Siglo Nuevo

Porfirio Díaz, cara y cruz

El águila embalsamada, un siglo sin volar

Porfirio Díaz, cara y cruz

Porfirio Díaz, cara y cruz

Iván Hernández

Al expresidente le sobran epítetos: líder inescrutable, prócer del continente, el tirano, el represor, el dictador. Héroe de guerra y moldeador de la patria, sólo le faltó convertirse en un héroe de la retirada, de la renuncia, del desmontaje.

"No es la inmoralidad de los grandes hombres lo que debería infundirnos temor, sino más bien el hecho de que sea esta la que, con tanta frecuencia, permita a los hombres alcanzar la grandeza."

Tocqueville

Poseía unos ojos terribles, amenazadores, ya amables, ya poderosos, ya voluntariosos, así como un tenso y rígido porte que proporcionaba una gran distinción a su personalidad, sugiriendo poder y dignidad. Así, entre elogios y más detalles, describe James Creelman a Porfirio Díaz, cuando el presidente de México tenía 78 años de edad, en la famosa entrevista publicada por la Pearson´s Magazine en marzo de 1908.

El texto del periodista norteamericano fue traducido y publicado en medios mexicanos y generó una efervescencia política de gran calado, una que contribuyó al estallido de la revolución un par de años después.

Los párrafos de Creelman obsequian al lector con epítetos que fácilmente podrían convencer a los despistados sobre la grandeza sin atenuantes del entrevistado: “prócer del continente”, “guía y héroe del México Moderno”, “líder inescrutable”. Pero no todo es del color con el que los periodistas idealizan a las personas. El propio Creelman comienza a acotar dando jugada a los contrastes, detalles como la imposición de un gobierno autocrático mientras se preparaba el camino para la instalación de la ideal democracia.

La figura del general y seminarista oaxaqueño inspira un vaivén de impresiones buenas y malas, mejores y peores, como una moneda lanzada al aire una y otra vez, una moneda que a veces nos muestra el águila y otras el sello, el cara y cruz de un personaje cuyo principal defecto fue envejecer.

“Es esta la historia del hombre que ha construido una nación”, dice Creelman en las notas introductorias de su texto. El presente, sin embargo, es un recorrido por la sombra a cien años de la muerte de un exiliado; por los días de un nuevo siglo en el que vuelve a debatirse aquello de repatriar los restos de quien dio su nombre a un período de más de tres décadas de la historia mexicana, sepultado en las páginas negras de la historia patria, en la ciudad luz, en el cementerio de Montparnasse.

UNA ESTATUA

Nada más para iniciar la edición 2015 del mes patrio fue erigida una estatua en honor de Porfirio Díaz en la plaza Bicentenario de Orizaba, Veracruz. La idea fue promovida y financiada por el alcalde del Partido Revolucionario Institucional, Juan Manuel Diez Francos. El edil afirmó que pagó de su bolsa el broncíneo homenaje, aunque no reveló el monto invertido.

El priista admira, entre otras cosas, el espíritu modernizador del oaxaqueño, reflejado en la construcción de la red de ferrocarriles del país, en su política de apertura al capital extranjero para la explotación de los recursos energéticos y minerales del país, algo que permitió el desarrollo tecnológico del país.

A unos kilómetros de distancia de la plaza Bicentenario de Orizaba, sin embargo, está el municipio de Río Blanco, lugar que hace poco más de un siglo fue cuna de un movimiento obrero que denunciaba unas condiciones de trabajo cercanas a la esclavitud y exigía mejoras salariales. El gobierno de Díaz cortó la rebelión con extrema falta de cortesía, con un saldo de centenares de obreros muertos. La paz de la fuerza tan característica del porfiriato. Entre los detractores del general Díaz hay quienes sostienen que la desigualdad imperante en territorio mexicano data de aquellos años.

Los descendientes del general y los simpatizantes de su labor al frente del gobierno nacional ven en la broncínea estatua un reconocimiento a un presidente que supo mandar en tiempos complicados. En el extremo opuesto, las palabras 'asesino' y 'dictador' son lugares comunes del pensamiento antiporfirista.

En 2002, Francisco Ávila Camberos, coordinador de Puertos y Marina Mercante, encargó al escultor Humberto Peraza una serie de estatuas para el centenario de la modernización del puerto veracruzano. Entre los personajes distinguidos estaba Porfirio Díaz. Sin embargo, el entonces gobernador de la entidad, Miguel Alemán, se opuso a la idea.

LOS RESTOS

El 2 de julio pasado, en el centenario del fallecimiento del expresidente, el entonces diputado federal del PRI, Samuel Gorrión Matías, presentó una solicitud al gobierno de Enrique Peña Nieto para que tramitara la repatriación de los restos.

El legislador opina que el líder inescrutable fue despojado de su calidad histórica, que es un personaje "incomprendido o difamado", que es urgente abrir un debate sobre su figura y su impacto en la vida nacional.

"A Don Porfirio Díaz lo han tenido en la sombra, en el odio y prevalece su pasado como tirano represor", expuso el diputado en su iniciativa. Para Samuel Gorrión la mala imagen del dirigente embalsamado y sepultado en Francia se deriva de mitos creados con claros fines políticos.

Los números, estadísticas y narraciones, según el político priista, son clara muestra de un talante reformador que puso a México en el plano internacional.

"Es una deuda histórica que sus restos (...) regresen a su natal Oaxaca", afirmó Gorrión Matías.

Ese mismo día, en el ayuntamiento de Oaxaca de Juárez, se realizó una petición similar para la repatriación de los restos. En ese municipio se creó una Comisión Especial de los Festejos del Centenario Luctuoso del general Porfirio Díaz Mori.

"Tiene derecho a regresar", dijo el coordinador de asesores del estado oaxaqueño, Alberto Esteva Salinas.

El regreso en sí no encuentra mayores trabas. La familia Díaz, reconocen incluso en el bando de quienes consideran al Díaz Mori un villano de la historia patria, tiene derecho a dar cumplimiento a la voluntad del expresidente de que sus restos descansen en una iglesia de su natal Oaxaca. Es la forma en que se pretende llevar a cabo, por todo lo alto en lugar de un acto privado, lo que genera suspicacias, confrontación y, en último caso, la negativa del gobierno mexicano a dar paso a la reivindicación del líder caído.

VIAJE DE IDA

El 31 de mayo de 1911, en el puerto de Veracruz, Porfirio Díaz abordó el Ypiranga, barco que lo condujo hacia el exilio. Victoriano Huerta, otro célebre personaje de infamante memoria, era el comandante de su escolta. La crónica de la época afirma que Díaz dijo a Huerta las siguientes palabras: “La única experiencia de gobernar bien al país es como yo lo hice”. Ciudadanos, políticos y periodistas lo visitaron en los cinco días que pasó en el puerto veracruzano, eran los últimos espasmos del fallecido régimen.

Lo siguiente fue una lucha encarnizada, la Revolución, que dejó un millón de muertos en territorio mexicano. Los ganadores, entonces, procedieron a satanizar, con éxito, la figura del dictador. Esta es, de manera somera, la percepción de Carlos Tello Díaz, historiador y tataranieto del general.

Tello Díaz publicó este año Porfirio Díaz. Su vida y su tiempo. La Guerra 1830-1876, primero de tres volúmenes dedicados al prócer del continente. En el tercer tomo, cuyo título tentativo será El poder, el tataranieto abordará los años que derivaron en su viaje sin retorno a la vista.

Una tesis que pretende demostrar Tello Díaz es que la permanencia de su ancestro en el poder fue el resultado de un consenso de los mexicanos.

La lista de admiradores va, de lejos, más allá de su descendencia. El propio Francisco I. Madero en su obra La sucesión presidencial, dedicó aladas palabras al líder inescrutable: “para un hombre de tan avanzada edad, es asombrosa la labor que desempeña”, “su vida privada es intachable”, “como administrador, siempre ha sido íntegro”. Claro, después decía cosas como: “al General Díaz no solamente le agrada la lisonja sino que ve con desagrado tributar elogios a otro que no sea él” y “Por dos veces ha ensangrentado al país con la guerra civil, para conquistar el principio de no-reelección, y a pesar de ello, se ha reelecto cinco veces”.

PERSISTIR NO ES ALCANZAR

Los intentos por repatriar los restos fueron inaugurados por Carmen Romero Rubio, segunda esposa del general. En la correspondencia de Amada Díaz, hija del oaxaqueño, se consigna que la cónyuge rechazó un ofrecimiento del rey de España para inhumar a su marido en El Escorial, en Madrid, porque tenía “la intención de traer los restos a México”.

Sin embargo, el gobierno mexicano no le rindió homenaje, ni reconocimiento alguno, ni condolencias para la familia. Carmen Romero volvió sola a México, donde murió en 1944.

En las dos décadas siguientes también se hicieron intentos por cumplir la voluntad del patriota, del gobernante de mano dura, pero no prosperaron.

En la década de los ochenta del siglo pasado historiadores como Enrique Krauze iniciaron una revisión del porfiriato. En 1987 el gobierno de Miguel de la Madrid autorizó una biografía del general editada por el Fondo de Cultura Económica y patrocinada por la Secretaría de Agricultura.

En el sexenio siguiente, el gobierno de Carlos Salinas, se autorizó la producción de El vuelo del águila, telenovela sobre la vida del oaxaqueño y se quitó el término 'dictador' en los capítulos dedicados a su persona en los libros de texto.

En 1995 se creó una comisión para estudiar una propuesta de repatriación, luego, en 2010, el presidente Felipe Calderón, también hizo un tanteo sobre ese torito, pero, el centenario de la Revolución Mexicana, el movimiento que derrocó al gobierno represivo, ameritó no moverle al asunto.

El historiador británico, Paul Garner, estudioso del porfirismo y de la Revolución, ha pregonado en conferencias, libros, entrevistas y demás tribunas posibles que el dictador no es como lo pintan.

El gobierno emanado de la Revolución, según Garner, estableció tres cosas a propósito del derrotado: que era tirano, dictador y entreguista. Fue hasta el sexenio de Salinas que se retiraron los epítetos y se suavizó el discurso, cambiando por ejemplo, aquello de 'entreguista' por 'modernizador'.

Para el doctor en Historia por la Universidad de Liverpool el cambio es apropiado ya que Díaz tenía mucho menos control del que se le atribuye, inmerso como estaba en un sistema complejo y contradictorio, en el que se mezclaban prácticas constitucionales y autoritarias. Sostiene que los restos del expresidente se mantienen en París porque la interpretación de esta época es política y no histórica.

LA BALANZA

La juventud del caudillo, según Creelman, “hace palidecer las paginas de Dumas” y durante su mandato “las masas guerreras, ignorantes, supersticiosas y empobrecidas de México” se convirtieron “en una fuerte, pacífica y equilibrada nación que paga sus deudas y progresa”.

¡Lo que hubiera sido la biografía del oaxaqueño en manos del autor de Los tres mosqueteros!, elementos para deleitarse con la idea sobran; Díaz Mori encabezó dos golpes de estado, contribuyó a poner punto final al gobierno de Antonio López de Santa Anna, participó y destacó en la Guerra de Reforma, también defendió a la patria durante la intervención francesa de 1862.

Argumentos a su favor son la prosperidad alcanzada por México y su forma de reducir el ejercicio de gobierno a un postulado: “poca política y mucha administración”. La inversión en infraestructura que conectó a México al incrementar la red ferroviaria de 460 kilómetros 19 mil kilómetros de vías. La llegada de la banca al país, el impulso que dio a la edificación de palacios: el de Correos, Comunicaciones (hoy Museo Nacional) y el Teatro Nacional (Bellas Artes).

Para conmemorar el centenario del inicio de la lucha contra España, el 16 de septiembre de 1910, Díaz inauguró el Ángel de la Independencia. La obra se alzó sin problemas, inmune al nubarrón que estaba a poco más de un par de meses de soltar una tromba que pondría fin a los días del viejo régimen. El gobierno porfirista había planificado y ejecutado mil 419 obras para los festejos.

Empero, bajo su "mano de hierro" tan alabada por Creelman, aparece el nulo respeto a los derechos, la represión del descontento, un villano de la historia nacional. Aplastó la rebelión yaqui, más de 15 mil indios acabaron en plantaciones del sur del país trabajando como esclavos.

La Revolución comenzó con un fraude electoral de Díaz a Madero. Y es que en el porfiriato nunca faltaron las citas con las urnas.

DEFENSA A ULTRANZA

En su carta de renuncia a la presidencia del país, Porfirio Díaz, de pocas palabras, orientado hacia la acción a rajatabla, se mostró mesurado. Su deseo era que una vez “calmadas las pasiones que acompañan a toda Revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional un juicio correcto que me permita morir llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas”. Las pasiones, sin embargo, parecen no dar tregua al político que un día le dijo a Huerta que la única experiencia de gobernar bien al país había sido la suya.

Enrique Krauze ha sido un portavoz oficial del pensamiento pro porfirista en las últimas tres décadas. No puede menos que admirarse el progreso que se alcanzó con Díaz, dijo el historiador mexicano en un artículo publicado en la revista que dirige, Letras Libres.

La postura del miembro de la Academia Mexicana de la Historia se mantiene igual en cualquier plataforma, porque el general dio impulso a la minería, a la industria, a la agricultura comercial, a la red ferroviaria, a la red de telégrafos, al sistema de correos.

También equilibró los presupuestos, acreditó al país en los mercados financieros, se preocupó por mejorar los servicios de educación y salud. El principal déficit, empero, se ubica en la forma de tratar los problemas sociales.

Un error decisivo, según el autor de Biografía del poder, fue cerrar la puerta a una nueva generación, el general falló al compaginar la modernización económica con un sistema político más incluyente. Además, dejó pasar las oportunidades para retirarse ya fuera en 1904 o en 1908.

Con argumentos así, el historiador y su productora, Clío TV, prepararon una serie de cinco documentales con el título Porfirio Díaz: El Centenario.

“Aquel hombre proscrito de la patria a la que sirvió y en cuyo seno, después de cien años, merece descansar”, defiende y para conjurar la imagen de villano, Krauze recurre a una comparación con Gustavo Díaz Ordaz en la que el 'entreguista', o 'modernizador' según se prefiera, no resulta tan malo después de todo.

Krauze participó en el proyecto noventero ya mencionado para la repatriación de los huesos a la Iglesia de la Soledad en Oaxaca. Intento que fue bloqueado, según su testimonio, por un nieto del exiliado.

“A cien años de su muerte es importante debatir su régimen, su época y su legado”, afirma el director de Letras Libres haciendo eco de aquellas palabras de la renuncia de Díaz, el viejo que declinó la opción de seguir reteniendo el poder, consciente de que “sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la Nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales”. Ya no estuvo en el mundo para escuchar que la Revolución fue la causa de muerte de más de un millón de mexicanos.

LA VUELTA PRIVADA

Arno Burkholder, Humberto Morales Moreno y Patricia Galeana, esta última directora general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), son historiadores que, si bien reconocen los méritos del general, no consideran que pueda darse el regreso de los restos con la pompa dedicada a los mexicanos ilustres.

Sus posturas coinciden en que la familia tiene todo el derecho a repatriar los restos de su predecesor, pero, la nación mexicana no debe recibirlo con honores ya que sería absurdo rendir homenaje a un dictador.

Es cierto que durante el porfiriato México tuvo un crecimiento destacado, pero, no hizo algo que sí ofertaron, al menos en el discurso, los revolucionarios que lo derrocaron: voltear a ver a los pobres de los pobres.

La clase política que gobernó al país desde 1916 hasta 2000 tuvo como su inigualable carta de presentación el triunfo en el conflicto revolucionario. Además, justificaron su ascenso al poder con un fuerte gasto social y para acabar de legitimarse hicieron de Porfirio Díaz el villano de la historia.

La repatriación con honores de carácter militar, según el historiador Pedro Ángel Palou, sería incuestionable, basta con mencionar la derrota que infligió al ejército francés de Napoleón III. Un tributo político ya es otra cosa.

Humberto Morales, historiador poblano, plantea una cuestión que parece definitiva: “Los gobiernos que glorifican la Revolución Mexicana no pueden justificar o enaltecer la figura de Díaz”. Afirma que la presencia del oaxaqueño, así sea en restos centenarios, sería incómoda para el Estado ya que encarna el lado oscuro de la democracia y repatriarlo con honores significa celebrar a un mandatario que pisoteó la soberanía del pueblo.

Los descendientes de Porfirio Díaz se resisten a trasladar en privado sus restos. Quieren un reconocimiento por sus acciones como héroe militar y por sus logros como estadista que engrandecieron al país. El expresidente merece, afirman, que el pueblo reconozca sus obras, que se destaque su lado heroico, su patriotismo. Un acto privado es inadmisible, inmerecido, dicen y plantean que se requiere una reconciliación de México con el porfiriato. De ahí que hayan decidido no traer los restos del difunto mientras el pueblo mexicano no esté dispuesto a celebrarlos.

El gobierno mexicano ha escuchado a lo largo del último siglo las peticiones de la familia y de los simpatizantes del expresidente, pero ninguno de los titulares del Ejecutivo nacional ha querido ahondar en la cuestión dada la persistencia de un sentir popular que rechaza la idea.

LA CONVERGENCIA

Otro historiador, Francisco Ramírez, luego de una investigación de las posturas existentes vertidas en libros, revistas, periódicos, de entrevistas con descendientes de Díaz Mori, con autoridades y personajes de la escena pública interesados en cumplir con la voluntad del exiliado -la vuelta a su natal Oaxaca-, concluye que para tal efecto es necesario el consenso de la familia, del gobierno y de la sociedad.

Sería, indispensable, afirma, un acto de voluntad en el que den el visto bueno esos tres elementos, armonía harto complicada de lograr dado el trasfondo ideológico que empantana el asunto.

Para explicar esto, Fernando Aguirre se remite al ya mencionado Paul Garner, quien precisa que dentro de la historia oficial pro revolucionaria, el porfiriato es la etapa tiránica y opresiva desterrada por la revolución.

Es decir, pesan más los abusos, debidos en buena medida al desconocimiento de los derechos del pueblo, cometidos por un régimen en una época en que las cosas solían hacerse de ese modo.

Carlos Tello, sin embargo, percibe que ha ocurrido un cambio de actitud a la hora de abordar los dimes y diretes acerca de la figura de su tatarabuelo. El tiempo erosiona la piedra, parece decir, cuando menciona que en los sexenios en el umbral del siglo XXI hubo más apertura hacia el tema de la repatriación que en los primeros gobiernos posteriores a la revolución.

Sin embargo, el nombre del expresidente todavía es utilizado como un sinónimo de entreguismo y de enemigo de la democracia. El dos veces candidato a la presidencia nacional, Andrés Manuel López Obrador, gusta de etiquetar a Enrique Peña Nieto como un alumno aventajado del dictador.

EL MEJOR PRESIDENTE

Un estudio concienzudo y comprobado de su papel en el México del siglo XIX y principios del XX era lo que esperaba Porfirio Díaz. En ese sentido, hay quienes han abordado el tema por vías paralelas, por ejemplo, la valoración del desempeño de los hombres que han ocupado la silla presidencial.

Marco Herrera, analista político y colaborador de la revista Forbes, opina que a Benito Juárez “le fue bien porque murió a tiempo”, después de conseguir hitos de la historia patria como la separación de la Iglesia y el Estado. A Díaz, en cambio, le fue mal porque no se murió antes. Le reconoce haber sacado a México de la época medieval.

Para Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo el balance es negativo con los problemas de tipo económico y social que se engendraron en esos tres sexenios.

Hace unos años, una filial de la UNAM, JuristasUNAM, comenzó una encuesta abierta a los cibernautas en la que pregunta quién ha sido el mejor presidente de México desde la restauración de la República.

En primer lugar aparece Porfirio Díaz con 38 mil 673 puntos, seguido de Felipe Calderón con 37 mil 839 unidades. Completa el podio Lázaro Cárdenas del Río y enseguida vienen Benito Juárez y Francisco I. Madero.

Una encuesta, sin embargo, no es el estudio concienzudo y comprobado que amerita la figura del caudillo o tirano, según se vea. Además, tampoco hay garantías de que un análisis profundo garantice la vuelta entre listones y fanfarrias.

Nuevamente, historiadores como Carlos Betancourt Cid, investigador del INEHRM, tienen algo que decir. Betancourt opina que en la elección del mejor presidente, los mejor posicionados suelen ser Juárez, Díaz y Cárdenas. Tanto Juárez como Cárdenas, según la exposición del investigador, tuvieron sus detalles, pero Porfirio Díaz es harina de otro costal. Si bien le reconoce el avance industrial y el haber ubicado a México en la escena mundial, es lapidario en el tema de la repatriación. Critica el culto que algunos le rinden a sus restos y afirma que la decisión de traerlos de vuelta a México es algo que compete solamente a los descendientes del expresidente.

HÉROE DE LA RETIRADA

Cualquiera que sea el resultado de la polémica en torno a los restos de Díaz Mori es evidente que su nombre seguirá asociado, por un lado, a un régimen que trajo orden y desarrollo a un país enmarañado en conflictos, revueltas y rezagos mayúsculos, y por el otro, a una etapa oscura para los derechos humanos, con el costo de sangre que eso implica, y políticos. En esto último, hay quienes meten la nota de que las elecciones en el porfirismo no eran limpias y con los herederos de la Revolución que lo exilió tampoco.

A un siglo de su muerte es factible pensar que la reivindicación histórica del dictador, del prócer del continente, del tirano -elegir el epíteto es un asunto personal- no es un asunto urgente en un México lleno de problemas de insondables proporciones -la corrupción, la impunidad, la inseguridad y un largo etcétera.

Además, ¿quién es capaz de decidir si el pueblo ha sido malo o injusto con el exmandatario?, y, ¿a quién beneficia la vuelta de los restos del héroe de guerra y luchador contra la reelección que condujo los destinos de la nación de manera casi ininterrumpida a lo largo de más de tres décadas?

Porfirio Díaz hablaba con gran seguridad acerca del carácter de sus gobernados. En la entrevista con Creelman, por ejemplo, afirmó que “El mexicano (...) piensa mucho en sus propios derechos y está siempre dispuesto a asegurarlos, pero no piensa mucho en los derechos de los demás. Piensa en su propios privilegios, pero no en sus deberes”. Y en una plática con el escritor Francisco Bulnes, pintó a sus paisanos como unos consumados devoradores de antojitos, perezosos, trabajadores impuntuales que temían a la miseria, mas no a la opresión ni a la tiranía, listos para la fiesta y proclives a endeudarse para celebrar las fechas importantes.

El general, el mandatario, el opresor, el tirano, sabía a lo que se enfrentaba y actuó en consecuencia. Envejeció y fue derrotado y acabó sus días en el exilio. En la carta de renuncia está un elemento clave de sus deseos, su esperanza de ser reconocido, en vida, hermano, en vida.

Defensor de la patria y moldeador de la misma, a Díaz Mori sólo le faltó convertirse en un héroe de la retirada, figura acuñada por Hans Magnus Enzensberger y retomada por Javier Cercas en su Anatomía de un instante: héroe que no representa el triunfo, la conquista, la victoria, sino la renuncia, la demolición, el desmontaje, un héroe que alcanza su plenitud abandonando sus posiciones, socavándose a sí mismo.

¿A cien años de distancia sus restos aún esperan un tributo, un elogio, una lisonja? En vida le gustaban. Madero y el propio Díaz no dejaron dudas al respecto, que la historia oficial le haya pagado con la moneda opuesta, seguro que el expresidente no lo imaginaba. Determinar si lo merecía o no es un abordar una misión oscura y profunda como abrir una fosa en propiedad ajena.

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Porfirio Díaz, cara y cruz
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