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¿Los padres también hacen bullying?

Cuando la autoridad se convierte en intimidación

Foto: Archivo Siglo Nuevo

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Redacción S. N.

En mayor medida, el término bullying es descrito específicamente como acoso o intimidación escolar, sin embargo esta nociva conducta puede tener lugar en cualquier entorno, incluso en la familia y algunos psicólogos aseguran que pueden ser los padres quienes lo ejercen.

El empleo del término bullying (acoso o intimidación) suele restringirse al entorno escolar debido a la infinidad de desafortunados y muy preocupantes casos que se han suscitado en escuelas de todo el mundo y que hemos conocido a través de los medios de comunicación, de modo que al escuchar esta palabra inmediatamente imaginamos al típico niño grandulón -o aventajado- que se aprovecha de su condición para atemorizar a otro más débil, más pequeño o introvertido. Sin embargo, nunca nos hemos detenido a pensar si este puede ocurrir fuera del colegio, en entornos que parecen tan inofensivos, como el hogar, y si puede ser ejercido por los propios hermanos o incluso los padres.

Recordemos que este (un 'bully' o intimidador) es alguien que causa humillación o malestar a otro, sobre todo si es más débil o pequeño. Puede parecer extraño pensar que los padres se conviertan en los agresores pero desgraciadamente sucede, asegura la psicóloga Nancy Steinberg en su artículo titulado Mis papás me hacen bullying.

Señala que por lo regular son padres prepotentes que constantemente menosprecian a sus hijos o que intentan controlar y hacer cumplir las reglas con mano dura e inflexible.

Se trata de un fenómeno muy común y mucho más tolerado de lo que nos imaginamos, pues cuando un padre reprende a su hijo, ya sea con gritos o golpes, por desobediente o grosero, lo tomamos como una medida disciplinar.

No obstante, cada vez que un padre intimida a sus hijos 'siembra el terreno' para un problema en su desarrollo físico y emocional e incluso puede afectar su desarrollo cognitivo. Entre más temprano comience el bullying y entre más tiempo dure, más grave será el daño y su impacto será mayor, afirma Steinberg.

TERRENO FÉRTIL

Viéndolo de esta forma, se podría decir que los padres en general son conocidos por acosar continuamente a sus hijos en diferentes situaciones con el objetivo de controlar su comportamiento, ya sea mediante halagos, gritos, castigos, prohibiciones amenazas e incluso avergonzándolos.

“Cuántas veces te he dicho que no hagas esto”. “¿Estás tonto o por qué no entiendes?”. “Ya me tienes hasta la coronilla”. Todas estas frases bien podrían haber sido pronunciadas por el típico 'bully' que molesta a los niños, pero la verdad es que son típicas de muchos padres de familia; tal parece son ellos quienes continuamente hacen bullying a sus hijos antagonizando y agravando sus cargos sobre la base de sus 'preferencias' y 'reglas'.

Tal vez esa es la razón por la que muchos padres parecen tan impotentes cuando tienen que enfrentar junto con sus hijos un caso de acoso escolar. Quizá los padres modelan las las agresiones no físicas en el hogar al imponer valores, aislar, castigar, humillar, aunque al mismo tiempo condenan esos mismos comportamientos en las escuelas y demás lugares donde los niños se desenvuelven. Es una posibilidad. Más aun, los padres forman a sus hijos para que estén pendientes de lo que piensan de ellos, pero se molestan cuando se preocupan por lo que sus compañeros piensan de su ropa, su aspecto físico o su forma de ser, etcétera.

Según la psicóloga Laura Martocci, colaboradora del sitio Psychology Today, estos comportamientos, así como los dilemas que conlleva, son inculcados durante la socialización que tiene lugar en la infancia temprana, cuando los niños confieren autoridad a la mirada de sus cuidadores. Durante este período, ellos buscan complacer a aquellos que tienen el poder de juzgarlos y castigarlos. Su esfuerzo puede ser una expresión de amor (o en algunos casos puede ser dependencia), una estrategia para ganar la aprobación y el afecto de sus padres, o simplemente una forma de impedir el enojo para sentirse seguros. Y esas son las mismas motivaciones que trasladan al entorno escolar. Al igual que los padres, los compañeros del menor son agentes de socialización y en este rol evalúan y critican comportamientos. Una forma en que tanto padres como compañeros responden a un comportamiento inconveniente es parodeándolo, burlándose del 'transgresor'. Los padres suelen manejar esta estrategia como un toque de humor, buscando aligerar la crítica y suavizar el juicio. Alentar la risa es una manera de mostrar que el error es perdonable, que se puede reparar, que la falta no termina con la relación. Incluso cuando los cuidadores gritan, castigan y parecen disgustados con el comportamiento de los menores a su cargo, intencionalmente provocan la vergüenza, la culpa y un sentido de falla, ese es generalmente el camino hacia la redención y la reintegración.

Algunos podrían argumentar que lo que intentan es enseñar a sus hijos a internalizar valores y motivarlos a que en su ausencia no violen esos estándares, reglas y objetivos. ¿Qué mejor manera de prevenir que los niños hagan esto que produciendo una emoción fuerte? Provocar vergüenza, incluso en niveles normales, es el recurso ideal para inculcar valores internalizados, opina Martocci.

El intento de provocar vergüenza se parece peligrosamente al comportamiento de los compañeros que han sido acusados de intimidación, y de hecho, la más significativa diferencia entre la disciplina-vergüenza de muchos padres y la humillación-intimidación radica en el objetivo: el potencial de la redención.

Los menores también pueden criticar, juzgar e incluso socializar con compañeros dentro de un grupo mediante formas que recuerdan la disciplina que se fomenta en sus casas. Sin embargo, raramente continúan y admiten la posibilidad de reparación, perdón y restauración de los lazos sociales. Más bien, sus juicios y críticas buscan romper los sentimientos de conexión.

Sin la posibilidad de expiación las habilidades de manejo de conducta (acusar una falta, asumir responsabilidad, mostrar remordimiento o corregir el comportamiento) son inútiles. Cuando las condiciones para reparar y redimir no están a la vista la negociación de la crítica y la humillación es desalentadora y los juicios emitidos no son más que puntos de apoyo para el bullying.

Por otra parte, un niño que muestra tendencias de bullying hacia sus compañeros puede haber aprendido estos comportamientos de unos padres constantemente enojados que no lo nutrieron emocionalmente. De esta manera se aprende un patrón de agresión al interactuar con los demás.

LAS CARAS DEL BULLYING

Hay diversos tipos de bullying, el emocional consiste humillar y provocar miedo a través de diferentes acciones, como usar lenguaje obsceno, hacer comentarios negativos relacionados con estereotipos de género (“juegas como niñita”), despreciar los gustos del menor, descalificar sus habilidades, burlarse o gritarle y criticarlo constantemente.

Este se puede presentar en situaciones cotidianas, por ejemplo a la hora de la comida, a casi todos los niños se le obliga a comer todo lo que se le sirve, y aunque muchos consideran que es educarlos, la realidad es que la mayor parte de las veces lo que esconde esta forma de tratar a los niños es el temor de los padres a perder el control o la autoridad.

El bullying físico que ejercen los padres consiste en actos de agresión que causan daño, por ejemplo: dar una nalgada, golpear o cahetear, patear, pellizcar, empujar, jalar el pelo, golpear con un cinturón, negarle los alimentos como castigo por no hacer la tarea o llegar tarde, impedirle ir al baño porque tiene que aprender a aguantarse.

Con la invasión de las redes sociales ha surgido también el bullying cibernético, y dado que cada vez más padres de familias entran al mundo digital, también se da el caso de intimidación parental a través de estos medios. Este tipo de acoso consiste en hacer comentarios negativos sobre los menores en las redes sociales, compartir fotos de ellos en situaciones comprometedoras y tratar de controlar su vida en línea.

Son papás 'bully' quienes ejercen un control excesivo en la crianza y disciplina de los menores, utilizan técnicas de disciplina basadas en la agresividad (gritar, intimidar, amenazar o abusar de los insultos), disciplinan sin empatía y no muestran amor o se orientan excesivamente hacia los logros de los hijos.

Los padres bully pueden ser denunciados ante las autoridades del lugar donde ocurre la agresión, el DIF, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la Secretaría de Educación Pública, la Procuraduría General de Justicia y asociaciones dedicadas a este tipo de casos.

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