¿SABRÁ ALGUIEN EL NOMBRE DE ESTA FLOR?
Es muy pequeña, tanto que casi no se ve. Mide lo que la uña del meñique de una niña acabada de nacer. Quizá por eso ni siquiera tiene nombre.
Su color es azulino, entre de jacaranda y plúmbago. En su diminuto cáliz, apenas visible, no cabe ni siquiera el acento de la i de una gota de rocío. Cuando la miro me parece ver una insinuación de flor, una sugerencia de flor, una promesa de algo que alguna vez será una flor.
Y, sin embargo, esta flor es una, única, irrepetible. Posee la misma dignidad de una estrella; en sus pétalos va todo el universo de lo creado. Es un ser en la naturaleza igual que todos los seres de la naturaleza. En ella, tan minúscula, hay cosas que se escriben con mayúscula: el Sol, la Vida, Dios.
Tan pequeño como esa flor soy yo. Y soy tan grande como ella. Va en mí la humildad de lo efímero y la majestad de lo eterno.
¡Qué pequeños somos, hermanita flor!
Hermana flor: ¡qué grandes somos!
¡Hasta mañana!...