A muy temprana edad Emmanuel Canto tuvo que escoger entre vivir o filosofar.
Se decidió por lo segundo. Ya viviría después, se dijo.
El problema de la filosofía que lo acuciaba más era el de Dios. No admitía su existencia, tampoco la negaba, pero no podía acogerse a un cómodo agnosticismo: esa postura era contraria a la ética de quien busca verdades, no ambigüedades.
Cierto día Canto se enteró de algo que sí existía: las computadoras. Vendió todo lo que tenía y se compró la más grande y poderosa de todas. Le preguntó:
-¿Hay un Dios?
En la pantalla respondió la máquina:
-Ahora lo hay.
Emmanuel Canto no filosofa ya. Se la pasa chateando, texteando y navegando en los modernos diosecillos derivados de aquel dios inicial. Está perdido lo mismo para la filosofía que para la vida. Dicho más brevemente: está perdido.
¡Hasta mañana!...