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LA SEÑORA DE LAS ROSAS

LEONEL RODRÍGUEZ R.

¿Cuánto tiempo tiene de estar presente en la intersección de la Calzada Colón y bulevar Independencia, muy cerca del conjunto escultórico de Don Quijote y Sancho Panza?

¿A qué hora, generalmente, se posa en este lugar para ofrecer a los automovilistas sus hermosas rosas en botones y de múltiples colores? ¡Lo ignoro!

Sin embargo, un día llamó mi atención, y haciendo honor a la verdad, jamás me dio lástima, la sonrisa que se dibujaba en sus labios, la alegría de su rostro, denotaba amor a la vida y a lo que se dedicaba: ofrecer unas hermosas rosas de forma individual, o bien, un ramo de ellas, aprovechando los pocos minutos que un automovilista hacía el alto obligatorio por encontrarse en rojo el semáforo, que en sentido directo, o bien cuando había que dar la vuelta hacia la izquierda, en esta transitada confluencia.

Generalmente, paso poco antes o después de las diez de la noche, y desde calles adelante a este crucero, me preguntaba si en esa ocasión, en esa noche, la señora de las rosas, como así la bauticé, se encontraría en su sitio acostumbrado; ya traía en mente la idea de que cuando el semáforo se encontrara en rojo para hacer alto en el camino para cruzar el bulevar Independencia y dirigirme hacia el bulevar Constitución, me detendría, la saludaría y la preguntaría qué color de rosa se le hacía la más bonita y por supuesto para ella, ya que para mí todas sus flores, en cualquier color, me parecen hermosas.

¿Cuándo fue la primera ocasión que hago el tiempo suficiente para conversar con ella?, no lo recuerdo, pero ha de haber sido allá por septiembre. Escojo una que ella me recomienda, se la pago y muy galantemente le digo: señora bonita, esta rosa es para usted, recíbala de mi parte de todo corazón. La señora pone una cara de sorpresa, sus ojos cobran un brillo especial y una gran sonrisa se dibuja en sus labios. El paso del semáforo rojo a ámbar y después al verde, no dio oportunidad a que sus labios emitieran alguna palabra, pero estoy seguro que todavía sonreía por el detalle y tal vez tácitamente emitió un…. ¡Gracias!

¿Cuántas interrogantes han venido a mi mente en relación a la señora de las rosas? ¿Por qué trabaja hasta esas horas de la noche, pasadas de las diez? ¿Hasta qué hora se mantendrá en espera de que el conductor de un automóvil le compre una o más rosas? ¿Qué no tendrá marido o algún hijo o hijos que le ayuden con lo más necesario para vivir?

Cuando la veo a esas horas de la noche, aún trae consigo una buena cantidad de rosas multicolores en sus manos y en una cubeta tiene otras tantas, ¿venderá las suficientes como para sobrevivir?

¿Desde qué horas se posará en ese lugar? ¿Cuántas de sus rosas se marchitarán antes de poder ser vendidas?

Lo cierto es que ya van varias ocasiones, no menos de tres o cuatro de repetir la historia, esto lo hago cuando deliberadamente espero a que el semáforo que me permite pasar el bulevar Independencia pasa de ámbar a rojo y así puedo repetir la historia: Buena noche, señora, ¿cuál es la rosa más bonita que tiene? Y ella me señala varias de ellas, yo tomo una de las que me indica, la tomo, pago su precio y galantemente le digo: esta hermosa rosa es para usted.

En la más reciente ocasión, de lejos observo el semáforo que de ámbar pasa a rojo, bajo la velocidad del coche y repito la misma operación, fue aquí cuando me permito preguntarle su nombre y me dice: me llamo Lourdes, me dice toda emocionada, me encanta ver la sonrisa que se dibuja en sus labios, la vivacidad que se ve en sus ojos y me agrega: hasta quisiera darle un beso, el verde del semáforo me hace continuar mi marcha, pero yo también voy feliz de la vida de proporcionarle a esta señora unos momentos de alegría.

Generalmente, todas las noches diviso a la señora Lourdes en su lugar de costumbre y lo que hago es tocar el claxon, ella alcanza a verme y con un ademán de una de sus manos me saluda, y una gran sonrisa se dibuja en sus labios que alcanzo a percibir a lo lejos.

Qué satisfecho me siento de darle unos momentos de alegría a esta señora, a la señora Lourdes, la cual, quizá, jamás haya recibido ya no un hermoso ramo de flores, al menos una rosa.

La noche de anoche, después de las diez de la noche, salgo del Martin's y tomo la Calzada Colón, como de costumbre, y me dio gusto ver a la señora de las rosas, doña Lourdes, y aunque ya faltaba poco para que cambiara el semáforo a verde, no me importó que los automovilistas de atrás se molestaran, saludo a doña Lourdes y le pregunto: ¿cuál rosa de las que trae en la mano es la más hermosa? Escoge una de ellas, de un color amarillo pálido, me la da, le pago, y como de costumbre, se la entrego diciéndole que es para la señora más guapa, ella me dice que me la lleve y se la ponga a la Virgen y le contesto que mejor lo haga ella. Junta sus cinco dedos, se los acerca a sus labios, los besa y luego me planta con ellos un beso en la frente. Todavía alcanzo a cruzar el bulevar y voy con una sonrisa en mis labios sintiéndome feliz de darle unos momentos de felicidad a la señora de las rosas, a la señora Lourdes.

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