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El populismo contra la democracia

SALVADOR SÁNCHEZ PÉREZ

En la reunión de los líderes del América del Norte celebrada en Canadá en junio pasado Peña Nieto añadió una vergüenza para sí, criticó a los populistas. Con ello se refería a aquellos líderes que buscan respuestas fáciles a problemas complejos. Todavía en el mismo foro, Barack Obama lo refutó, señalando que él mismo podría ser considerado un populista si acaso con este adjetivo se hace referencia a todos aquellos que están dispuestos a defender al pueblo, en particular a la clase trabajadora.

El problema es más complejo, porque la situación misma no es sencilla. La globalización, a decir del pensador esloveno Slavoj Zizeck, actúa como una máquina ciega que a su paso todo lo arrastra, provoca el desmantelamiento de la planta productiva en países típicamente manufactureros. Las empresas deciden trasladarse a otras latitudes donde disponga de la misma mano de obra calificada, pero cien veces más barata.

Las economías están cansadas, en todo caso, la gente está cansada de economías raquíticas en esta onda baja del capitalismo. La clase media del primer mundo está cansada de "abrocharse el cinturón", situación que todo mundo acepta por un fin de semana, pero no por años, como de hecho está ocurriendo.

A grandes pinceladas, en este marco global, gana el NO en el referéndum por la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Un movimiento a favor azuzado por Nigel Farange líder euroescéptico, y antiinmigrante. 1-0 a favor del populismo.

No es tan sencillo, pero algo semejante pasó en Colombia, cuando Álvaro Uribe expresidente colombiano promueve el NO en el referéndum convocado por el presidente y negociador en jefe Juan Manuel de los Santos para ratificar los acuerdos de paz. 2-0 a favor del populismo.

La más impactante de las derrotas de la razón, la que más efectos puede acarrear sobre nuestras vidas cotidianas, es el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Súmense todos los matices y notas al calce que los analistas han hecho. Trump gana las elecciones norteamericanas. 3-0 a favor del populismo.

Que no se dude, un fantasma recorre el mundo, el fantasma del populismo. Como bien lo dijeron los comunistas de sí mismos en 1848, pronto se tendrán que reunir populistas de las más diversas nacionalidades para redactar también su propio manifiesto. El populismo es ya una fuerza reconocida por todas las potencias del orbe.

Las noticias del pasado fin de semana abonan a la misma causa. El primer ministro italiano, Matteo Renzi, perdió el referéndum por medio del cual el gobierno tendría más poder a través del debilitamiento de los partidos pequeños y de la eliminación de poder de bloqueo del Senado. Los partidos italianos de oposición lo acusaron de querer beneficiar siempre a los intereses de los banqueros y empresarios. Un nuevo NO, como voto antisistema, de rechazo a los poderes establecidos, más sombras al proyecto europeo. La misma noche del referéndum, Renzi anunció su renuncia: "Creo en la democracia. Y cuando uno pierde no se va a dormir silbando como si nada."

Mientras tanto en Austria gana el ecologista Van der Bellen al ultraderechista Norbert Hofer, que se presentaba como el candidato del cambio. Estaba en juego la repetición de elecciones presidenciales de mayo pasado, ordenadas por el Tribunal Supremo por irregularidades en el recuento de votos. El populismo de derechas no ganó, pero se mantiene en la raya y promete seguir la pelea.

Lo que cuenta aquí, como en el futbol, son los goles. La democracia va perdiendo la batalla frente al populismo, sin embargo, el partido no acaba hasta que se acaba. Los pueblos al ejercer su soberanía han de aprender a asumir los costos de sus arriesgadas decisiones. Las implicaciones únicamente se harán visibles a mediano plazo.

No hay vuelta, como Orfeo, hemos sido advertidos de no mirar hacia atrás hasta haber recorrido el camino completo. La democracia de ciudadanía es la doble tarea: trabajar para hacer crecer la conciencia de la propia dignidad, así como recuperar la confianza en el otro. Entender la democracia como el mero proceso electoral es un estadio hace mucho superado. Cuánto se proyecte en el tiempo esta curva de aprendizaje, no lo sabemos. Lo que sí nos queda claro es que en este proceso no hay camino de regreso.

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