Muy dolida se muestra Sor Juana por la envidia convertida en punzantes púas de diversas formas con que la atormentaban para “premiarla” por la fama que había adquirido como sabia y poeta, tal vez sin proponérselo, sino sólo porque le había sido fiel a su vocación de estudiar y escribir.
Para expresar su dolor, Sor Juana se sirve de una figura del catolicismo que seguramente el lector identificó al leer la sentencia de arriba –la corona de espinas– y que pertenece a la cita en cuyo final destella de inmensa luminosidad, en defensa de la sabiduría, esa sentencia que da tema a estas líneas: “cerebro sabio en el mundo no basta que esté escarnecido, ha de estar también lastimado y maltratado; cabeza que es erario de sabiduría no espere otra corona que de espinas”.
La envidia, ese mal sentimiento, es detenidamente tratado por La Americana Fénix en la Respuesta a Sor Filotea, misiva que le escribe a quien en realidad era el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz.
Su dolor quizás haya sido mayor por las reprensiones que sufría de su guía espiritual, el obispo Manuel Antonio Núñez de Miranda, quien dejó muestras de que contra ella lo movía la envidia.
Y al hablar de ese pernicioso sentimiento siempre viene a la mente aquella máxima de que la envidia es el homenaje que los mediocres hacen a quienes son admirados. Antes de Sor Juana a quien se admiraba en el virreinato por sabio era precisamente a Núñez de Miranda.
En su dolor por la envidia la monja de Nepantla concibió la sentencia que todavía ahora puede repetirse.
Sor Juana dice: “cabeza que es erario de sabiduría no espere otra corona que de espinas”.