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Dignidad y uso de la libertad

Hay quienes piensan que el niño “es bueno por naturaleza” y que en un ambiente de espontaneidad naturalista se desarrollará sano, física, psicológica y moralmente. Mas los hechos nos dicen que la realidad no es así: conocemos comportamientos de niños y de adultos que están teñidos de maldad. Algunos autores, desde la antropología, la filosofía y la teología, expresan, la dicotomía bien-mal, como si en la naturaleza humana hubiera ocurrido un cataclismo. Para el cristianismo, ese desorden originario tiene su raíz en el pecado original: “el ser humano es naturaleza caída y redimida”. Sintiéndose criatura, y conforme desarrolla su conciencia, puede preguntarse por el Creador, respuesta que podemos encontrar, desde la rectitud personal, en el Universo, en la interioridad y en la Biblia: “Y creó Dios al hombre, a su imagen y semejanza los creó varón y mujer”, (G, 1, 27).

Si el ser humano tiene una dignidad o excelencia por su grado de ser que recibe por el alma, en la concepción, ¿cómo explicar la dignidad–indignidad de una persona a lo largo de su vida? La respuesta la encontramos en el uso que haga de su libertad. Si hemos sido creados por amor y para el amor, el desarrollo, la plenificación de esa dignidad depende del amor en el uso de la libertad.

Cada ser humano nace con unas potencialidades (inteligencia, voluntad, afectividad, sociabilidad, libertad, virtudes, dominio de sí), que puede desarrollar en el tiempo, ambientes y circunstancias. No desarrollar las potencialidades de su ser, supone una carencia, un mal (ignorancia, egoísmo). A veces, escuchamos expresiones similares a esta: “Soy libre y hago lo que quiero”. Efectivamente, se está manifestando que se elige lo que se conoce y lo que se prefiere, sin profundizar en el contenido de la libertad, ni en el grado de ignorancia, desorden y arbitrariedad, de ese querer y de esa elección, teñidos por los instintos o por la ausencia de obstáculos exteriores.

Si se niega la naturaleza del ser humano -quien es- difícilmente se podrá plantear su desarrollo y el uso de la libertad, que se materializa en la búsqueda de la verdad y en la realización del bien. Del acierto o error, en esa búsqueda y realización, en su vivir, depende su felicidad y alcanzar su fin último.

Desde esta reflexión, podemos afirmar que la dignidad originaria de cada persona puede acrecentarse o dañarse, por el desarrollo, o no, de sus potencialidades, en el tiempo y desde su libertad; si quiere alcanzar su fin último, necesita conocerlo, así como aplicar los medios apropiados. La raíz de su dignidad permanece, pese a los frecuentes desórdenes en su interior y en sus comportamientos, mas, para crecer en el amor necesita la rectitud y el empeño personal, el calor de los demás y la gracia sobrenatural. En caso contrario, la soberbia, la superficialidad, el capricho y el hedonismo irán carcomiendo su desarrollo y el aroma de su dignidad. Ésta queda dañada al no llegar a ser lo que debería ser.

Ignorar realidades fundamentales como origen y fin de cada ser humano, la ley moral natural, la adquisición de virtudes, y la adulteración del significado y contenido de palabras como naturaleza, libertad, dignidad, felicidad, sexualidad, matrimonio, amor, ley, o justicia, puede llevarnos a situaciones trágicas para la persona, para la familia y en la sociedad.

José Arnal Agustín,

Barcelona, España.

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