Creo que Dios está tomando clases de pintura.
En estos días ha habido en mi ciudad unos crepúsculos impresionantes: los ve uno y piensa que el Señor, preocupado por el creciente número de ateos, se está haciendo publicidad.
Saltillo tiene espléndidos atardeceres. Los colores del cielo son tantos y tan bellos que casi igualan a los de un sarape de Saltillo. Ni siquiera tienen nombre esos colores, pues a cada instante cambian: parpadeas, y el color que estabas viendo ya es otro color. Yo miro esos atardeceres antes de que sea demasiado tarde para seguirlos viendo.
Qué bueno que Diosito no me cobra por ver sus maravillas. No debo pagar nada por mirar esas puestas de sol, ni los amaneceres, ni las flores, ni el mar, ni los ojos de un niño, ni la belleza de una mujer. Todas las gracias se me dan de gracia, y todas las recibo sin dar gracias.
La verdad, no merezco estos crepúsculos.
¡Hasta mañana!...