Influyentismo
No cabe duda que el origen de todos nuestros males está en el influyentismo. Todos los mexicanos en mayor o en menor grado practicamos el influyentismo sin importar nuestro estrato social, pero como está tan generalizado, es tan natural que ya es parte de nuestro comportamiento normal. Y no es privativo del político o lo que tenga que ver con el servicio público o con la corrupción del gobierno.
Ni los más pobres están dispuestos a perder los privilegios del influyentismo porque gracias a este tipo de comportamiento, las religiones se multiplican cuando anhelamos una vida mejor o la salvación eterna, sin más burocracia para recibir los favores de un ser divino o depositamos nuestra fe en santos influyentes que creemos intercederán por nosotros para recibir cualquier tipo de bendiciones o de indulgencias, en fin.
Nos hemos acostumbrado tanto al influyentismo que sin él, prácticamente no seríamos nada, tan es así que al influyente no le interesa la existencia de normas, y en veces ni de leyes y hasta donde sé, ser influyente en nuestro país no es un delito, más bien es un mérito; a mayor influencia más poder, eso es indudable. Ser influyente o formar parte de la protección de un influyente poderoso es una gracia que tiene mucho valor para cualquiera de nosotros.
Por una influencia; se aprueba un examen, una materia o una asignatura, se pasa de año escolar, se gradúa o se consigue un título; se consigue la matrícula en una escuela de nuestra preferencia o en una especialidad determinada; se obtiene una beca completa o una parte de la misma. Por influencia; se obtiene un empleo y las mejores oportunidades de trabajo, a veces sin importar nuestras carencias o incapacidades. Estar entre la vida y la muerte es también un límite que desgraciadamente depende del grado influyente del mismo paciente o de su entorno.
Habrá quién se desgarre las vestiduras y se podrá sentir ofendido por mis comentarios, pero creo que a diferencia de la corrupción, el influyentismo si es cultural por el comportamiento ancestral de todas nuestras generaciones. Es simple, cuando surge en familia cualquier problema o necesidad, inmediatamente pensamos en su costo y en quien podrá ayudarnos; alguien que sea influyente o que se relacione con quien si lo sea, muy pocas veces o casi nunca pensamos en cómo podemos resolverlo por nuestra cuenta. Ser influyente en nuestro país es la diferencia entre la inocencia o culpabilidad, entre la libertad o la prisión, entre la pobreza o la riqueza, entre la ignorancia o la sabiduría. Ser influyente también genera favores divinos; puede ser la diferencia entre el pecado, el perdón, la penitencia, la excomunión y en veces hasta el oficio de un sacramento, de la eucaristía o la concesión del divorcio o la cristiana sepultura en lugares sacros.
En resumen, estoy seguro que el influyentismo es el origen de todos nuestros males y el abuso genera corrupción, deshonestidad, voracidad, locura y ansias de poder, narcoeconomía, impunidad, rapacidad, desigualdad, miseria, ignorancia, violencia, dependencia, entre otros. El influyentismo es lo que no nos deja crecer como país porque también genera odios, rencores, división, envidias y un comportamiento generalizado, basado solamente en el interés y el materialismo desde la premisa de “cuánto tienes, cuánto vales”.
Si se hicieran valer y se aplicara el estado de derecho emanado de todas nuestras leyes y normas civiles, divinas y de asociaciones privadas, públicas y religiosas, este país sería diferente, más justo. Cada quién sería lo que es o quisiera ser por su propio gusto y con sus propios recursos. Por México, todos deberíamos de dejar de ser influyentes o dejar de servirnos del influyentismo, sería el único y gran valor que nos llevaría por la ruta del progreso, no hay más.
Juan Antonio Aguilar Tello
Torreón, Coah.
