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Papa Francisco

Emocionante, conmovedor, inesperado, oportuno, fue en su momento el nombramiento del Papa Francisco, primer papa que tomó el nombre del Santo de Asís, primer latinoamericano y primero también que es jesuita.

Todo en él insinuaba, ya desde entonces, renovación. Desde su primera aparición en público Francisco se vio muy humano, muy cercano, muy humilde, muy carismático, parecía ser un papa como lo esperábamos todos, como le urgía a la iglesia.

El nombre que tomó era también muy significativo: como San Francisco en su tiempo, él llegaba en un momento oportuno para reconstruir una Iglesia que perecía desmoronarse.

Y también, como San Francisco lo hizo en su momento al renunciar a las riquezas, él anunciaba, con su actitud humilde, su deseo de que la Iglesia, y en particular su jerarquía, abandonaran las fastuosidades, los lujos, las magnificencias con que se rodeaban, y se volviera a la sencillez, a hacer una realidad vivencial y personal la opción por los pobres que tanto pregona la iglesia; que vuelvan a ser ricos de espíritu para retomar el espíritu de pobres; que combatan, con su testimonio, el afán de tener y de poder, valor eje que domina toda humanidad y origen de casi todos los males que la aquejan.

Francisco va dejando claro por donde quiera que va, que la iglesia somos todos los que seguimos a Jesús: “obispo y pueblo, pueblo y obispo, iniciamos este camino juntos”, dijo en su primera aparición en público. Todos somos corresponsables de la misión de la iglesia, es cierto, pero evidentemente son necesarios guías que con su testimonio conduzcan a los seglares por el buen camino; guías que vivan las bienaventuranzas, que practiquen la mansedumbre y se atrevan a enfrentarse, sin violencia, con los violentos de todo tipo; guías que siendo justos, nos hagan sentir hambre y sed de serlo también; guías que practiquen la misericordia yendo, con el corazón por delante, al encuentro del necesitado; guías que sean limpios de corazón, para que a través de ellos podamos ver a Dios; guías que sean constructores activos de la paz, porque llevan la paz en sí mismos; guías que construyan comunidad evangelizando sobre cimientos firmes; guías, en fin, que conduzcan a la santidad al pueblo de Dios, porque ellos mismos son santos.

Según lo que hemos visto en el tiempo que lleva como máximo jerarca de la iglesia, Francisco ha demostrado que es de ese tipo de guías.

Cumpliendo con la misión encomendada a Pedro: “apacienta (lleva la paz) a mis ovejas”, y haciendo vida la oración de San Francisco: “Señor hazme instrumento de tu paz; que donde haya odio ponga yo amor; que donde haya duda ponga fe…” el Papa Francisco viene ahora a México, bienvenido sea y bienvenida sea su palabra de paz para bien de todos. Habrá que escucharlo y meditar con atención sus homilías y discursos para después hacerlos vida, sólo así tendrá sentido su visita.

Rodolfo Campuzano,

Gómez Palacio, Durango.

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