Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Los jóvenes recién casados le preguntaron al padre Arsilio si podían tener relaciones sexuales y luego comulgar. "No lo aconsejo -respondió el buen sacerdote-. Podrían distraer a los demás fieles que van a recibir la comunión". Don Algón, salaz ejecutivo, revisó el mensaje que había tecleado en la computadora su nueva y linda secretaria, y luego le dijo con meloso acento: "Estás haciendo progresos impresionantes, Rosibel. ¡Solamente cometiste cinco errores! Veamos ahora el segundo renglón". Babalucas vio pasar un camión cargado de pasto en rollo. Comentó: "Cuando sea rico yo también mandaré mi pasto a que lo poden". La pareja estaba comiendo en restorán. Desde la ventana un individuo no le quitaba la vista de encima a la mujer. El tipo que acompañaba a la atractiva fémina se levantó furioso y fue hacia el sujeto: "¡Le ordeno que deje de mirar así a esa dama! ¡Es mi novia!". Replicó el otro: "La miraré todo el tiempo que me dé la gana. Es mi esposa". La niñita le preguntó a su mamá: "Mami: ¿por qué me llamo Rosa?" Explicó la señora: "Porque cuando eras bebé te cayó en la cabecita un pétalo de rosa". Preguntó el hermanito pequeño: "Mumu: ¿mbé mbamo Rmbrefebrfogdr?". Contestó la madre: "No seas preguntón, Refri". Dulciflor, muchacha ingenua, regresó de su viaje de bodas. Comentó: "No sé por qué dicen que la luna de miel es algo muy bonito. Yo me aburrí soberanamente: lo único que oí en toda la semana fue rechinidos de cama, y no vi otra cosa más que el techo de la habitación". Una característica común de los dictadores es que sus discursos suelen ser muy largos. Larguísimos eran los de Hitler, lo mismo que los de Mussolini, Perón, Castro y Hugo Chávez. Cuando hablan, los políticos autoritarios no toman en cuenta el reloj, y casi olvidan también el calendario. Se diría que esos personajes egocéntricos, mesiánicos, iluminados, gustan de oírse a sí mismos; se deleitan con el sonido de su voz. El discurso de aceptación de Trump en la convención republicana fue inusitadamente prolongado: duró una hora 15 minutos, el más extenso en la historia de las convenciones. Sus palabras fueron pugnaces, como siempre; su actitud, como siempre, fue soberbia. Otra vez habló del odioso (e inútil) muro que pretende levantar entre México y Estados Unidos. Con arrogancia prepotente dijo que sólo él, y él solo, puede arreglar el sistema norteamericano, que -añadió- conoce como nadie. Aquel que al principio tenía traza de bufón cobra ahora apariencia de verdugo. Si Trump llega a la Presidencia -existe esa ominosa posibilidad- la violencia de sus palabras se convertirá en violencia de hechos. La xenofobia, el nacionalismo exacerbado, el aislacionismo serán política oficial de la Presidencia de Estados Unidos. Ahora la esperanza tiene nombre de mujer (qué hermosa frase): se llama Hillary Clinton. Ojalá ella y los demócratas logren salvar a su país y al mundo de la demencia de ese hombre que representa lo peor de la nación americana. Viene ahora un cuento de color subido. Las personas que no gustan de que los colores suban deben saltarse hasta donde dice FIN. Un individuo fue a confesarse. "Me acuso, padre -le dijo al sacerdote- de que anoche estuve con una mujer, y usé con ella mi parte de varón. Pero no la introduje; solamente la froté". "Frotarla es lo mismo que introducirla -dictaminó, severo, el confesor-. De penitencia reza cinco credos y deposita 10 pesos en el cepo de las limosnas". Fue el sujeto a cumplir la penitencia, y el cura lo siguió con la mirada. "¡Hey! -le gritó desde el confesonario-. Ya vi que no echaste la moneda en la caja; solamente la frotaste en ella". "Padre -replicó el tipo-, usted mismo lo dijo: frotar es lo mismo que introducir". FIN.

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