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La aprehensión de Hidalgo en Acatita

Representación de la aprehensión de Hidalgo en Acatita de Baján.

Representación de la aprehensión de Hidalgo en Acatita de Baján.

JOSÉ JESÚS VARGAS GARZA

En el inicio de la Revolución de Independencia el ejército de Hidalgo obtuvo triunfos, pero también derrotas, como la sufrida en la batalla el día 17 de enero de 1811 en el paraje denominado Puente de Calderón ubicado en las cercanías de Guadalajara. A consecuencia de esa acción Hidalgo y los caudillos independientes se vieron precisados a emprender la marcha hacia los Estados Unidos con el propósito de obtener armas para continuar la lucha. Su intento se vio frustrado cuando en el transcurso de Saltillo a Monclova tuvo una traición por Ignacio Elizondo, que se había hecho aliado de los realistas, quien en una emboscada en La Noria de Acatita de Baján, Coah., el 21 de marzo de 1811 las tropas de Elizondo aprendieron a los jefes y oficiales; entre los primeros se hallaban Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez.

En este largo peregrinar Hidalgo en Matehuala un lugar donde había escasez de recursos y se contemplaba un paisaje estéril, acompañado con dos mil personas con un resto de su ejército insurgente, y compuesto por religiosos, hombres de pueblo y sus familias, gente de a caballo y otras a pie. Treinta cañones, algunos coches destinados a los cabecillas, mujeres y clérigos, además de los animales de carga que conducían los baúles y pertrechos. De aquí salieron con rumbo a Saltillo, llegando el 5 de marzo y el cura Hidalgo se veía enfermo y de mal semblante, se quejaba ocasionalmente y no deseaba grandes ceremonias. Tres días duró la celebración por la llegada de Hidalgo. Aquí en esta población recibieron un indulto decretado por el Virrey Venegas, beneficio que es rechazado por Hidalgo y Allende.

El 17 de marzo de 1811 Hidalgo abandona la ciudad y se dirige a Monclova; lo escoltan Jiménez y Allende con poco más de mil hombres. Los jefes principales abordaron catorce coches y detrás de éstos a larga distancia veinticuatro cañones de diversos calibres y bagajes, entre los que iban quinientos mil pesos en dinero y barras de plata. Después de transitar lugares desérticos y sin agua, llegan a un lugar llamado La Joya el 20 de marzo y el 21 emprenden la marcha con rumbo a Acatita de Baján. Mientras tanto el hábil de Ignacio Elizondo preparó su cobarde traición de tal manera que mandó a varios de sus hombres al encuentro de Allende para ofrecerle ayuda y guía por el desierto, asegurándole que en Acatita de Baján encontrarían agua suficiente y aconsejándoles a los insurgentes que para dar tiempo a que las norias recuperaran su nivel de agua, el ejército no se presentara todo junto, sino en grupos.

Muy temprano del 21 de marzo de 1811 la caravana insurgente avanza a La Joya con dirección a Bajàn con la esperanza de encontrar fuerzas amigas, al pasar por Agua Nueva, no encontraron agua para saciar la sed. El desplazamiento continúa por aquellas llanuras áridas y de calor sofocante, haciéndose en cada momento más insoportable la marcha por lo embarazoso del bagaje, por la falta de provisiones, por la escasez de agua, ya que en esta región todas las norias habían sido azolvadas como parte de su estrategia. Por su parte el traidor de Elizondo estaba preparado con trescientos cuarenta y dos soldados veteranos, formado por milicianos y vecinos, indios comanches y mescaleros de la misión de Pellotes y varios oficiales quienes ya se encontraban apostados en un recodo de La Loma, conocida con el nombre de "La Loma de los Tontos". Además diez mulas cargadas con reatas y lazos de lechuguilla.

Y en las lomas llamadas del prendimiento que ubicadas a tres cuartos de legua delante de Baján, Elizondo colocó las fuerzas en el recodo de La Loma, sitio no visible para los que van llegando. Da indicaciones para que se formen en batalla la mayor parte de su tropa como para hacer honores militares al paso de Allende y los demás jefes, y adelantó otro grupo a la retaguardia compuesto de indios y comanches mezcaleros bien instruidos de lo que habían ejecutar, provistos de lazos y reatas con orden de amarrar a todos los insurgentes que allí fueran llegando.

La caravana insurgente se encuentra a media hora del lugar de la tragedia viene integrada por más de 20 carruajes, sus pasajeros, que ya llevaban más de mil kilómetros andados, cansados y hambrientos, seguidos de cerca de mil quinientos hombres que vienen al mando de Iriarte no maliciaron de la amable actitud de Elizondo. A las nueve de la mañana se avistó la vanguardia de la caravana, los coches de los insurgentes se aproximaron a Acatita. Seguía a estos un piquete compuesto de sesenta y seis hombres, que las tropas de Elizondo dejaron pasar y que fueron arrestados luego que se hallaron en el centro de la columna realista, de inmediato los desarmaron y ataron sin demora. Sorpresa que se llevó a cabo o con facilidad tanto por la absoluta confianza con que caminaban los independientes. En aquel punto el camino hacía una curva para costear una pequeña loma tras de la cual se ocultaba el grueso de las fuerzas de Elizondo, agazapados sin ser vistos por los insurgentes.

Después de una hora aparecen otros carruajes, viniendo en uno de ellos el teniente saltillense Nicolás González, quien es muerto en el acto por no aceptar la intimación. En ese sentido venía un coche con mujeres, escoltado por doce o catorce hombres, los cuales intentaron defenderse, y fueron muertos tres de ellos y cogidos los demás. En este orden fueron llegando hasta catorce coches con todos los generales y eclesiásticos, en uno de ellos viajaba un hermano de don Miguel Hidalgo y fue preso.

Llegó el coche donde viajaban Ignacio Allende, Mariano Jiménez y Juan Ignacio Ramón y el hijo de Allende llamado Indalecio, quienes reciben la intimidación de rendición por parte de Vicente Flores; pero Allende rehusó rendirse, quien llamándole "infame traidor" le tiró un pistoletazo a Elizondo, pero éste escapó de las balas, luego mandó a sus soldados hacer fuego contra el coche, quedando muerto de esa refriega el hijo de Allende, que era teniente general, y mal herido Arias. Faltaron las fuerzas de los insurgentes para oponerse y se entregaron a sus captores, abrumados, azorados y asustados. Fue entonces que Jiménez que acompañaba a Allende en el mismo coche, saltó del coche y le dijo a Allende que no había remedio que rendirse y entregaron las armas a Elizondo, de inmediato fueron atados los dos.

Al último de todos venía el cura Miguel Hidalgo, quien se había apeado de su coche y montado en un caballo prieto y marchaba detrás de los coches y rodeado de una pequeña escolta a cargo de Marroquín, compuesta de 20 hombres que marchaban con las armas presentadas. Elizondo sale a recibirlos y se coloca a la retaguardia como si los viniera escoltando, al llegar al sitio referido o sea al recodo del camino los intimidaron a que se rindieran, sorprendido el caudillo recurre a su pistola y antes de hacer uso de ella, sus aprehensores se lo impiden por lo que forzosamente se da como prisionero. Hidalgo fue el único que no fue atado como lo fueron sus compañeros, respetando su augusta figura y a su persona.

Las detenciones continuaron, con los soldados insurgentes y los demás jefes y oficiales. La fatídica tarea se prolonga hasta el anochecer con la detención de 893 insurgentes más y toda la impedimenta militar, incluyendo los 22,000 kilogramos de plata. La celada había terminado con la muerte de 40 personas y otras más heridas. Después de Monclova a un grupo selecto de insurgentes fueron trasladados a Chihuahua en una caravana encabezándola Miguel Hidalgo.

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