Siglo Nuevo

Expresiones de la desigualdad

La fórmula famélica en el arte

Foto: Pavla Aksenova

Foto: Pavla Aksenova

Iván Hernández

Un recurso común en el arte pone a la desigualdad como un antónimo de fraternidad. No es una relación reconocida por la academia o por el uso, mas el sentido común la aprueba de forma constante.

El mundo no se hace más grande pero sí la desigualdad que habita los continentes. La forma más común de retratar ese boyante fenómeno son los estudios que hablan de complementar los períodos de crecimiento económico con políticas públicas destinadas a permitir que todos los ciudadanos disfruten, de manera igualitaria, los beneficios del desarrollo.

Esas últimas líneas forman parte del libro Desigualdad e Inclusión Social en las Américas, un volumen de ensayos financiado por la Organización de los Estados Americanos.

Sin embargo, la tarea de ilustrar al colectivo o a sus líderes sobre las discrepancias entre las opciones adquisitivas de unos y otros no es exclusiva de economistas, politólogos, especialistas en derechos humanos, abogados, expertos en temas de seguridad pública, desarrollo humano, y demás.

A veces, los mejores, por crudos, diagnósticos de la situación que priva en una sociedad, país o planeta, son los artistas.

A la hora de profetizar nada hay como las novelas de los futurólogos célebres. A la hora de explicar ese poder nada como las reflexiones de Arthur Rimbaud contenidas en su texto: El poeta como vidente.

Para echar un acertado vistazo en el futuro no hacen falta sino inteligencia e imaginación, tal es la tesis que defiende el vendedor de ataúdes criogénicos ante el apuesto César en el filme español Abre los ojos.

Para desnudar las extremas realidades que conviven en el presente tampoco se ocupa más. Emprender esa tarea, ya sea a través de una viñeta, un libro, o una instalación, no requiere sino de ejercicios empáticos o introspectivos en los que la inteligencia guía a la mano y la imaginación llena el vacío en la hoja o en el espacio.

EL CANTO DE LA DESIGUALDAD

Es usual que estas líneas se dediquen a creadores vivos, dueños del presente y portavoces de eso que se da por llamar "el espíritu de la época".

Sin embargo, el tema invita a recordar a un referente nada lejano ni en tiempo ni en pensamiento. Uno que, de no haber sido víctima de un golpe militar, estaría cercano a cumplir los 84 años de edad.

Pocos han cantado con tanta belleza infamias recurrentes del género humano. Víctor Jara, chileno de nacimiento, nació en el surco y de ahí no salió.

Huérfano de padre por la vía del abandono a temprana edad, completó su orfandad a los 15 años. En la madurez se convirtió en cantautor o mejor dicho en un cantor del pueblo y sus problemas.

Fue aprehendido y torturado por las fuerzas al mando de Augusto Pinochet. Jara murió asesinado el 16 de septiembre de 1973.

Al momento de su detención un militar, según versiones de testigos que se recabaron durante la investigación del homicidio, llamó a Víctor "cantante marxista" y "cantor de pura mierda".

El excremento al que hacía referencia el crítico de militares botas y apuntes delicados como culatazos se reúne en títulos como El derecho de vivir en paz o Manifiesto.

Ese abono incombustible, ajeno al deterioro, pervive en letras y acordes que dicen: Carne de yugo ha nacido / más humillado que bello / con el cuello perseguido / por el yugo para el cuello. / Contar sus años no sabe / y ya sabe que el sudor / es una corona grave / de sal para el labrador. / Me duele este niño hambriento / como una grandiosa espina / y su vivir ceniciento / revuelve mi alma de encina.

Descubrir el pensamiento de Víctor Jara, a través de sus letras, es engendrar conclusiones como que "desigualdad" y "fraternidad" son antónimos no reconocidos por el uso, ni por la academia, pero sí por el sentido común.

Al artista chileno se le recuerda en gran medida gracias a esa historia del que partió a la sierra que nunca hizo daño y en cinco minutos quedó destrozado...

La Plegaria a un labrador, sin embargo, contiene oraciones que reflejan de mejor manera su petición lanzada al mar del mundo: Líbranos de aquel que nos domina en la miseria. Tráenos tu reino de justicia e igualdad.

EMPATÍA ALIMENTICIA

Nació en Nueva Zelanda y actualmente radica en Nueva York. Se llama Henry Hargreaves y si bien al principio le hizo la lucha como modelo, encontró su lugar al otro lado de la lente.

Aparece en esta exposición colectiva gracias a una serie de imágenes titulada "Power Hungry".

Hargreaves tomó algunas lecciones de fotografía en su juventud y aprendió el nostálgico arte de someter la película a los estrictos métodos del cuarto oscuro.

En Nueva York hizo algunos intentos por ganarse la vida modelando y entre sesión y sesión fue acumulando consejos de los fotógrafos a los que, curioso, cuestionaba a propósito de las diferencias entre las cámaras, de las bondades y desventajas de los filtros de luz, cosas así.

Luego, le dio por comenzar a experimentar. Consiguió oportunidades sin goce de sueldo en el mundo de la moda. Su primer trabajo pagado, no obstante, lo llevó a trabajar con productos. Desde ese momento ganó la certeza de que se siente mejor con esos objetivos en la mira. Los modelos animados no son tan de su agrado.

Su propuesta, afirma, incluye composiciones tradicionales aunque no se considera un experto del oficio. Su definición de reto es: dotar a cada enfoque de elementos divertidos y memorables, buscar que las fotografías sean coloridas, frescas, únicas y provocativas.

Hace el trabajo con cámara digital, empero no le gusta trabajar en demasía sus imágenes en el ordenador. Su ideal es llegar lo más cerca posible del resultado final desde el disparo del obturador.

“Power Hungry” se desarrolló en colaboración con Caitlin Levin, artista culinaria. Al principio la intención de los creadores no iba más allá de mostrar una comparación entre las viandas servidas en los hogares opulentos y la realidad alimentaria padecida por los desposeídos.

Sin embargo, conforme investigaron el menú de las clases altas y bajas en varios puntos del globo, dieron con una lección histórica y el trabajo se convirtió en una narración de distintas sociedades que, a lo largo del devenir humano, han explotado a los estratos inferiores limitando su acceso a una mesa con el mínimo de decoro nutricional.

Hargreaves y Caitlin, literalmente, pusieron sobre una banca el menú del que disponen los ricos y los pobres.

Una imagen con las opciones gastronómicas disponibles en Siria es acompañada con el siguiente mensaje: “El presidente sirio Bashar al Asad sigue los pasos de muchos de los peores dictadores del mundo, usa la muerte y el hambre como formas de oprimir a los sectores sirios que se oponen a su gobierno”.

Enseguida, se hace el reproche de que vehículos con ayuda humanitaria tienen prohibido entrar a algunas ciudades sirias a pesar de que la población se ha quedado sin suministros.

El argumento del mandatario es que no va a permitir que esos nutrientes lleguen a bocas rebeldes.

“El único alimento que se consigue es agua con un poco de azúcar. Mientras tanto Assad y su familia comen platillos occidentales y cocina tradicional del Medio Oriente”, dicen los creadores.

La serie de Hargreaves y Levin viaja a través del tiempo para mostrar que desde el Antiguo Egipto hasta la América moderna la comida es utilizada como un arma contra el pueblo.

“Power Hungry” comienza y termina con una mesa hecha con rústicos tablones. Lo demás son los platillos y adornos o la carencia de ambos.

Otros puntos en el itinerario de la desigualdad exhibida por este fotógrafo son la antigua Roma, Francia antes de la Revolución y Estados Unidos.

CONMOCIÓN VISUAL

Pawel Kuczynski, ilustrador polaco nacido en 1976, ha ganado más de una centena de premios por un oficio que se decanta entre la caricatura y la ilustración.

La sátira es el vehículo que utiliza para salir al paso de temas políticos, sociales, económicos. Abordar su obra es como ofrecer un recorrido por la ruindad que deja a su paso ruinas dotadas de una sensible dignidad.

Mininos y roedores son trazos recurrentes de sus obras. Un ejemplo, austero en sus elementos, contundente en su mensaje, es una imagen donde un grupo de ratones armados con cámaras fotográficas cubren la última cacería afortunada de un gato. El verdugo les devuelve una mirada de desconcierto que no le impide mantener a su presa exánime entre los labios.

La desigualdad es uno de los tópicos preferidos de este nativo de un país que sabe lo que es vivir bajo regímenes totalitarios.

El pobre, desde la perspectiva de Kuczynski, se queda pobre a pesar de las ayudas que recibe porque la escasez le obliga a convertir cualquier recurso a su alcance en una solución temporal para la urgencia del momento.

El cuadro que propone el polaco es como sigue: Arriba, muy en lo alto, hay un cielo azul, casi inaccesible dado que para llegar a él es indispensable salvar un muro sepia, sólido, sobre el que reposa una escalera de madera. El pobre antes que pensar en ascender, prefiere cortar los peldaños a su alcance para hacer fuego y calentarse.

Su concepción acerca del camino al éxito para las mujeres en edad de buen ver y de mejor tocar también incluye una escalera, una que nace del interior de unos pantalones convenientemente desabrochados. Si una mujer desea llegar a lo más alto, es forzoso hacer una escala debajo del escritorio o encima de las rodillas del empleador, como prefiera verse.

El ilustrador polaco critica la desigualdad existente entre los pocos de las clases dirigentes y los muchos de las clases dirigidas. La guerra, los excesos cometidos en agravio de la madre Tierra, la rapiña de los poderosos, son otros puntos frecuentes en el itinerario satírico.

A la desigualdad social le pone rostros de niños. Uno tira de un trenecito de juguete, el otro jala un vagón de carga de tamaño natural -sobresalen los montones de carbón. El uno trae tenis y el otro anda descalzo. Uno observa impávido mientras que otro va con la mirada perdida en el suelo.

Otra imagen de esas que causan conmoción en el espectador también tiene a infantes como protagonistas.

De derecha a izquierda, la arena de la playa, la pala y la cubeta de los castillos de arena. Enseguida un niño rubio sujeta su juguete de lujo, un automóvil rojo, con la mano izquierda mientras la diestra se extiende en ese gesto que implica un "alto" o un "deténgase".

En el parabrisas del vehículo nace un cepillo que retira el agua enjabonada. El mango está sujeto por otro niño, uno moreno que, preocupado por hacer bien su labor, desatiende el reclamo del rubio. Junto al infante quemadito hay un balde en el que esperan turno un par de cepillos y un poco más atrás hay otro menor, de rasgos asiáticos, compungido porque le ganaron al cliente.

El siguiente comentario sobre la obra de Pawel fue publicado en el muro de Facebook del polaco y da una idea de las reflexiones que es capaz de producir con sus ilustraciones: Nosotros, el pueblo, somos el pequeño ratón, mientras que el ratón gordo y el gato son nuestro gobierno y las corporaciones. Cuán brutal es el trato que nos dispensan.

El dibujo en cuestión fue publicado por el artista polaco el 9 de febrero de 2014.

EXTERIOR DE LUJO

En febrero de 2014 también se inauguró en un museo madrileño la exposición CuestionArte, auspiciada por la Oxfam Intermón, una organización internacional de combate a la pobreza.

La muestra reunió trabajos de diez artistas. El tema era la desigualdad y en estas líneas vamos a presentar sólo una de las obras exhibidas, la realizada por el binomio que se hace llamar PSJM.

Los españoles Pablo San José y Cynthia Viera son los nombres detrás de la marca. Viven en Berlín y a partir de la invitación de OI crearon "Desigualdad", una instalación mural.

La pared está cubierta de terciopelo negro, eso abrillanta la presencia del símbolo matemático de la desigualdad, una pieza metálica y dorada. El símbolo hecho símbolo es una crítica al dominio que tiene la economía sobre el mundo y sus devenires. Los autores, en la explicación que acompaña a su creación, advierten que los valores económicos, a diferencia de los éticos, se basan en cantidades, no en cualidades.

Su intención era ofrecer un "acceso indirecto a la verdad", entrelazar el símbolo con la materia para crear una sensación de lujo que encubre una cruel y dispareja realidad.

En PSJM se definen como un equipo artístico que "usa recursos comunicativos del capitalismo espectacular para poner de relevancia las paradojas que produce su caótico desarrollo".

Sus obras han sido expuestas en paredes y pantallas en Estados Unidos, Inglaterra, Suecia y Brasil, entre otros destinos.

Con "Desigualdad" también consiguieron presentar un objeto de lujo en espacios reservados para el mundo del arte. Querían incitar en el observador una reflexión "sobre el papel que juega la esfera del mercado-institución-arte en la perpetuación de un sistema desigual, injusto".

Las pocas capacidades adquisitivas de la mayoría y la opulencia de unos cuantos, también es una invitada indirecta en otras obras del equipo como "El Ocaso de los Estados Nación".

En esa instalación el juego propuesto es el de un virus que se merienda las banderas de varios países.

El elemento dañino se manifiesta con la forma de logotipos de compañías que cotizan en las bolsas de Nueva York, Frankfurt, París, Londres, Tokio y Hong Kong.

Los creadores españoles recrean de esa manera "la dictadura de los mercados", un régimen capaz de someter a países y pueblos por medio de las deudas.

Una obra en la que es más evidente el ataque a lo disparejo de este mundo es Class Geometry, la evolución de una pirámide social que comienza con unos miles de ricos en la punta y una base con millones de pobres.

Se trata, señalan en PSJM, de una "geometría social" hecha a partir de datos científicos que genera composiciones según los valores -cantidades de personas- que se otorgan a cada estrato.

Las divisiones que van apareciendo y contribuyendo al cambio de la pirámide representan a las clases sociales. Según sus autores, los videos que conforman Class Geometry muestran dos posibilidades de evolución: una utópica, que conduce hacia el círculo perfecto, y otra distópica, aquella hacia la que apunta la humanidad, cuya forma final es un reloj de arena, sin arena.

INTROSPECCIÓN VITAL

Los recuerdos de la infancia, herencias felices o dolorosas que el niño le deja al adulto, son el trampolín que lanzó a David B. hacia La ascensión del gran mal.

Nacido en Francia en 1959, este historietista ofrece a través de viñetas poco estilizadas, los latigazos de una desigualdad que castiga la diferencia.

Seis volúmenes publicados entre 1996 y 2003 conforman esa elevación llana, ilustrativa de las atrocidades que un pueblo culto es capaz de cometer.

La historia de David Beauchard no es apta para beneficiarios y promotores de la duplicidad.

"¿Qué le pasa a Tito?", se preguntan en la familia de David B. cuando Jean-Christophe comienza a sufrir convulsiones. Está enfermo, es la respuesta. Sin embargo, el futuro historietista no piensa lo mismo. Su idea es que a su hermano se lo llevó uno de esos tifones a los que tanto temían en sus pesadillas.

La familia hace un esfuerzo fuera de sus alcances para conseguir un diagnóstico alentador. Todo lo que consiguen, cobros de lujo mediante, es que se repitan cinco palabras: “Señora, su hijo está malo”.

La desigualdad entra en juego de forma más clara cuando los niños conocen a un obrero que "siempre come apartado de los demás". Jean Christophe es el único de la palomilla que habla con el extraño, Mohamed.

Al escuchar el nombre los amigos obsequian al nuevo conocido insultos que escucharon de sus padres.

David ignora las razones de aquel odio, pero se siente mal porque no sabe “muchas cosas sobre 'los moros'. No me han enseñado nada de eso”.

Luego, el nuevo conocido desaparece de la escena. Los amigos de los hermanos se están un tiempo tranquilos hasta que Jean Christophe tiene un ataque frente a ellos. El enfermo se convirtió así, dice David B., en el nuevo Mohamed.

Luego, el pequeño conoce la historia de su abuelo y la guerra, un espectáculo en el que "nuevos reclutas se sucedían sin cesar para reemplazar a los que morían. No se molestaban en aprender los nombres. No valía la pena, caían demasiado deprisa".

La habilidad como cocinero del abuelo le permitía salir de la línea de fuego para atender a los oficiales que celebraban, reían, fumaban sin contratiempos. El abuelo sentía indignación y "regresaba a su trinchera con el corazón lleno de amargura".

La aventura por la cadena de la desigualdad sigue con eslabones como la mudanza de la familia ante el embate de vecinos enfadados con la enfermedad de JC, quien, a juicio de la comunidad debería estar recluido, está loco, no le dejen salir de casa.

"Jean-Christophe ya no tiene ataques ni toma medicinas pero el mal ya está hecho", es la idea que se mete en la cabeza de David.

La situación se agrava cuando el terapeuta extranjero de JC, el curador de los ataques, se va de Francia, denunciado por ejercer la medicina sin licencia.

No es fácil ir conociendo La ascensión del gran mal de este historietista francés. Sin embargo, las lecciones que pueden desprenderse de ella valen el esfuerzo.

Un día, el creador tuvo problemas con sus padres por la forma en que representaba a sus ancestros. "¿Por qué cuentas esas historias sobre tus antepasados?", le preguntó su madre. David B. respondió: "Es importante. Todos lucharon sin cesar para salir de la miseria".

SUEÑOS PUESTOS EN MUROS

El arte de la desigualdad también tiene representantes femeninos y en ese rubro una joven figura es Shamsia Hassani.

Nacida en 1988 en Irán, radica en Afganistán porque es ahí donde se le permitió recibir educación artística. Es maestra de la Universidad de Kabul y atrajo la mirada internacional a partir de un deseo tan sencillo como ambicioso: quiere limpiar la memoria de un pueblo sometido a los horrores de la guerra. Armada con latas de pintura, las obras de esta artista callejera giran alrededor de una burka.

En sus entrevistas suele compartir uno de los aspectos de su lucha, el llamado a recordar la la tragedia que viven las mujeres en Afganistán.

Shamsia confía en el arte, lo concibe como un arma de comunicación masiva que puede cambiar la mentalidad de las personas de manera que las personas puedan cambiar la sociedad.

Se aventura por las calles de Kabul para crear muros con temas feministas. Piensa que de esa manera ayuda a engendrar cambios positivos que dejen atrás los deprimentes recuerdos de un largo periodo de guerra.

Su activismo artístico es uno que nace, crece y se queda estampado en medio de bombas, insultos y prohibiciones debido a su condición femenina. En su país no genera entusiasmo ver a una artista del graffiti. Hay quienes definen a las obras de Shamsia como meros actos vandálicos. Otros consideran que es un mal ejemplo porque el lugar de la mujer está en casa.

En marzo pasado estuvo en Los Ángeles, California, en un programa de residencia que duró dos meses. De esa visita dijo que había sido un descanso necesario porque en las calles de Kabul los bombazos suicidas son ya rutina.

Las mujeres con burka de Shamsia suelen ser grandes, y dotadas de un movimiento que no empata con la tradición, además son felices, e incluso parecen poderosas.

Shamsia confía en la imagen porque "tiene más efecto que la palabra" y, afirma, es una manera amigable de pelear -"como yo lo estoy haciendo ahora"- por los derechos de las mujeres.

Su nombre significa 'sol' y en concordancia con él pretende alumbrar una nueva forma de pensar en las personas por la vía del arte callejero.

"La gente de Afganistán no tiene oportunidades para visitar galerías de arte o museos o no quieren ir a una exposición, mis obras son algo que cualquiera puede disfrutar", señaló en una entrevista para el portal Street Art Bio.

Uno de sus sueños es pintar algún muro en colaboración con Bansky.

Creaciones de Shamsia han sido expuestas en Alemania, Australia, Estados Unidos, Canadá, Suiza, Dinamarca y Noruega.

VENAS ABIERTAS

Pocos consiguieron ilustrar la desigualdad como Eduardo Galeano. La mejor literatura del uruguayo tiene la precisión de los mejores dibujantes. Un trazo y ya está visto todo, pero la sensación que queda esa es difícil de borrar.

Su estilo resplandecía y se oscurecía constantemente porque le gustaba jugar con la luz.

Al escribir sobre la brillante máscara de una ciudad dice que esa máscara es lustrada por legiones de obreros que ganan menos de un dólar por día.

Mientras tanto, en otra parte de la misma ciudad latinoamericana se vive como en Miami, se vive en Miami, se miamiza la vida.

Las personas que viven bien son pocas y los que mal viven se convierten en subpersonas, homúnculos castigados por tres vías: la economía los maldice, la policía los corre y la cultura los niega.

Galeano observa y registra y permite al lector hacerse una idea cercana de lo mal que anda la cuestión con sus mendigos variados como botones, completos o incompletos, reales o hechizos.

Es un escritor que retrata al género humano no como un conjunto de seres pensantes sino como los depositarios de una desigualdad tangible, verificable a partir de cuadros como el de un pequeño desamparado que presume, como una posesión valiosa, el dibujo de un reloj en la muñeca y reconoce, no sin pesar, que la maquina se atrasa.

O qué decir de su microrrelato sobre el comunista que nunca, salvo una vez, comió vidrio ajeno, y eso porque el hambre era demasiada, tanta hambre lo obligó a infringir la regla.

Estas y más historias basadas en hechos reales están al alcance de los lectores en El libro de los abrazos.

La denuncia de Galeano retumba al son de ¿quiénes son los nadies?: los hijos de nadie, los dueños de nada, los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.

Y al final remata con los nadies cuestan menos que la bala que los mata.

Sus textos periodísticos, por ejemplo, los recopilados en el volúmen Nosotros decimos no, también muestran que allí donde Galeano ponía el ojo había injusticia, un trato diferenciado, una conveniente ceguera ante el dolor ajeno.

En uno de sus pensamientos dedicados al Che Guevara señala que la vida del guerrillero era una acusación contra un mundo, el nuestro, que convierte a la mayoría de los hombres en bestias de carga de la minoría de los hombres.

Galeano se marchó de este mundo el 13 de abril de 2015. Desde 1976 se refería a la creación como una "antigua respuesta al dolor humano y a la certidumbre de la muerte".

ADVERTENCIA

César Vallejo, poeta peruano, advirtió en su momento que el hombre es triste, tose y, sin embargo, se complace en su pecho colorado, además de que es en verdad un animal y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza.

Líneas arriba se asomó el hilo conductor de esta exposición. Una idea surgida de visitas controladas a los anaqueles farmacéuticos del arte: la desigualdad como un antónimo de fraternidad.

Las plataformas, las herramientas, los resultados difieren abismalmente pero la invitación a forjar un plano de igualdad es evidente y sólida como la sensación que, después de una reflexión profunda, nos lleva a darle un abrazo emocionado a ese lóbrego mamífero que estudia desde lejanos tiempos su fórmula famélica de masa, delgadez extrema que en estos momentos tiene, dato del Banco Mundial, a 896 millones de representantes subsistiendo con menos de dos dólares al día.

Correo-e: [email protected]

Víctor Jara. Foto: América Lente Solidaria
Víctor Jara. Foto: América Lente Solidaria
Colectivo PSJM. Foto: Guillermo E.
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Henry Hargreaves. Foto: James Bareham
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Estados Unidos. Foto: Henry Hargreaves
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Eduardo Galeano. Foto: EFE
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David Beauchard. Foto: David B.
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Pawel Kuczynski. Foto: El Espectador
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Shamsia Hassani. Foto: Kabul at work / HAMMER Education
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César Vallejo. Foto: Archivo Siglo Nuevo
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