Cuando el espejo se miró en el hombre quedó muy sorprendido. Declaró, molesto:
-Ése no soy yo.
Y es que en el hombre el espejo se veía acabado por los años, lleno de arrugas, con la mirada opaca.
-Yo no soy ese viejo -protestó-. El hombre no sirve; no refleja mi verdadera realidad.
Lo cierto, sin embargo, es que el hombre retrataba fielmente al espejo. Para eso era hombre: para reflejar la imagen verdadera de los seres y las cosas.
El espejo, furioso, arrojó al hombre al suelo. El hombre se hizo mil pedazos. Y sucedió que cada pedazo del hombre reflejó otra vez al espejo, con sus arrugas y su mirada opaca.
Desde entonces el espejo no ha vuelto a pasar frente a un hombre.
¡Hasta mañana!...