Siglo Nuevo

Attolini Lack

La auténtica arquitectura no obedece a modas ni es un espectáculo

Casa Gálvez, 1959.

Casa Gálvez, 1959.

Jesús Tovar

Arquitecto mexicano que da un claro ejemplo de una vida profesional ejemplar que se fundamenta en las raíces de su país: México, crisol inagotable de cultura e inspiración.

Antonio Attolini Lack es un arquitecto de raíces norteñas y argentinas que supo absorber, interpretar y construir a partir del análisis local, pero sin dejar de ser global, proyectos de un valor incalculable que pronto le valieron ser reconocido internacionalmente por la promoción de valores intangibles y poéticos que mejoran la calidad de vida de cualquier ser humano y, por consiguiente, el de la sociedad.

Es poco reconocido en su país y frecuentemente criticado por su manejo de espacios y lenguaje arquitectónico parecidos a los de arquitectos como Ricardo Legorreta, Luis Barragán, Francisco Yturbe, entre otros. Crítica infundada y superficial, pues él aseguraba que siempre abrevaba del país y no de sus colegas. “La inspiración viene del país”, llegó a decir.

Nació en la ciudad de México en 1931 del matrimonio conformado por el argentino Alfredo Attolini de Lucca y la torreonense María Lack Eppen. Estudió en la Universidad Nacional dentro de la Escuela Nacional de Arquitectura de la Academia de San Carlos y se graduó como Arquitecto el 14 de Diciembre de 1955 con su tesis: Panteón vertical en la Ciudad de México, que obtuvo mención honorífica. La totalidad de sus proyectos fueron de pequeño y mediano formato, aunque de un valor incalculable, e incluye obras residenciales, comerciales y religiosas.

Fue publicado en revistas y libros nacionales e internacionales. Fue ganador de la II Bienal de Arquitectura en México, donde le fue concedida la medalla de oro. Impartió charlas y conferencias en Europa, Estados Unidos, Centro y Sudamérica. Fue Académico Emérito de la Academia Nacional de Arquitectura, Maestro de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad La Salle, en la Ciudad de México.

TRABAJAR PARA DIOS

Según sus propias palabras, la iglesia de la Santa Cruz del Pedregal en la Ciudad de México fue decisiva en su formación como arquitecto y de hecho la consideró un parteaguas en su carrera profesional. Su cliente, decía él, fue Dios, como lo fue para Gaudí en el caso de la Sagrada Familia de Barcelona, España.

Aprovechó la existencia de una estructura de José Villagrán García, otro gran maestro de la arquitectura mexicana del siglo XX y eligió como color predominante para el interior el blanco, “la plenitud del color blanco”, solía decir. Además colocó algunas piezas que le hizo el escultor Hoffmann Hebert, quien estudió en la Bauhaus en Alemania.

Por otro lado, el padre Pedro Arrellano lo asesoró en el diseño de uno de sus vitrales y se enfrentó al dilema de diseñar una propuesta con arquitectura amorfa o una arquitectura geométrica. Manejó siempre los dos lenguajes de forma excelente. Diseñó todos los objetos y accesorios de la liturgia, buscó hacerlos lo más sencillos posibles y de esa forma logró soluciones de gran calidad. Manuel Larrosa (una de las personas que mejor lo conoció) describe esta característica de una mejor manera: “Buscaba la sacralización del espacio en todos los programas arquitectónicos”.

LA BELLEZA DE LA SENCILLEZ

Fue un importante personaje de la arquitectura mexicana que murió en el año 2012; un arquitecto de oficio, completo y sobretodo sencillo. Buscaba crear espacios muy bien resueltos y cimentados en nuestra cultura de color, barro y enjarres. Más apegado a lo artesanal que a lo industrial. Desdeñaba las fachadas de sus edificios porque a él le importaban más los interiores que el exterior, realmente soñaba con una arquitectura sin fachadas, pero no por esto menos plástica.

Decía: “Yo no soy conferencista, soy un arquitecto de hacer y no de decir”, una filosofía que va en contra de los arquitectos de hoy en día, que son producto del marketing, de una imagen fabricada de rockstar. Pocas palabras, muchos muros... estos personajes están casi extintos en nuestro país.

“Tengo convencimiento, un amor que se convierte en pasión por la arquitectura y por mi país que es México”, un conjunto de conceptos e ideas de los que prácticamente nadie habla y que son tan trascendentes, vale la pena reflexionar al respecto.

Attolini supo enfrentar el siglo XX con su arquitectura, mucho trabajo y nada más. Nunca se estacionó en un momento o estilo determinado, su carrera ascendente fue una trayectoria de éxito que lo llevo a ser uno de los más importantes arquitectos mexicanos de la segunda mitad del siglo XX. Enfrentó la crisis arquitectónica, el posmodernismo y la parranda arquitectónica con liderazgo y excelentes soluciones que eran sin lugar a dudas obras de arte total. Diseñaba hasta el último detalle como los grandes arquitectos de todas las épocas. ¿Se hace actualmente? Lo más seguro es que no. A capa y espada defendía el hecho de que la arquitectura no debe de ser cien por ciento racional, decía Leopardi al respecto: La razón no mezclada con otra cosa conduce a la locura. Attolini siempre supo aplicar esto en sus obras ya que agregaba un poco de intuición y de emoción. Su arquitectura era espiritual, emocional y poética.

UN 'PURA SANGRE' DE LA ARQUITECTURA

Su forma de ser pasaba más del 'pienso y luego existo' al 'siento y luego sirvo'. Además siempre procedía con integridad, algo muy raro también en nuestros días. Su trabajo entonces denotaba matices de buen oficio, ética y era pensado para generar beneficios a sus usuarios y a la sociedad. Sus primeras influencias vinieron del racionalismo internacional, directamente de Richard Neutra, quien radicaba en Los Ángeles, California. En México, quizá la más importante fue Francisco Artigas que una vez le enseñó: “Solamente hay una forma de construir, hacer las cosas bien”, axioma arquitectónico que utilizó durante toda su vida. Por lo tanto, Artigas enseñó a Attolini a construir y fue el ultimo arquitecto para el que trabajó.

Siempre fue de la idea de que en México existe una gran mano de obra que solamente necesita gente que los dirija, que les dé diseños, y él fue uno de ellos, sin duda.

Manuel Larrosa comentó que Attolini generaba con su arquitectura una “ecología no verde”, que no se dejaba influenciar por “seducciones tecnológicas”, como si en el mundo existieran dos tipos de arquitectura, una de estrellas de cine y otra de poetas, él pertenecía al segundo grupo, el más romántico.

El arma más poderosa de su arquitectura no eran los renders sino el croquis arquitectónico que era el alma de sus soluciones. Es considerado un arquitecto de oficio a la vieja usanza; dibujaba todo, 'bocetaba' todo, y a partir de ahí resolvía, imaginaba, mejoraba y plasmaba, como decía Larrosa, una “ecología luminosa” en sus obras. Usaba, para referirse a la aplicación del color, la frase: “La pretensión del color”, como si usado sin responsabilidad fuera malo o vulgar, y tenía razón.

Otra frase que refleja lo que fue Attolini es: “Si no hubiera sido arquitecto hubiera sido alfarero porque tengo una atracción compulsiva hacia el barro”, como todo artista el arquitecto pretende ser un artesano con toda su sencillez. Eso habla de una persona sin pretensiones y que buscaba solamente el goce estético.

Diseñador de casullas, copones, tazas de café, chapas, jaladeras, ceniceros, portalibros, joyería y espacios magistrales Attolini fue un arquitecto extraordinario, digno representante de la cultura mexicana del siglo XX. Cada detalle grita su amor por lo nuestro y rinde culto a la cotidianidad. Personaje serio, culto y a veces obsesivo también tenía sus chispazos de humor y de gracia. La luz por otro lado para él era el logotipo de Dios presente en cada obra que diseñaba y construía, seguramente lo respetaba mucho y tenía una profunda fe. El deseo estaba reflejado en sus cortes, cada plano y cada dibujo expresaba un serie de sentimientos. En su despacho fomentaba el trabajo en equipo que era una comuna como lo fue Taliesin de Frank Lloyd Wright en Arizona y en Wisconsin. Reconocía a su gente y a cada miembro del equipo, todos sus especialistas eran nombrados y reconocidos, desde el maestro de obras hasta el chofer, todos eran parte de un éxito compartido, colectivo y de una firma no de un individuo.

Para él el trabajo del diseño del paisaje debería de ser muy importante para el arquitecto y dentro de él debería de calcular el verdor y diseñarlo como en un teatro poniendo en punto para una puesta en escena. Siempre quiso ser el director. Ponía campanas en lugar de timbres en sus casas, construía desayunadores al aire libre, la televisión y los teléfonos los ponía en sitios donde no se veían, su método era la única manera de hacer arquitectura y vivir. De esos arquitectos que quedan muy pocos y fueron considerados arquitectos 'pura sangre'. Attolini nos legó un conjunto de obras que aunque no monumentales fueron llevadas a un nivel de calidad muy difícil de lograr y su mérito radica en el sentir más que en el ejecutar. Casi logro una erótica con su arquitectura, denotaba estabilidad, calidez, belleza, tranquilidad, espiritualidad, diluía las fachadas para que no figurases y pasaran desapercibidas. Ejercía una humildad arquitectónica. Reflejó también el increíble choque del siglo XVI en México y tiene una tremenda influencia de su país en cada una de sus obras, su arquitectura es adentro. El resultado va de adentro hacia afuera, en las fachadas. No tuvo en vida la oportunidad de hacer grandes proyectos públicos pero su trayectoria y legado son dignos de analizar con detenimiento. Una experiencia tan simple como tener contacto con los artesanos fue lo que le hizo reflexionar y repensar su forma de trabajo y que le cambio la vida llenándola de alegría. La siguiente frase de Walt Whitman la utilizó en algunas de sus conferencias y charlas: Aquel que camina una legua sin amor camina amortajado hacia su propio funeral”.

Correo-e: [email protected]

Vista desde el jardín lateral, Caseta de Ventas, 1958.
Vista desde el jardín lateral, Caseta de Ventas, 1958.
Casa Davis, 1958.
Casa Davis, 1958.
Vista de la entrada de la Casa Cervantes, 1960.
Vista de la entrada de la Casa Cervantes, 1960.
Interior del despacho del arquitecto Antonio Attolini Lack.
Interior del despacho del arquitecto Antonio Attolini Lack.
Tienda Bardhal.
Tienda Bardhal.
La iglesia de la Santa Cruz del Pedregal, 1968.
La iglesia de la Santa Cruz del Pedregal, 1968.
Monasterio de Jesús María, 1980.
Monasterio de Jesús María, 1980.
Arquitecto Antonio Attolini recibiendo el Premio Nacional de Ingenieros, 2009.
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