Terminaron los Olímpicos de Río de Janeiro luego de 19 días de competencia. La semana pasada estuve a punto de descargar mi ira a través de estas líneas al ver que los deportistas mexicanos tardaron más en llegar a Brasil que en lo que venían de regreso; de 10 en 10 salían eliminados por día. Sin embargo, y como lo dije en esa ocasión, apareció Santos con su patética actuación ante Chivas, y fue inevitable abordar el tema.
Hoy no tiene caso hablar de los Guerreros, que de nuevo volvieron a perder, son último lugar general, último en la tabla de locales, primero tarjetas amarillas y están muy cerca de la zona de riesgo en la pelea por el no descenso. Dejemos ese tema de lado; vamos a Río.
Y es que cuando la decepción crecía, comenzaron a llegar las medallas para México. Fueron 5 en total, ninguna de oro. Claro que esas cinco preseas alivian en algo la actuación en general de la delegación mexicana, sin embargo, fueron 124 representantes del país y la gran mayoría pasó sin pena ni gloria.
Y me preguntó, ¿no sería más redituable mandar a los atletas que en verdad tengan posibilidad de competir por las medallas? ¿De qué sirve que vayan muchos? La delegación de atletas independientes mandó a menos de 10 y está arriba de México en el medallero, con un oro y un bronce. Así de fácil.
Puerto Rico, Singapur y Tayikistán, con una de oro cada uno, aparecen primero en el medallero.
Acá hacemos heroína a una gimnasta aparentemente pasada de peso pero que en lo deportivo acabó en el lugar 31.
¿Y de que nos sirven los Olímpicos a los simples mortales? ¿Inspiración? Si a final de cuentas Estados Unidos siempre nos deja claro que también en el deporte son los amos del planeta. Y ya. Para nosotros es más frustración que otra cosa.
Bien por los medallistas mexicanos y por los que se quedaron cerca. Los que fueron a buscar pretextos, se hubieran quedado en casa.
