Columnas Social

EDUCAR ES AMAR

M.E. Daniela Bermúdez Flores

"No tanto se trata de estorbar que muera, cuanto de hacer que viva". Juan Jacobo Rousseau

Un adolescente asesina y se quita la vida en una escuela en México. Sin duda, un hecho perturbador, al igual que las cifras emitidas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2011) respecto al índice de suicidios a nivel nacional: el 80% son llevados a cabo por hombres y un 35% corresponde a personas de entre 10 y 24 años. Es decir, más de la tercera parte de los suicidios en el país corresponden a una edad adolescente y adultez temprana. Más allá de la información emitida oficialmente y de las hipótesis construidas respecto al suceso en particular, valdría la pena reflexionar que estamos o no haciendo como entes sociales para ser testigos (o en algunos casos, coparticipes) de hechos tan lamentables.

Un adolescente que encuentra la solución a sus problemas en el asesinato y el suicidio, es probablemente, muestra de una carencia en el desarrollo y la habilidad para manejar sus emociones en una etapa fundamental del ser humano: la infancia.

En esta etapa, la familia, específicamente la madre y el padre, son elementos determinantes para que el infante aprenda a regular sus emociones. Goleman (2006) asegura que "(e)l entorno familiar crea la realidad emocional de un niño. Un entorno seguro que permanezca intacto puede proteger a un niño incluso contra los eventos más terribles" (p.244). Sin embargo, ello no significa que deba aislarse al niño de las situaciones que puedan causarle conflicto o estrés, ya que con ello, se crea una realidad ficticia que le impide enfrentarse a problemas según su edad y que serán entrenamiento para solucionar sus conflictos en etapas posteriores.

Una madre de un niño preescolar que hace su tarea para evitar que sea sancionado por su maestra está esquivando un estrés con el cual el niño debe lidiar, además de enviar el mensaje de que cualquier situación, incluso aquella que implique "problemas con la autoridad", puede ser "solucionada" por sus padres. Con esta acción, se deja al niño desprovisto de una oportunidad de aprendizaje en el manejo de sus emociones. Tal vez parezca un ejemplo sencillo, pero tiene serias repercusiones, sobre todo si son acciones repetidas y aplicables para otros ámbitos de la vida del menor. Entonces, estos niños se convierten en adolescentes vulnerables a problemas propios de su edad y se encuentran carentes de herramientas para reaccionar adecuadamente.

En una conversación con una psicóloga colega en la educación infantil, me dio a conocer que la mayoría de sus pacientes adolescentes entran en etapas depresivas por no saber lidiar con sus sentimientos estimulados por diversas situaciones externas: "Son hijos de padres que tienen la teoría equivocada de que si les solucionan su vida crecerán en un entorno seguro y feliz, pero ahora que son adolescentes y se enfrentan a eventos en donde mamá o papá no pueden intervenir, no saben cómo reaccionar y caen en frustraciones, aislamiento y depresión".

Goleman asegura que "(e)l secreto yace no en evitar las inevitables frustraciones y contratiempos de la vida, sino en aprender a recobrarse. Cuanto más rápida sea la recuperación, mayor será la capacidad del niño para la alegría" (p.249), y por ende, un adolescente con la capacidad para sobreponerse a los problemas y al estrés propios de su etapa.

Con ello, tampoco quiero decir que el menor debe estar expuesto a sobredosis de estrés para aprender. Es decir, una familia que no provea al niño o adolescente de un entorno amoroso y seguro, que no propicie los canales necesarios para comunicarse, que le haga sentirse ignorado, que le permita el uso indiscriminado y sin vigilancia de medios de comunicación, o experimente dentro de ella eventos violentos o inestables, también promoverá en él sentimientos de inferioridad, rencor, aislamiento, tendencia a la reticencia, victimización o agresión, búsqueda de amistades o círculos nocivos, adicciones, depresión y probablemente tendencias suicidas.

Entonces, como en la mayoría de los ámbitos de la vida, lo ideal es el equilibrio: proveer al menor de experiencias en las que pueda enfrentarse a los problemas de etapa y protegerlo de factores exógenos, no aislándolo, si no explicándole que deben enfrentarse a eventos atemorizantes, pero que lo harán unidos en familia.

Un niño “no es como una casa, que es más limpia cuanto menos se ensucia”, el niño para estar “limpio emocionalmente” necesita ensuciarse en sus juegos, caerse, rasparse, llorar, lidiar, frustrarse, sufrir, decepcionarse e ir aprendiendo de estos golpes físicos y sentimentales, al final de eso, se trata de estar vivo y es tarea fundamental y principalmente de los padres amarlos, vigilarlos y guiarlos en este proceso.

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