Columnas la Laguna

METÁFORA CIUDADANA

LA SIMONÍA DEL PEÑISMO

LUIS ALBERTO VÁZQUEZ ALVAREZ

En los primeros años del cristianismo, vivía en Samaria un hombre llamado Simón; un mago que tenía embelesados a los habitantes de la región con sus artes y doctrinas. Le llamaban «la fuerza de Dios». Mago puede indicar muchas prácticas: magia vulgar; encantaciones, sortilegios, nigromancia o astrología; otras veces se emplea como sinónimo de sabio, conocedor de la naturaleza o astrólogo. Para sus hechizos utilizaba ritos y reliquias.

Simón, admirado de las proezas de los apóstoles Pedro y Juan, quienes al imponer sus manos en los enfermos los curan; les ofreció dinero para comprarles ese poder. Pedro le respondió duramente: «Tu dinero para tu perdición, pues pensaste que el don de Dios se puede comprar; no tienes parte en eso». En adelante se llamará "simonía" al pecado de querer comprar las cosas espirituales y los dones de Dios por dinero. La más común de las simonías fue la venta de cargos eclesiásticos; también la oferta de sacramentos, reliquias, promesas de oración, la gracia, la jurisdicción eclesiástica, y hasta la excomunión.

Hoy en México subsisten los sucedáneos de Simón, el Mago, empeñados en comprar lo que no tiene precio, lo que sólo puede pasar a otras manos como dádiva ciudadana, como derecho humano, como logro de hombría y honestidad; ofrecen lo mismo dinero, lonches, tinacos y logran atraer a infinidad de comunicadores que les hacen el juego. Gran parte del pueblo mexicano ha brincado la simonía y se apresta a vivir la realidad.

La noche del 15 de septiembre, en el Zócalo capitalino vivimos una auténtica simonía: por un lado el presidente ofrece austeridad representada en la nigromancia de que la primera dama recicle un vestido utilizado en otra ceremonia, como si ello bajara el fastuoso precio con el que se adquirió; otro sortilegio: la suspensión de la cena de gala para el gabinete y el cuerpo diplomático; ahorro de unas centenas de miles de pesos; pero a cambio de ello se derrocharon decenas de millones de pesos en privar de su dignidad a miles de mexicanos que viven más allá de la pobreza, al acarrearlos para que griten "vivas" al presidente. Personas muy humildes traídas de los estados vecinos con la promesa de un lonche y gratificación, misma que en buena parte se quedó en manos de los promotores, según palabras de los propios humillados. Además algo terrible realmente: "el asco de ver a policías esculcando a niñas y niños de escasa edad, buscándoles armas u otros objetos peligrosos.

Pero que pasó a la hora de la oración nacional, cuando el presidente levanta la bandera, ensalza a los héroes y hace sonar la campana, el momento de la sacramental simonía: vivimos un lastimoso espectáculo en que no se escuchaban los "vivas" de respuesta popular y una despedida desde el balcón presidencial que nadie respondió; uno, por los juegos pirotécnicos ya encendidos y otra por vergüenza de la concurrencia. Los únicos momentos de alegría fueron cuando los mariachis y las luces de colores aparecieron. Ah, pero las televisoras vendidas ofrecían imágenes de gente saludando, si, pero a la cámara, para que los vieran sus amigos y parientes y, de espaldas al palco presidencial. Por ello ahora resulta que la famosa Casa Blanca es una bicoca si se compara con el costo de una hora de promoción a peña nieto.

Prueba del control absoluto de los asistentes al zócalo es que en el país, casi un 80 por ciento no quiere a enrique peña nieto, pero esa noche, no se escuchó un solo grito disonante. Lo mismo sucedió en todo el país, en las ciudades laguneras también, a pesar de los espectáculos caros que se confundieron con los gastos personales de un suntuoso convite cumpleañero.

Este circo mediático que los priistas copiaron a don Porfirio Díaz (este si con mayúsculas) de tener a un pueblo sojuzgado en el zócalo, es similar a poseer una reliquia sagrada: el valor de ésta no procede de sus atributos «físicos», sino de sus rasgos «simbólicos»; del significado que tiene para el político que se siente adorado por el pueblo, que considera sagrados los aplausos, aunque sean comprados. El 15 de septiembre de 1910, con motivo del Centenario, Díaz vivió, en ese mismo balcón presidencial, tocando esa misma campaña, una de sus horas más felices, sin saber que sesenta y seis días más tarde se desataría una terrible catástrofe que le quitaría el poder y costaría un millón de vidas.

Sufriendo la cruda del grito, se anuncia que, de entrada, en 2017, seis proyectos prioritarios tendrán un ajuste de 5 mil 152 millones de pesos. En otros rubros, con varias decenas de miles de millones de pesos, serán castigadas la SEP con su fabulosa reforma, el sector salud, al que le sobran medicinas, "habrá que acabárselas antes de comprar más", no hay que despilfarrar. Se promete una inflación del 3% sin que afecte en lo más mínimo la libre caída del peso ante el dólar.

Ante eso, continuará la orgía oficial en las redes sociales con los "peñabots" que celebran la alegría de tener un presidente como el actual, en ellos se niegan los hechos de esta semana en Nueva York, donde miles de personas se manifestaron contra el presidente de México al que ni siquiera dejaron dormir porque toda la noche le gritaron consignas y los gritos no pararon por horas. Que contraste de vida: acarreados que no gritan las vivas compradas y si muchos mueras honestos que no dejaban dormir.

¿Volverán a llenar el zócalo de acarreados para festinar al ejecutivo que destruyó el peso, ajustó la economía a la baja y la deuda a la alza; subió la gasolina y la electricidad, permitió el asesinato de miles de mexicanos con su incapacidad para controlar la inseguridad, subsidio y se solidarizó con la corrupción y que dejó a millones de niños si escuela con sus absurdas reformas estructurales?

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Escrito en: Metáfora ciudadana

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