El fabulista iba camino de la imprenta.
Bajo el brazo llevaba la nueva fábula que había escrito.
Pensaba que con el dinero que le daría su fábula se pagaría una computadora.
En ella podría escribir mil fábulas que le rendirían muy buenos dineros.
Entonces podría comprarse ropa fina, un automóvil y una casa, y ya no le sería difícil encontrar esposa.
Todo eso iba pensando el fabulista. De pronto resbaló y cayó al suelo. La fábula se le escapó de las manos, y el viento se la llevó muy lejos.
¡Adiós las cuentas del fabulista! Adiós la computadora. Adiós la ropa, el automóvil y la casa. Adiós la esposa. Adiós todos sus sueños.
Esto que acabo de narrar me lo contó una lechera.
¡Hasta mañana!...