Rafa El Maya, ex luchador profesional y oficial de ring desde hace 31 años acepta que las deficiencias abundan en la mayoría de los jueces que imparten justicia en el pancracio mexicano. (ARCHIVO)
Un golpe inesperado, caer del ring tras una patada sorpresiva o meterse en la trayectoria del lance de un esteta son algunos de los riesgos que corren los réferis de lucha libre al compartir un cuadrilátero con los protagonistas de los costalazos, quienes muchas veces también son víctimas de la ineptitud de los jueces.
Rafa El Maya, ex luchador profesional y oficial de ring desde hace 31 años acepta que las deficiencias abundan en la mayoría de los jueces que imparten justicia en el pancracio mexicano, poniendo en riesgo su integridad física y la de los luchadores.
“No saben caminar el ring, desconocen la dinámica de una lucha y quieren ser los protagonistas, salir en la foto o la tele. Es una realidad es que hoy cualquiera es réferi”, señala.
Recuerda que cuando él hizo su examen en la arena Apatlaco, fue durísimo y exigente, “hoy todos pasan y lo único que hacen en las comisiones cuando no se les ve bien preparados es darles un permiso provisional para trabajar, las comisiones deben ponerse las pilase”.
Un problema constante a resolver es cuando un luchador llega en mal estado a trabajar, no siempre se puede impedir que suba al ring: “En lo personal, al doctor le pido que me ayude a decidir si dejamos luchar a alguien que no anda bien, pero desgraciadamente ahora los que programan en general no ponen mucha atención en esos detalles”.
FALTA OFICIO.
Don Rafa aprendió de los mejores, El Güero Rangel y Gran Davis le enseñaron qué es lo primero que se debe hacer al subir a un ring, “hay que checar las cuerdas, que estén templadas y si están flojas llamar a alguien para tensarlas, hoy nadie lo hace, ni saben que es necesario”.
Estar alerta cuando los estetas salen en vuelo, tope o plancha y siempre checar si rozan con alguna parte del cuerpo en la ceja del ring. “Hay que bajarse y sin mover al luchador preguntar cómo está y si me contesta pero veo su mirada vidriosa llamo de inmediato al médico y detengo la lucha”.
Algo que no ocurrió el pasado 20 de marzo, cuando El Hijo del Perro Aguayo perdió la vida, “lo que vi es que al réferi le valió el luchador. Según el video el Perro sale con unas tijeras y se alcanza a golpear en la ceja del ring, si el réferi hubiera estado atento se hubiera percatado y pudo ayudar más, no digo que sea responsable de la muerte, pero debió parar la lucha y llamar al médico”.
El Maya ha vivido combates en los que una mala decisión pudo costarle caro a los luchadores, “una ocasión en la arena Puebla Puma King cayó de cabeza, me acerqué a él y no me contestaba, y en un momento se empezó a convulsionar, el réferi que me acompañaba siguió la lucha cuando ya no era importante porque la pareja de Puma estaba rendida y él fuera de combate, paré la lucha y me castigaron por eso”.
Fue testigo, también, de la muerte de Oro, en la arena Coliseo, “no subí a la lucha pero la vi en las gradas junto al Dr. García. Al momento que sucede el accidente él corre y pide la camilla. Subí a trabajar y cuando pregunté me confiaron que lo más seguro es que ya fuera muerto, se confirmó después”.
RIESGO INVISIBLE.
A pesar de que hay pocos registros de muertes de réferis derivadas de una lucha, en el pasado, El Gran Davis, un figura del arbitraje luchístico tuvo su última presentación antes de morir.
El Maya así lo recuerda, “ocurrió un día después de haber recibido unas patadas en la función dominical de la arena México. No se puede asegurar que eso le causó la muerte pero falleció en el hospital”.
Él mismo ha tenido percances, “hoy se involucra demasiado al réferi en la lucha y a veces los luchadores no están preparados para hacerlo”.
Una ocasión en la Pista Revolución lo tocaron unas patadas voladoras y le dolió mucho tiempo el pecho, “otra vez recibí un tope del Dandy y llegué hasta la tercera fila”.
Algunos no han corrido con tanta suerte, “sé del caso del réferi El Mixteco, quien contó las dos primeras palmadas y no dio la tercera pues lo sorprendió un infarto”.
No existe, concluye, “una cultura de prevención, en las arenas pequeñas sube cualquier hijo de vecino a dirigir la lucha”.
