generalmente buscamos que los parches sean blancos porque les podemos dar una sonoridad distinta, y que la afinación entre todos los tambores sea cercana, que en términos musicales se diría que se busca tener una distancia de cuarta justa. Eso hace que la batería se vuelva también, como te digo, un instrumento melódico. Algo que nos distingue a los bateristas es que cada quien tiene sus platillos. Podemos adaptarnos a las baterías que ponen los festivales cuando no nos es posible llevarnos la nuestra, pero creo que los platillos y la tarola se han vuelto un sonido muy importante.

¿Cómo es que compone y adapta a los demás instrumentistas a sus obras?

Yo compongo principalmente en el piano, estudié ese instrumento con el maestro Jorge Córdoba y con Enrique Nery. La misma partitura la tienen el contrabajo y el piano. Son partituras donde se escribe la melodía, la armonía y el ritmo, que son los elementos de la música. No escribo partituras por separado, al menos que sea algo muy específico, en la misma partitura trato de poner todo. Llevo la partitura con los músicos y ellos pueden aportar ideas, que es algo que ha sido muy importante para mí y por eso siempre escojo a pianistas extraordinarios que tienen más conocimientos que yo (por ejemplo Quique Nery, Abraham Barrera, Daniel Wong, Alex Mercado, etcétera), con una amplitud armónica y melódica que permite soportar muchas cosas. Los contrabajistas como Aarón Cruz, Agustín Bernal u Óscar González también siempre aportan ideas y eso hace que la música crezca. Yo siempre escribo la música pero siempre me gusta trabajar en conjunto con el resto de los miembros del trío.

Cuando toca en vivo con otros músicos, ¿qué es lo más complicado de acoplar?

Creo que lo más importante es escuchar. Obviamente siempre se ensaya previo a la presentación. Mira, la música que yo hago no es tan complicada. Me interesa mucho hacer melodías que se puedan escuchar, es decir, que sean fáciles de escuchar y finalmente son excusas para la improvisación. El resto siempre es escuchar a los demás y estar muy atento a la respuesta, al calor humano, al diálogo, a la comunicación con los demás. Cuando se da eso yo creo que el jazz fluye solo. Con la música no hay tanto problema, más bien el reto surge dependiendo de las condiciones del lugar. Cuando en los festivales te ofrecen buen audio, buenos instrumentos y un público maravilloso, pasan experiencias increíbles. También nos ha tocado adaptarnos a malos audios, instrumentos no tan buenos y un público que a veces está ávido de escuchar, pero cuando el audio es deficiente ahí es cuando hay que sacar adelante los conciertos.

En canto al trabajo de estudio, ¿cómo se percibe el entorno al grabar un disco de jazz?

El estudio siempre es mágico y te sorprendes de lo que puede ocurrir, es una especie de radiografía donde tienes que estar muy vivo porque todo lo que haces se escucha, y si te equivocas se escucha, y eso hace que tengas que estar muy atento. Pero también es interesante que se sienta el feeling, que lo que tú tocaste y sentiste se pueda sentir en una grabación y se pueda plasmar en un disco.

Por ejemplo, con Texturas (2008) tuve la suerte de contar con el maestro Enrique Nery aún con vida. De hecho el primer disco que él grabó después de que tuvo una enfermedad difícil y que salió adelante, fue el mío. Y pues obviamente tengo toda la influencia del maestro, porque él me enseñó muchísimas cosas de armonía y obviamente la música la hizo suya. Él no era muy de la idea de ensayar mucho, sino era de llegar al estudio y de leer a primera o segunda vista, un poco con la idea de la frescura, cosa que los micrófonos y el estudio captan, captan cuando la música es fresca. Con el maestro Enrique fue una experiencia maravillosa, junto con Agustín Bernal. Algo que recuerdo mucho fue que la pieza Soñé salió a primera vista, nunca la ensayamos, hicimos dos tomas y la mejor fue la primera. En cambio con Mezcal (2011) fue otro proceso porque me apoyó mucho Abraham Barrera. Digamos que compartimos mitad y mitad del disco. Yo llevé arreglos, piezas originales y arreglos de música mexicana como fue La Cigarra o Nonantzin (pieza de José López Alavés), y Abraham llevó su tema original que le dio nombre al disco y otra pieza original que era El Organillero. Todo se centraba en nombres de México y creo que el nombre le quedó muy bien. Pero como Abraham tiene otro tipo de gustos y es una persona muy exigente, el disco fue algo mucho más contemporáneo, de una búsqueda y estética distinta. A mí me gustó mucho porque el hecho de arriesgarse a tomar temas como ya muy trillados como Adelita, La cigarra o Duerme (que salió en la película de Pedro Infante, Un rincón cerca del cielo, de 1952) y hacerles un arreglo de jazz fue todo un reto, ya que puedes caer en el error del cliché por swingear la música y no, la idea realmente fue hacer una versión muy distinta. Finalmente, con Amaneceres (2015) ya fue un proceso padrísimo porque yo quería hacer ya un disco mío, un disco que tuviera ya mi influencia, mi manera de pensar la música, de sentir que fueran todas mis composiciones. Y así fue, fueron siete composiciones mías y dos arreglos de piezas mexicanas. Una de las anécdotas que te puedo contar de Amaneceres fue que la primera vez que nos encontramos con Manuel Rocheman y Agustín Bernal fue en Monterrey. Agustín es un gran admirador de Manuel y ya tenía los discos de Rocheman. Tenía un disco que grabó con el contrabajista George Mraz y el baterista Al Foster en Nueva York hace muchos años. Y de ahí se hizo una gran simbiosis entre los tres y para mí fue un gran aprendizaje. Recuerdo que fuimos a desayunar y la plática fue de jazzistas franceses.

¿Considera que el jazz se puede fusionar de forma exitosa con géneros contemporáneos como la música electroacústica o incluso el arte sonoro?

Sí, ¡claro!, de hecho estoy muy emocionado porque justamente con el CMMAS (Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras) hicimos un trabajo bien bonito en un programa que se llama Prácticas de Vuelo. Era la primera vez que el CMMAS trabajaba con un grupo de jazz. Escogimos a ocho compositores contemporáneos y la idea era que hicieran música para cuarteto de jazz y medios electrónicos. El resultado fue algo bien interesante y muy novedoso en el caso del jazz. Lo trabajamos todo 2015, estuvimos yendo a Morelia a trabajar con los compositores en la música y el proceso concluyó al presentarnos en el Festival de Jazz de Morelia. Pero afortunadamente nos dieron un apoyo del FONCA para poder hacer este disco. Justamente el 10, 11 y 12 de abril de este año vamos a grabar esta propuesta y estoy muy emocionado porque considero que es algo nuevo, al menos en México. Está padrísima esta cuestión de que en las piezas haya secciones de improvisación, la escritura muy específica de que tenemos que tocar y leer partituras muy grandes, y también está toda la cuestión de la electrónica al mismo tiempo. Creo que va a ser una experiencia sonora para el público muy distinta y muy interesante el combinar la cuestión acústica con lo electrónico. Me parece increíble lo que hace el CMMAS, para mí ha sido un mundo nuevo y distinto.

Por último, ¿ha cambiado la percepción que usted tenía sobre el jazz cuando era un estudiante, a la que tiene ahora como profesional?

Pues sí, va cambiado porque inclusive el jazz mexicano ha cambiado. Lo que te puedo decir es que cuando he tenido de viajar a otros continentes y otros países, creo que siempre mi propuesta ha sido bien recibida. Te puedo contar que en Indonesia, en el Festival de la Isla de Java no eramos obviamente el grupo estrella, pero estábamos presentes, creo que eso es lo importante ahora para el jazz en México, que vaya abriendo puertas cada vez. Lo mismo me ocurrió en un festival de Portugal, no tocamos en el escenario grande, tocamos en una sala pequeña pero tuvimos gente, tuvimos público y para mí era un orgullo estar en un festival donde iba a estar gente como James Carter. Es importante que se abran las puertas porque justamente te das cuenta de que la búsqueda de los artistas del jazz es la misma como artistas independientes y que no hacemos música con un fin comercial, sino que buscamos poder mostrar nuestra música y que a través de los medios electrónicos y de la gestión propia se logren cosas. Ves que los mismos grupos de artistas internacionales que admiras también llevan sus discos como uno, también llevan sus playeras y también gestionan conciertos, también batallan igual que uno para poder mostrar esta música que cada vez tiene más adeptos, pero sigue siendo pequeña la audiencia si se compara con el pop o el rock.

Twitter: @BeatsoulRdz

Foto: Notimex
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